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jueves, 30 de septiembre de 2010

Declaración en Defensa del Gobierno Democrático del Ecuador

El Comité de la Internacional Socialista de América Latina y el Caribe (CISALC) expresa su indignación ante los incidentes ocurridos en la mañana de hoy [30 de setiembre] en la ciudad de Quito, que sugieren la existencia de un plan para desestabilizar la institucionalidad democrática del Ecuador.

Los hechos provocados en un cuartel de la policía ecuatoriana han llegado al extremo de atentar contra la integridad física del Presidente Rafael Correa, cuando este acudió a dialogar con los agentes insubordinados. Esa agresión se prolongó hasta el hospital donde el Presidente Correa acudió a atenderse las lesiones sufridas.

El Comité de la Internacional Socialista de América Latina y el Caribe llama a todas las fuerzas e instituciones democráticas de la región y del mundo a pronunciarse inmediata y enérgicamente en defensa de la democracia ecuatoriana y de la persona de su legítimo Presidente.

Martín Torrijos

Presidente del CISALC


sábado, 25 de septiembre de 2010

Sobre las causas de la violencia: el consumismo

La violencia que vivimos es estructural. No tendrá remedio ni con más soldados, ni más policías, ni más barcos, ni más aviones, ni más leyes de mano dura. La violencia que vivimos se cura modificando las causas sustanciales que la generan, y la causa sustancial, primera, genérica, es el sistema hegemónico en el mundo contemporáneo: el capitalismo.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
(Ilustración: "Sociedad de consumo", de Josep Renau)
Constantemente aparecen cuestionamientos sobre las causas generadoras de la violencia que asola a América Latina. Para empezar, una verdad de Perogrullo: depende cuál tipo de violencia se esté hablando, porque en la denominación genérica se pierden los matices y las especificidades. La violencia intrafamiliar, por ejemplo, que puede degenerar hasta en la muerte de uno de los cónyuges, generalmente la mujer, es de una naturaleza y calidad distinta de la que se expresa en la matanza de 73 migrantes latinoamericanos en Tamaulipas, México.
Ya sabemos que las formas de violencia de distinto tipo en las que las mujeres son las principales víctimas, derivan en buena medida de los patrones estructurales y de comportamiento de la sociedad patriarcal, en donde éstas ocupan un lugar subordinado, y que considera legítimo disciplinarlas cuando cuestionan o ponen en peligro, de forma real o imaginaria, el orden “natural” de las cosas.
Pero, y ese otro tipo de violencia, la que es el resultado de la organización para delinquir, es decir, para pasar un kilo o dos de cocaína por un aeropuerto o dos toneladas en un camión a través de una frontera terrestre; la que se ejerce para secuestrar a una persona y luego pedir rescate por ella, ya sea una viejita que recibe una escuálida pensión y por la que se piden $40 (como ha sucedido en Guatemala, México, Honduras o Colombia), o un magnate por el que se puede pedir la friolera de un millón de dólares; o la que se expresa en el muchacho adolescente que por $100 o menos mata por encargo. Este tipo de violencia, ¿cuáles son sus causas?
Hay bastante consenso en considerar que las crecientes desigualdades sociales son una causa. Como todos los estudios muestran (PNUD, CEPAL, etc.), en América Latina se ha ensanchado la brecha entre los que más tienen y los que tienen menos.
Pero hay otras que nacen y se desarrollan sobre estas disparidades pero tienen un carácter subjetivo, ideológico, cultural; no son menos importantes y emanan de la naturaleza misma del sistema en el que se existen, es decir, del sistema capitalista en su expresión contemporánea, que es la sociedad de consumo.
La sociedad de consumo ha transformado en sentido común que el que tiene es; es decir, que ha transformado en sinónimo ser y tener. Esta situación no es nueva. Ya en 1844 Karl Marx analizó en los Gründisse aquello que llamó la enajenación y dijo, en resumidas cuentas, lo que hemos apuntado más arriba, que el sistema capitalista invertía las cosas y entendía la esencia del ser humano como lo aparente y lo aparente como lo esencial.
Bombardeada día y noche por mensajes directos y subliminales la gente ha llegado a creer que tener el último modelo de automóvil, la casa en el lugar más exclusivo y el teléfono móvil de última generación no solo los hará “ser alguien” sino, además, los hará felices. Por lo tanto, hay que “tener”.
Para tener, sin embargo, hay que poseer recursos económicos y para eso hay que trabajar; pero el trabajo no genera dividendos inmediatos. Generalmente, las personas honradas y trabajadoras llegan a poseer un patrimonio (grande o chico) después de una vida de trabajo. ¿Para qué esperar toda una vida si hay posibilidades de poseer recursos económicos ya, y además de forma abundante, a través de actividades como las anteriormente descritas?
Estudios realizados sobre el uso de bienes y dinero obtenido por acciones ilícitas y violentas muestran que, en la abrumadora mayoría de las veces, se enrumba para la compra de bienes suntuarios como ropa de marca, grandes automóviles último modelo, televisores, teléfonos de última generación y fiestas. Es decir, se usa el dinero obtenido para satisfacer necesidades creadas por la sociedad de consumo. El ratero que roba para sobrevivir y que, eventualmente puede herir o matar a alguien en la acción, es cosa del pasado, es un demodé de las películas en blanco y negro.
La violencia que vivimos es, pues, estructural. No tendrá remedio ni con más soldados, ni más policías, ni más barcos, ni más aviones, ni más leyes de mano dura. La violencia que vivimos se cura modificando las causas sustanciales que la generan, y la causa sustancial, primera, genérica, es el sistema hegemónico en el mundo contemporáneo: el capitalismo.
Puede ser que a muchos esto no les guste, y no están dispuestos a cambiar el orden de cosas porque no les conviene a sus intereses económicos, políticos o de cualquier otro tipo. Pero entonces que no se quejen.

