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sábado, 4 de noviembre de 2023

Massa o Milei: democracia con contenido social versus autoritarismo neoliberal

 “Esperando la carroza” es un film argentino de culto realizado por el director  Alejandro Doria. Se estrenó en 1985 y está basado en una  historia del autor rumano nacionalizado uruguayo Jacobo Langsner, que colaboró en la adaptación cinematográfica. 

Carlos María Romero Sosa / Para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

Lo cierto es que el título de ese grotesco rioplatense, convenía muy bien a lo que muchos, muchísimos compatriotas sentíamos el 22 de octubre último, después de depositar el sufragio en los comicios presidenciales en primera vuelta celebrados en esa fecha. Me cuento entre los que temíamos que el resultado sería de medio para abajo respecto a las posibilidades del candidato  peronista Sergio Massa, es decir un golpe mortal para la democracia a la que habría que aprestarse a velar como en la ficción de Doria, de tener en cuenta el ideario antiestado y de santificación del mercado del principal contrincante Javier Milei. 
 
Empero, para más coincidencias, también nos embargó una mezcla de extrañeza, optimismo y descreimiento al conocer  las cifras del escrutinio. Todo culminó en festejo liso y llano al escuchar el mensaje nocturno del ganador por casi siete puntos sobre la opción más cercana, la del señor Milei. Una visión tan feliz para buena parte del pueblo argentino como resultó ser la aparición ante la estupefacción de los hijos y demás allegados de Mamá Cora, el personaje que inmortalizó el actor Antonio Gasalla. (Lo que no quiere decir que esa mayoría haya  aprobado “in totum” lo actuado o lo dejado de actuar por el actual gobierno justicialista).
 
Es que el peronismo, igual que  la familia pintada en la película, tantas veces mal avenida como aquélla en sus rencillas, suele resucitar de sus cenizas. 
 
No era para menos la sorpresa.  Massa había salido tercero en las elecciones PASO  (Primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias) que se llevaron a cabo el 13 de agosto y en su función de Ministro de Economía desde hace más de un año e integrante  principal del gabinete del doctor Fernández, no puede presentar alentadores resultados a la ciudadanía, cada vez más angustiada por la inflación galopante y la cotización imparable del dólar norteamericano que retroalimenta la suba de los precios de los alimentos de primera necesidad.
 
 Sin embargo les ganó a sus rivales de derecha de Juntos por el Cambio con Patricia Bullrich a la cabeza y de extrema derecha, el antisistema Milei autotitulado anarcocapitalista y cabeza no necesariamente pensante  de La Libertad Avanza; un conglomerado de negacionistas de los crímenes de la última dictadura capitaneados en la defensa de los genocidas por la candidata a Vicepresidenta del espacio: Victoria Villarruel, y nutrido por antiecologistas, antifeministas, enemigos declarados de la Justicia Social, el Papa Francisco, el lenguaje inclusivo  y  la redondez de la tierra. Y ello al tiempo que sus dirigentes se enfervorizan por legalizar la venta de órganos humanos,  portar armas como si nos rigiera la Segunda Enmienda, privatizar los océanos  y legislar a favor del  inverosímil derecho,  según proyecto de una diputada ya electa del espacio, para que los varones puedan negarse a  alimentar a hijos nacidos de una presunta relación sexual llevada a cabo fraudulentamente, es decir con el preservativo pinchado por la mujer!!! Humanismo puro como se advierte. 
 
Lo más triste es que todo este aquelarre macabro, irrumpe justamente al conmemorarse cuarenta años del regreso de la democracia a la Argentina, luego de la larga noche de la última dictadura. Y lo peor del caso, que La libertad Avanza tiene posibilidades de triunfo en la segunda vuelta, sobre todo después de la alianza urdida por el diabólico, cipayesco y  plutocrático ex presidente Mauricio Macri entre su partido PRO y el rejunte cavernícola de Milei.                                                      
 
Cabe entonces temer y a la vez lamentarnos por nuestra adolescente democracia que cobija a los autoritarios capaces de usufructuar sus mecanismos para destruirla en caso de llegar al poder. Quienes creemos en los Derechos Humanos, la Soberanía Nacional mancillada por el capitalismo internacional y la Justicia Social frente al neoliberalismo expoliador, debemos sentir en carne propia la bofetada que significa que la prédica disolvente de un delirante de ultraderecha, entre cuyos ídolos se cuentan Trump, Bolsonaro, los neofranquistas de VOX y la criminal de guerra Margaret Tatcher,  que ordenó a un submarino nuclear de la Royal Navy torpedear durante la Guerra de Malvinas de 1982 el ARA General Belgrano fuera de la zona de exclusión naval con el saldo de 323 marinos muertos,  haya calado al menos en  el 30%   del electorado que lo votó en esa proporción tanto en las elecciones PASO del 13 de agosto como ahora en primera vuelta. 
 
