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sábado, 1 de abril de 2023

La CEPAL en su origen y el pensamiento económico latinoamericano

 Las propuestas de Raúl Prebisch, primero en la CEPAL, luego en la UNCTAD y más tarde en sus artículos de debate en la Revista de la Cepal, buscaban una emancipación económica y, eventualmente, científico tecnológica de los centros.

Jaime Delgado Rojas / AUNA-Costa Rica

En el debate sobre la izquierda de Nuestra América hay lecturas que quedan pendientes y también aportes que no deben olvidarse. Se observa que, en lo que se echa a andar, en los gobiernos calificados de progresistas no se ha diezmado el sistema capitalista e, incluso, en algunos gobiernos izquierdistas se estimula el surgimiento de empresas y organizaciones del sector privado: el mercado impera, pero con mano visible, porque el estado se impone; esto en la derecha se le llama, despectivamente, intervencionismo, socialismo y populismo. También no faltan los izquierdistas más radicales, que lo han calificado, despectivamente según su gusto, de social demócratas, aunque este apelativo podría no ser muy apropiado, por haber sido carta de presentación, en el pasado, de partidos políticos que después abrazaron las políticas neoliberales como propias. 
 
Entre papeles y prácticas gubernamentales se debatió el desarrollo de América Latina durante los años 50 y 60 del Siglo XX. Se hacía mirando el espejo del desarrollo de los estados capitalistas: los modelos fueron, Europa y Estados Unidos, aunque esto de modelarse con el Norte no es nuevo en nuestro medio, lo había hecho Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) en Argentina quien tenía sus portavoces en el resto del continente. El ideal del desarrollo latinoamericano, como doctrina económica, marcó una parte de nuestra historia regional: una propuesta nacida de nuestras condiciones histórico-sociales, que enfrentaba las prácticas de sometimiento a los recetarios de los centros capitalistas mundiales. 
 
No puede obviarse, a mi gusto, el aporte de Raúl Prebisch (1901-1986). Un argentino que vivió el siglo XX de inicio a fin, aunque muriera a mitad de los ochenta: en la década que denominaron “perdida”. Fue testigo de lo más significativo del debate por la reivindicación nacional y el establecimiento de los estados nacionales en aquel siglo. Del pensamiento del cubano José Martí (1853-1895) del Ariel del uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917) de la Revolución Mexicana (1910-1917 digamos) y de las revueltas estudiantiles de América del Sur. Estaría empezando su vida universitaria en Buenos Aires cuando se sacudieron los estudiantes de la Universidad de Córdoba, Argentina (1918-1919). En ese periodo en Nuestra América se debatían las concepciones sobre el carácter del imperialismo en particular entre Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979) fundador de la social democracia latinoamericana (denominada APRA) y José Carlos Mariátegui (1894-1930) fundador del partido comunista peruano cuyo pensamiento era expresión muy novedosa de un marxismo arraigado a Nuestra América. Se había agitado el refrescante planteamiento integracionista de José Ingenieros (en 1922), siguiendo el espíritu bolivariano, al igual que el de Augusto César Sandino (1895- 1934) quien llegó a convertirse en un héroe de la región, por su lucha contra el ejército norteamericano en Nicaragua. No dejo de lado la labor insigne de Joaquín García Monge (1881- 1958) que ofrecía a la intelectualidad latinoamericana sus páginas de la Revista Repertorio Americano: otras revistas en Nuestra América cumplían también ese cometido de promover el debate. A los 49 años Prebisch fue nombrado secretario Ejecutivo de la CEPAL. Pienso que su planteamiento estructuralista en economía, inspirado en John Maynard Keynes, no puede desprenderse de la diversidad de productos discursivos de Nuestra América. 
 