No tenemos otro milenio

La incapacidad para superar la matriz capitalista y las raíces moderno/colonialistas implícitas en las concepciones dominantes del desarrollo desde la segunda mitad del siglo XX, están en la raíz de este fracaso que han tratado de disimular los líderes mundiales en la Cumbre de los Objetivos del Milenio.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Con resultados poco alentadores, escasos acuerdos concretos y abundantes declaraciones de buena voluntad, concluyó la Cumbre de Revisión de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
La ciudad de Nueva York fue la sede de este evento, en momentos en que la prensa internacional da cuenta, semana a semana, del impacto demoledor de la crisis económica sobre el imaginario del sueño americano de la sociedad estadounidense: justamente el que fuera, durante décadas, modelo de desarrollo para el “mundo libre”.
Según datos recientes de la Oficina del Censo de los Estados Unidos, los índices de pobreza alcanzan los niveles más altos en casi medio siglo: “uno de cada siete residentes en Estados Unidos vive en la pobreza (y uno de cada cinco menores de edad). La tasa de pobreza se incrementó de 13.2% en 2008 a 14.3% en 2009; un total de 43.6 millones de personas y que marca la tasa más alta en 15 años. [Además], 51 millones de estadunidenses carecen de seguro de salud” (La Jornada, 16/09/2010).
En un contexto como este, que adquiere dimensiones aún más dramáticas en otras regiones del mundo, resulta evidente que no será posible alcanzar las metas previstas por la ONU para el 2015, en campos como la reducción de la pobreza y la desigualdad, salud, educación, igualdad entre géneros y autonomía para la mujer, medio ambiente y desarrollo económico internacional.
La incapacidad para superar la matriz capitalista y las raíces moderno/colonialistas implícitas en las concepciones dominantes del desarrollo desde la segunda mitad del siglo XX, están en la raíz de este fracaso que han tratado de disimular los líderes mundiales en la Cumbre.
En una ponencia presentada en la Asamblea General de la ONU, el pasado 15 de setiembre, Eric Toussaint, politólogo y director del Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo, sostuvo que el incumplimiento de los Objetivos del Milenio encuentra su explicación, en buena medida, en la insistencia de los países ricos y los organismos financieros internacionales en aplicar los dogmas que desataron la actual crisis del sistema capitalista: “financiar el desarrollo con endeudamiento”, “el libre comercio y la libre circulación de los capitales, bienes y servicios”, y “la idea según la cual se puede superar la pobreza dando a los pobres un mejor y mayor acceso al mercado”[1].
En su ponencia, Toussaint también sugirió algunas “alternativas concretas” que los Estados podrían adoptar para corregir el actual rumbo de las cosas. Muchas de sus recomendaciones ya han sido puestas en marcha por los procesos revolucionarios y posneoliberales latinoamericanos de la última década: el aumento en la inversión en políticas sociales (salud, educación); auditar la deuda pública externa y denunciar la parte ilegítima de la misma; crear nuevas instituciones regionales y democratizar las ya existentes a nivel internacional; recuperar el control nacional sobre los recursos naturales y avanzar en la reforma agraria que redistribuya, con mayor equidad, la tenencia de la tierra.
Es decir, pese a sus límites y contradicciones, estos procesos vienen demostrando, con una perspectiva propia, desde aquí, que no existe un único camino para alcanzar el desarrollo, y especialmente, que los recursos de que dispone una nación deben estar al servicio del bienestar de la mayoría, ya no solo de la voracidad del capital y de las formas e intereses políticos y culturales que niegan nuestra posibilidad de ser.
Ya José Martí, en su ensayo Nuestra América, de 1891, lo advertía: “La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de 19 siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india”[2].
En pueblos como los latinoamericanos, donde históricamente la aspiración de “ser modernos” y de “ingresar al Primer Mundo” para gozar de sus placeres –o espejismos- opera como un pesado lastre cultural, que asume en no pocas ocasiones rasgos esquizofrénicos (la negación de lo que somos y la imitación de lo que –dicen- deberíamos ser), estas ideas tendrían que acompañar la formación humana desde la más temprana edad.
Pensar hoy el desarrollo, entonces, desde una perspectiva nuestroamericana, exige una mirada crítica sobre el origen ideológico-cultural de esa noción, marcada profundamente por el colonialismo y el imperialismo capitalista moderno, y por supuesto, sobre su devastador impacto sobre el medio ambiente. Sin ello no podríamos construir el camino de realización individual y social de nuestros pueblos, ese otro desarrollo, que en el pensamiento de Martí supone “llegar, por métodos e instituciones nacidas del país, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas” [3].
¿Apostaremos el futuro en la vía del consumo y la explotación sin límites del ser humano y la naturaleza, que hoy se revierte como una bofetada que golpea el rostro de la humanidad -rica y pobre-, o buscaremos otras formas de bienestar y desarrollo humano, quizás inspiradas en la ruta señalada por Martí en el siglo XIX, y en la que ya se avanza en un puñado de países de nuestra América?
No tenemos otro milenio para decidirlo. Tampoco otro planeta.
NOTAS
[1] Toussain, Eric. “Los Objetivos del Milenio, aunque modestos, no se alcanzarán en 2015”. Ponencia presentada el 15 de setiembre de 2010, en la Asamblea General de la ONU. Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=113379
[2] Martí, José (1891). “Nuestra América”, en Hart Dávalos, Armando (editor) (2000). José Martí y el equilibrio del mundo. México DF: Fondo de Cultura Económica. Pág. 204.
[3] Ídem, pp: 204-205.

República Bolivariana de Venezuela: Pieza geopolítica global

Las principales potencias del mundo, tanto las emergentes como las decadentes, disputan los recursos naturales que posee Venezuela, convirtiéndola de ese modo en una de las más preciadas piezas del ajedrez estratégico global. La pugna electoral por el control del parlamento, del próximo domingo 26 de setiembre, se enmarca en esa tensión de fondo.