Muchos recordamos aún a la distancia de cuatro décadas, por ser imborrables, los sentimientos con los que concurrimos a sufragar aquel 30 de octubre de 1983 cuando fue ungido don Raúl Alfonsín. Ocurrió en otro país con índices económicos malos aunque diferentes a los actuales, siempre condicionado el crecimiento por el peso de una deuda externa impagable e ilegal y con muchos menos derechos reconocidos en teoría, aparte de los mancillados por el terrorismo de Estado.  Y en otro mundo, con la Guerra Fría todavía latente, contexto en que los Estados Unidos de América –a excepción de algunos demócratas de allí como el presidente Jimmy Carter o el senador Edward Kennedy- toleraban las dictaduras reaccionarias y había personajes como el hoy centenario Henry Kissinger que las promovía en el Chile de Salvador Allende y en la Argentina del torpe y derechoso pero constitucional gobierno de la señora María Estela Martínez de Perón.  
 
Seré autorreferencial ahora y anotaré que en mi caso sufragué en 1983 por el centroizquierdista Partido Intransigente del doctor Oscar Alende, un médico honesto, romántico en sus utopías y de larga trayectoria política progresista. Corté la boleta y para diputado nacional, en carne viva la memoria de la represión ilegal de Videla y sus sucesores, di mi voto al doctor Augusto Conte Mc Donell, un abogado del Partido Demócrata Cristiano, militante sin claudicación por los Derechos Humanos –como lo fueron el propio doctor Alfonsín, Alfredo Bravo, Monseñor Jaime de Nevares, Simón Lázara, Alicia Moreau de Justo o el inolvidable Emilio Mignone entre pocos más, puesto que la epopeya libertadora fue sobre todo de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, cuando tantos callaban por miedo o complicidad con la dictadura cívico-militar instaurada el 24 de marzo de 1976. 
 
No conocí a Conte en persona que se suicidó en 1992. Hoy con cuarenta años más sobre mis espaldas me veo apenas treintañero en los días previos a esas elecciones históricas del 83, colaborando en forma anónima para hacer posible su candidatura. Me reconozco yendo a buscar boletas electorales con su nombre a una vieja casona del barrio de Balvanera, al presente demolida, situada en la Avenida Rivadavia, a pocas cuadras del Congreso Nacional. Era la sede de la corriente partidaria interna de la Democracia Cristiana denominada Humanismo y Liberación de la que Conte era uno de sus líderes junto a Carlos Auyero, Néstor Vicente y el jurista Guillermo Frugoni Rey al que tiempo después tuve oportunidad de frecuentar y sobre el que escribí a su muerte. Claro que no debía ceder yo al entusiasmo y en cambio disimular en los bolsillos esas boletas que posibilitarían su acceso a la Cámara con la consigna “Derechos Humanos al Parlamento”, porque la policía no había perdido sus mañas represivas en los estertores de la dictadura.  
 
Tal como ocurre en mi caso, sin duda deben revivir por estos días anecdotarios parecidos en tantos  testigos más de aquella jornada y de sus dramáticas vísperas. Tendrán sentido de afirmarnos no contra  opción política alguna porque dentro de la democracia todo es válido, sino frente al riesgo cierto del autoritarismo neoliberal que representa Milei y buena parte de sus seguidores.      
 
Está dicho que la Patria no puede tirar por la borda el martirologio de fusilados, desaparecidos, torturados y encarcelados en aras de engrandecerla e integrar su “provincia de la tierra y el cielo” al decir del poeta Leopoldo Marechal. Pero tampoco está en sus hijos olvidar, que es una cobarde  manera de renegar del pasado sin hacerse cargo, de los ignorados esfuerzos de ayer que de algún modo u otro contribuyeron al logro de  esta perfectible democracia de la República Argentina,  nación  a la que Rubén Darío llamó “región de la aurora”.   

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