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sábado, 25 de febrero de 2023

La humanidad sin guerra

 La guerra es y ha sido un gran negocio. En el pasado para la conquista de territorios, poblaciones y riquezas (los botines eran las riquezas decomisadas y los esclavos). En el presente son útiles para activar el complejo militar industrial cuyos dueños, regados por el mundo, se frotan las manos en el momento en que se inicia el conflicto.

Jaime Delgado Rojas / AUNA-Costa Rica

¡Nunca más la guerra! Fue dicho desde el Vaticano por el Papa Francisco. Asumo la expresión como mi utopía, porque hay políticos que exhiben armas para ganar autoridad y mostrar que pueden empujar a la nación hacia el futuro. Pero las guerras son desastrosas; destruye lo que se encuentre por delante: el medio ambiente con las contaminaciones funestas para toda forma de vida; borra de la historia lo grandioso de la obra humana: su patrimonio arqueológico y artístico y su espiritualidad. Sobre todo, desmorona la vida humana de muy diferentes formas: los que mueren, combatientes de uno u otro bando, junto a los “daños colaterales” en la vida de inocentes, niños, ancianos, poblaciones civiles arrasadas. También, las vidas de combatientes reclutados a la fuerza o sumados al amparo de las ideologías del patriotismo o de la defensa de la nación (como en “Sin novedad en el frente” la novela y la película). Denigra la humanidad de los que quedan vivos: los lisiados física y emocionalmente, que se convierten en seres humanos extraños, irreconocibles, algunos sumidos en el irracionalismo y hasta la bestialidad. Sin embargo, aunque mucho se ha avanzado en fraternidad, tolerancia y solidaridad vivimos en guerra, con el noticiario, la cinta cinematográfica y en el lenguaje cotidiano. 
 
La guerra es y ha sido un gran negocio. En el pasado para la conquista de territorios, poblaciones y riquezas (los botines eran las riquezas decomisadas y los esclavos). En el presente son útiles para activar el complejo militar industrial cuyos dueños, regados por el mundo, se frotan las manos en el momento en que se inicia el conflicto (la fábrica, la compra y venta de armamentos, y el reclutamiento por contrato de combatientes: los mercenarios, los soldados de fortuna, son parte de ese engranaje perverso de la guerra. Mientras, las poblaciones de civiles inocentes bajo las balas sufren el horror.
 
El papa Francisco ha alertado contra las justificaciones de todo tipo: aquella que alguna vez se llamó “guerra justa”: el ataque anticipatorio o guerra preventiva, la contraintervención porque se acude a la fuerza armada para contrapesar la fuerza de una nación extranjera y la intervención por razones humanitarias (o para el adoctrinamiento, como en las guerras santas). Ninguna es lo suficientemente razonable, aunque en uno u otro lado habrá escríbanos e intelectuales que justifiquen la masacre como “guerra justa”, pastores y religiosos que la bendicen, mientras la naturaleza sufre, la historia de la humanidad se degenera y las poblaciones civiles son masacradas. Los riesgos, como señala el Papa Francisco, “probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya”. Por tanto, “hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible “guerra justa” (Fratelli Tutti, parag,258).
 
Veamos ejemplos. En el periodo más crudo de la crisis política venezolana, el opositor Juan Guaidó, autoproclamado presidente, pedía a gritos la intervención norteamericana para paliar lo que él consideraba una violación flagrante de los derechos humanos bajo el gobierno de Nicolás Maduro. Por su parte, Maduro alistó sus tropas y poblaciones para la legítima defensa de la soberanía nacional. Aunque no hubo misiles, tanques y cañoneras, la población sufrió; se puso en peligro la calidad de la vida en cualquiera de sus expresiones: en la tranquilidad y en la paz de la gente. Y las migraciones se incrementaron en números muy poco imaginables.
 
Otro ejemplo. La guerra de la OTAN y Rusia en el territorio de Ucrania puede ser definida como justa por cualquiera de las partes: una para defender un país aliado (Ucrania) de la invasión de ejército vecino que pretende una anexión; la otra, como la intervención perentoria para defender las poblaciones prorusas dentro de Ucrania, de la agresión a la vida por parte de los neonazis y su gobierno legitimador. Ambas justificaciones tienen su cuota de verdad, la que le es de muchísima utilidad a los agitadores del complejo militar industrial mundial. Por esto la OTAN no deja sola a Ucrania a pesar del horror que sufren las poblaciones europeas que han vivido guerras funestas durante todo el siglo XX.
 
En ambos casos está implicado el derecho internacional. Sin embargo, en Nuestra América no podemos olvidar la oprobiosa guerra de “baja intensidad” alimentada por los Estados Unidos en su mal llamado “patio trasero” para alentar al combate contra las insurgencias reales o ficticias: Aunque su dimensión no alcanzara el tamaño de una guerra internacional, la cooperación militar coadyuvaba favorablemente sus intereses geopolíticos y corporativos y aportaba jugosas utilidades a los políticos, los militares y las oligarquías autóctonas: no así a las mayorías nacionales. Ahora se habla de las “guerras híbridas”, un concepto que describe un "conjunto de acciones hostiles" que lleva a cabo un país contra un rival geopolítico "aprovechándose de sus vulnerabilidades" con el objetivo de debilitarlo desde dentro. Tales actos hostiles no son necesariamente armados, pues el arsenal de la guerra híbrida contempla los medios masivos de comunicación digitales, el internet y todo el universo de las postverdades con falsas noticias, extorsiones y amenazas. Las acciones hostiles se orientan a la desacreditación sistemática del adversario y a su aislamiento de sus bases sociales. En esta labor no faltan intelectuales, plumíferos reconocidos y pastores religiosos de diferentes sectas o confesiones. 
 
En estos ambientes de las posverdades hay entusiastas de la guerra en nuestro medio. Costa Rica ha tendido mandatarios que profundizaron la conciencia antibelicista de nuestra identidad: vivimos en un país sin ejército constitucional (desde 1948), con una Universidad para la Paz cuyo lema es “si quieres la paz, prepárate para la paz” (1980); en su momento se declaró en el país la neutralidad “permanente, activa y no armada” (desde 1983), sobre cuya base otro presidente puso su grano de arena en la pacificación de la región, lo que le mereció el Nobel de la Paz (1987). Y, más tarde, se dictó una ley que declara la paz como es un derecho humano (2014). El derecho a la paz es claramente una conquista social. 
 
Sin embargo, el actual presidente en distintos escenarios ha hecho gala de un sentimiento diferente a nuestra tradición republicada de neutralidad no armada. Una vez declaró su apoyo a Ucrania en la guerra con Rusia (julio /22), lo que reñía con nuestra condición de país neutral; más aún, en el Foro Económico Mundial se dejó decir que Costa Rica no estaba mandando militares a la guerra en Ucrania, naturalmente apoyando la OTAN “porque no tenemos ejército” (enero/23). A esto se suma su agitación de consignas autoritarias, la exhibición de poses con poco talante democrático y la notoriedad de sus escoltas presidenciales, a tal punto que no se le confundiría con cualquier otro gobernante de derecha de un país con ejército; y ha justificado esas escoltas en el hecho de estar recibiendo, cotidianamente, amenazas. Algo huele mal en esta Dinamarca.

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