Raúl Zibechi / ALAI
El 16 de setiembre la Gaceta Oficial publicó la ley 39.511 que aprueba el acuerdo entre los gobiernos de Venezuela y China sobre cooperación para financiamiento a largo plazo. Se trata de un crédito de 20.000 millones de dólares para financiar 19 proyectos de desarrollo. El pago de la línea de crédito se efectuará mediante la venta de petróleo crudo: para el año 2010, no menos de 200.000 barriles diarios; para el año 2011, no menos de 250.000 barriles diarios; para el 2012 no menos de 300.000 barriles diarios.
El acuerdo fue anunciado por el presidente Hugo Chávez en abril pasado, remarcando que el volumen de la inversión china no tiene parangón en los 60 años de existencia de la República Popular. No se trata solamente del monto, dijo en su momento, “hay que darle una lectura política, geopolítica, de confianza”.
Venezuela ya envía a China cerca de 500.000 barriles diarios de petróleo, a los que deben sumarse 400.000 barriles que producirá una empresa mixta binacional que operará en la Faja del Orinoco. Y, finalmente, los 300.000 barriles del último acuerdo. En total, las exportaciones de petróleo venezolano a China superarán el millón de barriles diarios. La misma cantidad que Venezuela exporta a Estados Unidos.
Geoestrategia China
Todo el petróleo que China pueda necesitar para consolidarse como una gran potencia está aquí”, dijo Chávez el 18 de setiembre al recibir los primeros cuatro mil millones de dólares del acuerdo.Para evaluar el acuerdo firmado, así como el volumen total de la inversión china en Venezuela, debe considerarse que la potencia asiática registró una inversión directa en el exterior de 56.500 millones de dólares en 2009. La mayor de su historia. O sea, el acuerdo con Venezuela representa casi el 36 por ciento del total anual en su mejor año. Y en un solo país.
Es evidente que nadie suelta 20 mil millones de dólares de un saque sin estar muy seguro de lo que está haciendo. Una cifra que equivale al PIB de Bolivia y Paraguay juntos, o a dos tercios del pib uruguayo. Y no lo hace en cualquier país, sino en aquel que hasta ahora tenía el grueso de sus exportaciones focalizadas hacia Estados Unidos. En 2007 Venezuela exportó 1,3 millones de barriles diarios de petróleo hacia ese país, con lo que desplazó a México como tercer proveedor de Washington. Esas cifras señalan que cerca de un 85 por ciento del crudo exportado de Venezuela va hacia los mercados de Estados Unidos.
China realizó además otras inversiones en Venezuela vinculadas a la explotación minera que incluyen 50 proyectos para explotación de aluminio, bauxita, carbón, hierro y oro y otro acuerdo para ingresar en la Faja Petrolera del Orinoco por 16 mil millones de dólares que permitirá a pdvsa elevar la producción en casi un millón de barriles diarios. El último acuerdo al que se refiere Chávez, incluye planes hasta el año 2030 para el desarrollo integral de ocho sectores: electricidad, transporte, minería, viviendas, finanzas, petróleo, gas y petroquímica. Y supone la construcción conjunto de taladros petroleros, plataformas, ferrocarriles que van a cruzar al faja del Orinoco y 20 mil viviendas en el sureste venezolano.
La inversión china en Venezuela asciende a 44 mil millones de dólares, toda vez que ya había un compromiso para un “fondo pesado binacional” de 8 mil millones de dólares. Es evidente que nadie arriesga ese dinero sin tener la seguridad de que no lo va a perder. Dicho de otro modo, China puede contar con que sus inversiones en Venezuela son seguras, mucho más allá de lo que suceda en las urnas. Así razonan todas las potencias del planeta.
Réplicas de Washington
En los últimos doce años la antigua clase dominante ha perdido gran parte de su poder en Venezuela, al punto que un sector significativo de sus miembros emigró a Estados Unidos, Colombia y Perú, entre otros. Algunas de las mayores empresas del país, entre ellas PDVSA, CANTV, la principal empresa de comunicaciones, la mayor parte de los bancos así como empresas agropecuarias y millones de hectáreas de tierras improductivas, pasaron a manos del Estado.
