El que la agenda 2030 lograra en el 2015 el voto favorable de las 193 representaciones diplomáticas mundiales es una señal significativa de la nueva utopía que debemos, todos, ir construyendo con entusiasmo, amplitud y tenacidad.
Jaime Delgado Rojas / AUNA-Costa Rica
El título no es original. La frase está en el discurso del Papa Francisco I a la Asamblea General de las Naciones Unidas del 25 de setiembre de 2015, cuando era aprobada la Agenda 2030, por los 193 miembros de esta organización mundial. Un acuerdo integrado por 17 objetivos que son, por su texto y lectura, loables, prometedores y perentorios. Algunos, incluso, obvios en tanto compromisos éticos de una organización creada para impulsar la defensa global de los derechos humanos y la paz mundial. No hay en sus líneas, ni en las retóricas que los respaldan o en los programas que se han ido formulando para impulsarlos, ninguna señal que muestre intereses encubiertos que puedan dañar la bondad de lo propuesto; tampoco deben ser vistos como mandatos vinculantes a los estados. Por su extensión, las pretensiones formuladas y el respaldo alcanzado, imagino la cantidad de metas que sufrieron modificaciones, posposiciones y hasta aplazamientos, en aras de que se lograra aquel significativo consenso mundial.
Los seis primeros objetivos que orientan políticas sociales a las que se comprometen los países involucrados son la pobreza mundial, el hambre y la seguridad alimentaria, la salud, la educación, la igualdad de género y empoderamiento de la mujer, el agua y el saneamiento. Del objetivo 7 al 12 hay compromisos que llaman a atender temas en energía, crecimiento económico, infraestructura, reducción de las desigualdades entre países y dentro de ellos, el desarrollo urbano, la producción y consumo sostenible. Los restantes tienen que ver con el cambio climático, los océanos, los bosques, la desertificación y la diversidad biológica, la paz y la justicia. Más el compromiso final por la conformación de la Alianza Mundial para su ejecución. No son exhaustivos, me parece: más bien, le corresponde a cada estado, en cada espacio nacional y regional y a las organizaciones de la sociedad civil, darles complementariedad en su puesta en marcha.
El que ese consenso con tanta tarea y compromisos se haya alcanzado en un escenario mundial plagado por la diversidad de intereses, opiniones, expectativas, concepciones e ideologías y prioridades nacionales es, de por sí, “un signo de esperanza”. Transcribo el apartado 3 de la resolución aprobatoria:
“Estamos resueltos a poner fin a la pobreza y el hambre en todo el mundo de aquí a 2030, a combatir las desigualdades dentro de los países y entre ellos, a construir sociedades pacíficas, justas e inclusivas, a proteger los derechos humanos y promover la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de las mujeres y las niñas, y a garantizar una protección duradera del planeta y sus recursos naturales. Estamos resueltos también a crear las condiciones necesarias para un crecimiento económico sostenible, inclusivo y sostenido, una prosperidad compartida y el trabajo decente para todos, teniendo en cuenta los diferentes niveles nacionales de desarrollo y capacidad” (A/RES/70/1).
Vamos a mitad del camino y muchas dudas han de haber quedado en el aire y preguntas sin respuesta. Ha habido lentitud en el alcance de los objetivos y en las metas año a año pues su ritmo ha estado mediatizado por la multiplicidad de intereses, visiones del mundo y prioridades en cada uno de los espacios nacionales y regionales en los que se somete a consenso y adecuación. No obstante, aquí estriba su peligro, los posibles sabotajes que se le hagan por parte de las clases políticas nacionales. La organización que la acogió no podía dar el salto y atravesar la frontera de las soberanías: está imposibilitada jurídica y políticamente para ello. Es un hecho también que su avance se vio obstaculizado por la pandemia que nos mantuvo en “modo en espera” por muchos meses. De ahí han surgido detractores y críticos. Los de más cuidado, no era de esperar, son los discursos de la derecha, los críticos “de lujo” que hacen uso de múltiples medios y registros de información para encontrar la miga en el ojo, la pulga en el pelaje, aunque en las líneas de lo acordado no encontremos señales que alimenten objeciones y sospechas, pues corresponde, en cada espacio nacional, su puesta en ejecución. Empero, las retóricas hostiles de la derecha se han ido construyendo en diferentes países, cautivando variedades de auditorios y en Nuestra América no son excepcionales ni originales. He visto cómo, al menos en Costa Rica, hay un partido político ultra neoliberal, que está levantando banderas contra la puesta en ejecución de los ODS y cuenta con retóricas de acompañamiento en los llamados social cristianos de etiqueta y en los fundamentalistas religiosos. Me parece muy contradictorio el que haya algún vocero de alguna de las izquierdas que les hacen compañía.