Sus propuestas, primero en la CEPAL, luego en la UNCTAD y más tarde en sus artículos de debate en la Revista de la Cepal, buscaban una emancipación económica y, eventualmente, científico tecnológica de los centros. A partir de los años 50 su discurso orientó al debate por el establecimiento de industrias manufactureras para la sustitución de importaciones, el desarrollo y ampliación de los mercados internos regionales y políticas públicas orientadas a la infraestructura, los servicios, la salud y la educación: el estado adquiría un papel protagónico. Su idea del desarrollo iba más allá de lo industrial y comercial para incorporar lo agrícola y lo educativo-cultural y así posesionar a la gente en calidad de productores y de consumidores; con condiciones de salud y educación que les permita participar más activamente en la vida democrática. 
 
En coherencia, los mercados comunes regionales se iban forjando sobre la base de acuerdos de integración. Aquello era parte del manual a la mano, para que la cosa funcionara: América Latina empezó a tener, desde 1950, la noticia de las mesas de negociación regionales y subregionales. La CEPAL y Prebisch personalmente eran sus promotores. En Centroamérica, pionera en esta tarea, en su así llamado “Informe preliminar del Director Principal a cargo de la Secretaría Ejecutiva de la CEPAL, sobre Integración y Reciprocidad Económica en el Istmo Centroamericano” (Tegucigalpa, el 1 de agosto de 1951) formuló el “Programa de Integración” que luego desembocará en el Mercado Común Centroamericano, creado por el Tratado General de 1960; pero igual protagonismo lo tuvo en ese año con la creación de la ALALC (que incorporó al resto de América Latina y que por sus tropiezos hubo de reformarse en 1980 como ALADI), en el desprendimiento del Pacto Andino (1969) de la ALALC y en la creación del CARICOM (1974). 
 
Sin embargo, hay que ver la propuesta desarrollista en su medio y su contexto: el ambiente de guerra fría era ineludible y los golpes de estado estaban a la moda, aupados por la política exterior yanqui. A partir de 1959 la Revolución Cubana creó otros fantasmas en el continente y muchos temores en las cúpulas políticas de la región, lo que le permitió al Departamento de Estado y al ejército norteamericano tomar ventaja e iniciativa en el peso de su diplomacia hacia América Latina. En esto, la visita del presidente norteamericano John Kennedy a Costa Rica (en 1963) para una reunión con los presidentes de la región fue una señal clara de lo que podría ser, a partir de entonces, la diplomacia y política económica y de seguridad tutelada por los amos del Norte. 
 
La CEPAL perdió el protagonismo que tuvo en su origen, pero Prebisch no echó marcha atrás en su planteamiento económico y político. Desde 1976 había asumido la dirección de la revista de la CEPAL y en ese espacio atizaba el debate contra los neoliberales: los emisarios de las recetas de los centros para las periferias. Entre muchos de sus escritos, su libro Capitalismo periférico: crisis y transformación (FCE, 1981) se convirtió en consulta obligada para la discusión: y debería seguir siéndolo. En aquellas dos décadas, 70 y 80, del siglo anterior, los economistas oficiales y los políticos de turno estaban muy entusiasmados por experimento del dictador Augusto Pinochet en Chile (a partir de 1973): un neoliberalismo tutelado directamente por sus sacerdotes, Friedman y Hayek. Luego de golpes de militares en diversos países, imposiciones de recetas del neoliberalismo en todo lado y vuelta a las democracias formales, van a emerger otros temas en la palestra política: las exportaciones no tradicionales, el impulso al turismo de todo tipo y el aperturismo comercial amparado en los acuerdos de la O.M.C. creada en 1995. No obstante, que en economía la prioridad se desplazaba hacia el sector financiero proclive al negocio de papeles e intangibles, o a la economía clandestina del lavado de dólares y el enriquecimiento echando mano a los recursos del estado: ese mismo estado que los neoliberales han pretendido reducir al mínimo. 
 
Por estas vías, el debate oficial en economía se alejó del planteamiento desarrollista de la CEPAL valorado como demasiado izquierdista, incluso en los gobiernos de los partidos que en los años 60 lo habían acogido con entusiasmo. En el otro extremo se va a observando, en el siglo XXI, cómo algunos gobiernos progresistas asumen, citándolo o no, algunas de sus planteamientos básicos en sus propuestas de corte social demócrata o socialista que nos recuerdan los contenidos y debates de la primera mitad del siglo XX.

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