Los principales riesgos para la continuidad del proceso bolivariano no radican en una burguesía declinante sino en la nueva “boliburguesía” nacida del control de las empresas estatales y de cargos políticos, integrada por burócratas oportunistas que han hecho fortunas al subirse al proceso. Una parte de esos personajes fungen como cuadros del psuv (Partido Socialista Unificado de Venezuela). En las elecciones del domingo 26 no está en juego el proceso de cambios sino algo más sutil, pero no menos importante.
La Asamblea Nacional cuenta con 165 diputados que serán renovados en su totalidad. El 60 por ciento de los escaños se obtienen de modo nominal y el resto en forma proporcional. Tres pertenecen a circunscripciones indígenas. La lista que obtenga la mitad más uno de los votos en cada circunscripción, obtendrá el 75 por ciento de los escaños del escrutinio proporcional. El asunto es que la Constitución establece que las leyes orgánicas necesitan dos tercios de los diputados para ser aprobadas y las leyes habilitantes, las que facultan al presidente a gobernar por decreto, requieren las tres quintas partes de los legisladores.
Como señala Ignacio Ramonet, “le bastaría a la oposición obtener 56 votos sobre 165, para impedir la adopción de leyes orgánicas, y 67 votos para imposibilitar la aprobación de leyes habilitantes. Hasta ahora las principales reformas han podido realizarse gracias precisamente a leyes habilitantes” (Le Monde Diplomatique, setiembre 2010).
Es muy probable que la oposición alcance alguna de esas cifras, por varias razones: la inseguridad que hace que Venezuela sea el país con mayor índice de homicidios del continente junto a Honduras y El Salvador; una inflación galopante que alcanza el 30 por ciento anual; la corrupción incrustada en todas las esferas del aparato estatal. Además, la oposición viene avanzando en los últimos años: en las elecciones de 2008 ganó los tres estados más poblados (Miranda, Zulia y Nueva Esparta) y la alcaldía de Caracas.
Es posible que el chavismo no consiga los dos tercios, o sea 110 escaños. Los adversarios del proceso, los think tank estadounidenses, comprendieron que pueden bloquear el proceso bolivariano “desde adentro”, ya que atacándolo “desde afuera” (golpe de Estado, paros patronales y petrolero) no consiguieron más que blindar a la población de los cerros con el presidente Chávez. Ahora parecen apostar a una implosión del proceso o, en su defecto, a un cierre autoritario y defensivo.
El torbellino geopolítico
En el marco del centenario de la Universidad Autónoma Nacional de México, Noam Chomsky expuso su visión del momento que atraviesa su país, Estados Unidos. Dijo que el control del mundo “no es cosa sencilla, ni siquiera para un Estado con un poder sin precedentes”. Fue muy preciso al argumentar que "ese poder se erosiona por todos lados, y hasta en el patio trasero de Washington los súbditos se vuelven cada vez más desobedientes” (La Jornada, 22 de setiembre).
Sostuvo que el gran desafío proviene de China, pero alertó sobre un hecho poco comentado en los medios de comunicación occidentales, que revela el cambio hegemónico en curso, consistente en que “por un raro accidente geológico, China posee 97 por ciento de tierras preciosas, ricas en componentes indispensables para el desarrollo de la electrónica y la industria verde”. Dijo que ahí está el futuro y que las inversiones destinadas a la industria verde en China superan las que logran atraer los países europeos, Estados Unidos y Canadá juntos.
Una inteligencia fina y profunda no podía dejar pasar ese dato. Pero agregó otro elemento, para completar su visión del mundo: “Si Estados Unidos no es capaz de controlar a América Latina, no podrá imponer el orden en el resto del mundo”. Uno de los varios ojos del huracán geopolítico está focalizado en Venezuela, cuya alianza estratégica con China parece irreversible.