Entre lo que esta derecha le increpa a la agenda están, obviamente, los temas sobre salud sexual reproductiva, la igualdad de género y empoderamiento de las mujeres. Imagino que, se obsesionan por encontrar alguna señal que favorezca el aborto y se crispan con la ampliación de derechos a las poblaciones LGTBI. En fin, buscan en cada una de las letras y palabras, algo que les abone su discurso neoconservador, sumándose a una campaña mundial regresiva en derechos humanos a cambio de la defensa, dicen, de las soberanías nacionales. Hacen uso del populismo de la peor estirpe, la polarización a mansalva y los, nada extraños, recursos de “posverdades” emulando el estilo de la propaganda de Joseph Goebbels aquel ministro de instrucción pública de la Alemania Nazi, de muy ingrata memoria. Se aprovechan del cansancio y desgano de la gente por los abusos del poder de las clases políticas tradicionales que han generado violencia, corrupción y migraciones de todo tipo. Son la viva imagen de Trump, en el Norte y Milei en el Sur, con corifeos en el resto del continente y en Europa.
No aluden, estos detractores de la derecha, a los objetivos sobre la pobreza, las hambrunas, el trabajo, la paz y el respeto al ambiente sano y ecológicamente equilibrado. Más bien, por las retóricas que les conocemos, son muy favorables a la no reducción de la pobreza y la no solución de las hambrunas, menos de la guerra. Son, nos atrevemos a calificar, malthusianos: a saber, portavoces que aplauden la eliminación de la población de tercera edad (lo han dicho), de los programas sociales y de la pureza del medio ambiente. Para ellos, entre menos población exista, más seguridad habría para los negocios y mayores posibilidades de acumulación de riqueza, lo que obviaría la preocupación por el calentamiento global.
En su defensa del espacio soberano señalan que las políticas públicas que se impulsan a propósito de los ODS violentan la protección de datos individuales y nuestra intimidad, como si el escándalo de Cambridge Analytics solo hubiera sido una fábula; se pronuncian en contra de la amenaza del calentamiento global, a la que califican de ser la expresión de una gran conspiración de empresarios inescrupulosos que quieren controlar el planeta desde las Naciones Unidas. Con ese discurso engañoso buscan atraer aliados entre la gente cuya información no va más allá de la que le llega al celular o por las diversas redes sociales plagadas de fake news; para ello estos voceros de la derecha global se alían fácilmente con los dueños del gran capital mundial para controlar y someter ideológicamente a las poblaciones para poder explotar, sin resistencias, las riquezas del aire, los océanos y la tierra. Les importa un comino las soberanías nacionales que tanto se ufanan por defender.
Son émulos de autoridades sacramentales que se creen quijotes contra molinos que ya no existen, ocultando, obviamente los retos que realmente existen y que deben ser enfrentados por las organizaciones sociales y los estados en cada espacio nacional y regional. Por ellos y en su contra, el que la agenda 2030 lograra en el 2015 el voto favorable de las 193 representaciones diplomáticas mundiales es una señal significativa de la nueva utopía que debemos, todos, ir construyendo con entusiasmo, amplitud y tenacidad.
Un poquitín más de estudio, permitiría a los detractores, escribir y hablar con un poquitín más, de conocimiento de causa. Nueve años después, algunos compatriotas se vienen a enterar, que esos 17 objetivos para el Desarrollo Sostenible, había sido acogido por los cuatro poderes de la República (incluyendo al TSE), y por diversas organizaciones civiles del ámbito privado. Ello en un acto público conjunto.... que evidentemente no les interesó, y que, por tanto, desconocen.
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