Este 23 de septiembre se conmemoró el quinto aniversario del vil asesinato en Hormigueros, por agentes del gobierno estadounidense, del líder independentista Filiberto Ojeda Ríos.
Carlos Rivera Lugo* / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA Hay que insistir en poner a salvo la memoria histórica del olvido depredador propiciado por nuestra alienante condición colonial. Sobre todo, a nuestros héroes nacionales, aquellos a quienes nos vemos forzados a mantener vivos, como el Mío Cid, conscientes de su fuerza moral ante el poderoso enemigo. En mantenerlos vivos, nos va la mismísima vida como pueblo, como nación. En seguir potenciando el poder de sus palabras, está la clave para apalabrar nuestras propias posibilidades. Y es que en su caso lo apalabrado constituye un anticipo de lo que está en trance de ser.
Este 23 de septiembre se marca el quinto aniversario del vil asesinato en Hormigueros, por agentes del gobierno estadounidense, del líder independentista Filiberto Ojeda Ríos. Para sorpresa de los esbirros, frente a la sangrienta injusticia, la respuesta general no se quedó en otro lamento borincano, sino que se escuchó un grito general de indignación y de lucha. De su muerte brotó una voluntad por “romper el perímetro”, en alusión al cerco que esa tarde y noche le tendieron los agentes federales y policías coloniales. La consigna se erigió en metáfora de la condición colonial-capitalista que nos arrincona cada día como pueblo.
Poco antes de su muerte, el líder Machetero había comunicado su apreciación de que el país entraba en una crisis sin igual, por ser no sólo interna sino que sobre todo sistémica y global: “el capitalismo está en picada…son demasiados los elementos contradictorios”. Y seguía diciendo en su última entrevista otorgada al periodista José Elías Torres que “hay unas situaciones que agravan aún más la crisis del capitalismo, tiene problemas de mercado, tiene problemas de producción, tiene problemas de precios, tienen problemas de todo tipo, que ya no pueden ir resolviendo o sea, que ya la crisis es bien grande. En Puerto Rico, ¿cómo nos afecta? Ya lo hemos visto, dicen siempre que cuando en Estados Unidos les da catarro en Puerto Rico les da pulmonía. Y eso es una realidad”.
Si a eso uno le añade un gobierno colonial a cargo de Luis Fortuño, los dados están echados, pues como presagió Ojeda Ríos en la entrevista antes mencionada: “sería un desastre tener a Fortuño como gobernador en este país”. La crisis es de tal magnitud que un prominente dirigente independentista hace poco admitía en privado que no le interesaría gobernar en las actuales circunstancias, pues no sabría qué hacer.
Sin embargo, Filiberto lo veía claro. Ante la omnicrisis, insistió, se pone sobre el tapete el imperativo supremo de hacer un proyecto viable de salvación nacional, con la independencia como su pivote inescapable: “la crisis que viene es grave y no tiene soluciones inmediatas y aquí la única solución viable, la única solución viable, es la Independencia”.
Abundó: “el status se tiene que resolver, pero de la única forma que se puede resolver el status es que el pueblo se tome conciencia de su realidad y que solamente lanzándose a la calle, exigiendo sus derechos, exigiendo el derecho a la libertad, a la independencia, reclamando lo que por ley internacional nos corresponde, que es la autodeterminación y la independencia”.
Parecía repetir con el poeta Hölderlin: Allí donde alienta el peligro, surge la salvación. La libertad y la necesidad por fin se hallaban cara a cara: “La crisis va a forzar esa situación, porque los pueblos, cuando están en una situación tan dramática, como se va a ir encontrando el pueblo puertorriqueño en la forma en que se está creando la situación, tenemos que darnos cuenta de que no hay alternativa a esta situación, la única alternativa, la verdadera alternativa, es la independencia de Puerto Rico”.
Llamó a “establecer un sistema que sea justo para todo el pueblo y que tome en consideración primordialmente el bienestar del pueblo”. Ahora bien, también advirtió que las tradicionales opciones coloniales, tanto de los estadolibristas como de los anexionistas, estaban históricamente agotadas. De ahí que cualquier salida de la crisis por vía de esas fracasadas fórmulas sólo le daría un nuevo aire a la dependencia colonial.