Cuba: el país más seguro del mundo

Cuba no será un paraíso seguramente, pero al menos está más lejos del infierno que todos los otros países hermanos de la región. Sus índices de criminalidad lo dicen.
Marcelo Colussi / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA
Desde Guatemala
Introducción
Comencemos por decir que “el único paraíso… es el paraíso perdido”. O sea: la vida de los seres humanos, por lo menos hasta ahora en estos dos millones y medio de años que llevamos como especie desde que nuestros ancestros descendieron de los árboles, no ha sido precisamente un paraíso. Como van las cosas, nada autoriza a pensar que el paraíso está a la vuelta de la esquina.
Pero sin proponernos algo tan inalcanzable como “paraísos”, por el contrario buena parte de la población mundial –de la actualmente viva y de la que ya no está– tiene una experiencia más cercana a lo que podríamos decir “infierno”: la pobreza y la violencia, la pura sobrevivencia a los golpes con todo el rigor que ello implica, la guerra y los efectos de sociedades estructuradas en torno a la detentación del poder como eje fundamental –con todos los desastres que ello trae aparejado– son el pan nuestro de cada día de la mayor parte de la humanidad. Entre paraíso e infierno, la gran mayoría está por lejos más cerca del segundo.
Amén de la pobreza crónica con que muy buena parte de los humanos vive, la violencia en sus distintas formas es otra de las lacras que marcan nuestras vidas. Violencia, por cierto, que asume una muy amplia variedad de expresiones: pero las diferencias socioeconómicas irritantes –el 20% más rico del mundo dispone de 80 veces más recursos que el 20% más pobre, por ejemplo– ¿no son acaso una forma de violencia? En general, según los (discutibles) criterios dominantes, la violencia implica la agresión directa contra el otro, el ataque físico, el paso a la acción concreta. En ese sentido, la guerra por un lado, o la criminalidad, son sus modelos por excelencia.
Entran en esta última una serie amplia de elementos: el homicidio, el robo, el asalto, cualquier daño a la propiedad ajena, la violación sexual, el secuestro de personas, el tráfico de sustancias prohibidas. Existe cierta tendencia a identificar “violencia” con “criminalidad”, con lo que se invisibilizan/naturalizan otras formas de violencia: el autoritarismo, el machismo, el racismo, por ejemplo. Se mide así con sofisticadas tasas la criminalidad, pero no el racismo o la vanidad. ¿Se imaginan un “índice de vanidad”?, ¿y uno para medir la “soberbia”? ¿Y por qué no un “índice de irresponsabilidad medioambiental?” ¿Cuándo Naciones Unidas se va a atrever a medir la injusticia llamándola por su nombre y no con subterfugios tecnicistas?
Lo cierto es que la criminalidad –entendida como cualquier delito que contraviene la normal convivencia social– es algo instalado en la dinámica humana y que se liga, confundiéndose, con la inseguridad ciudadana. Ha existido desde siempre, en toda sociedad conocida, pero algo sucede en nuestra historia que en estos últimos años tiende a crecer.