Al igual que a Filiberto, nunca he logrado entender el afán de algunos independentistas por enmascarar o minimizar la soberanía con la “libre asociación”, cuando la premisa inarticulada es la nefasta aceptación de la idea del “miedo a la independencia”. Esta premisa anda de la mano de otra igualmente funesta: la que sostiene que con el poder de la soberanía plena nos matamos los unos a los otros y, por ende, sólo bajo la tutela permanente del Otro, el Imperio, es que podemos gobernarnos a nosotros mismos.
¿Cómo es que esa soberanía asociada a quien nos ha constituido la subjetividad inferiorizada del colonizado, puede servir de eje a un nuevo proyecto de país? Incluso, aún desde una perspectiva política posibilista me es difícil justificar esa movida ilusionista cuando lo cierto es que la libre asociación tiene, empíricamente hablando, menos apoyo electoral que la propia independencia.
Hay un miedo mayor a la libre asociación que a la independencia. El escritor puertorriqueño José Luis González decía que había que ayudar a agotar en la práctica la opción autonomista, pero es que ésta ya no existe como opción política real sin el apuntalamiento por parte de un sector del independentismo.
De ahí que Ojeda Ríos decía, sin ambages, que la única alternativa real, dictada por la necesidad y no por complejos psicológicos coloniales o voluntarismos ideológicamente motivados, es la independencia. Ya es tiempo que nos dediquemos a armar nuestro propio proyecto de país, sumarle a éste aquellas fuerzas genuinamente interesadas en el apoderamiento soberano de la voluntad común puertorriqueña, y no seguir de rabizas inconsecuentes de los proyectos históricos ya agotados de otros.
Además, insistía el líder independentista: para viabilizar el proyecto liberador había que dejar de tener las miras puestas en el Norte, como referente de nuestro futuro anticipado. Hay que despojarse de las gríngolas coloniales y redirigir las miras políticas hacia el Sur, sobre todo a la luz de los aires de cambio revolucionarios que se viven por doquier. No hay horizonte más propiciatorio de nuestras potencialidades que éste.
“Los puertorriqueños somos antillanos. Somos caribeños. Somos latinoamericanos. Somos hijos de Nuestra América”, enunciaba el líder revolucionario boricua en un ensayo suyo “Puerto Rico, Las Antillas, Nuestra América toda”, publicado también poco antes de su asesinato. Ello me hace recordar una discusión que tuve al respecto hace unos meses con uno de los portavoces del Instituto Soberanista. El modelo económico del Norte, de inspiración neoliberal, no puede ser nuestro referente para la potenciación de una soberanía exitosa. Si hay algo que ha dejado meridianamente clara la más reciente y seria de las crisis sistémicas del capitalismo, la desatada en el 2008 -y que pica y se extiende hasta nuestros días- son los signos evidentes de decadencia por doquier de su fracasado modelo de acumulación por desposesión de las grandes mayorías, como magistralmente lo ha descrito David Harvey.
La propia economía estadounidense, así como la europea, otrora todopoderosas, se hallan hoy en franca decadencia. Mientras los pocos siguen engrosando a sus arcas privadas cantidades escandalosas de riquezas, a los más sólo nos resta conformarnos con el achicamiento progresivo de nuestros salarios, poder adquisitivo y calidad de vida, cuando no la pérdida de los empleos y la capacidad para subsistir con un mínimo de dignidad, seguido de la bancarrota personal y familiar, y el ingreso creciente a las filas de la pobreza y la desesperanza.
La única región del mundo que, según organizaciones internacionales como la CEPAL o el Banco Mundial, ha conseguido alzarse mayormente por encima de las negativas determinaciones de la crisis global actual es Nuestra América. Y lo ha hecho desde sus múltiples experiencias nacionales, que van desde las de Venezuela, Bolivia y Ecuador, hasta las de Brasil, Argentina y Uruguay las cuales, aún en su rica diversidad, tienen como eje de sus respectivos modelos la solidaridad regional, nacional y local como fin ético supremo.
De ahí que en su última locución en los actos conmemorativos del Grito de Lares aquel fatídico 23 de septiembre de 2005, Filiberto sentenciara con la claridad propia de quien se hallaba ya en el portal de la historia: “Las puertas están abiertas y el futuro, tanto económico como político y social, estaría asegurado si logramos liberarnos de este yugo criminal que ha impedido durante tantos años, que podamos regir nuestro destino en unión a nuestros hermanos latinoamericanos”.
18 de septiembre de 2010
*El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño “Claridad”.