En las últimas décadas la criminalidad ha sido un fenómeno en alza en prácticamente todas las regiones del planeta. De 1980 a 1997 las denuncias de actos criminales aumentaron en un 131% en el ámbito global, lo que equivale a una tasa promedio de crecimiento anual de casi el 8 por ciento. En vez de crecer la felicidad global, crece el crimen. ¿Qué está pasando? LEER AL ARTÍCULO COMPLETO...

A 50 años de los Comités de Defensa de la Revolución Cubana (CDR). Sus carteles: arte y comunicación para persuadir

Al arribar al 50 aniversario de la creación de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), en sus carteles y otros medios de propaganda, en su fusión de arte y política, sustentan la difusión de mensajes que: contribuyan a que la familia tenga un mayor protagonismo en la educación de las nuevas generaciones, de creación de convicciones y valores éticos y morales; acorde a los principios de la Revolución.
Reinaldo Morales Campos / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA
Desde La Habana
Especialista en Propaganda y Publicidad
cartelcubano@yahoo.es
Los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) son una organización de masas integrada por alrededor de 7.600.000 miembros, creados por Fidel Castro durante un acto efectuado frente al Palacio Presidencial, el 28 de septiembre de 1960 (donde en la actualidad se encuentra el Museo de la Revolución); para su labor de persuasión, entre los medios de propaganda empleados, se hallan sus carteles de admirables configuraciones artísticas y comunicativas. Y en el del mensaje: Con la guardia en alto de día y de noche siempre vigilantes, se revela cómo desde su fundación, su principal ocupación ha sido la vigilancia revolucionaria, con la participación de todo el pueblo, para combatir y neutralizar las actividades contrarrevolucionarias.
Entre sus primeras tareas para contrarrestar las acciones de los enemigos de la Revolución estuvieron: el apoyo brindado en las zonas montañosas a la Operación Limpieza con la participación de sus miembros en los batallones de milicias campesinas que conjuntamente con integrantes del Ejercito Rebelde, erradicaron las bandas contrarrevolucionarias organizadas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA); así como durante la invasión mercenaria del imperialismo norteamericano por Playa Girón, en la que con la proclamación de las consignas: ¡Patria o Muerte! y ¡Muerte al Invasor!, en menos de 72 horas, pasó a la historia como la Primera Derrota del Imperialismo Yanqui en América Latina y durante la cual los CDR desempeñaron un importante papel en la neutralización de las acciones de apoyo por los elementos contrarrevolucionarios.
Y aunque no es posible a través de una fugaz ojeada de algunos de sus carteles, que con tanto desvelo y fervor han realizado diseñadores gráficos y artistas de la plástica, enumerar todo el protagonismo de esta organización de masas, en los diversos párrafo de este trabajo se exponen aspectos de algunas de las trascendentales actividades acometidas en sus 50 años de trabajo que, además de la vigilancia revolucionaria, ha abarcado la realización de incontables acciones de beneficio social desarrolladas a nivel de cuadra y casa por casa. LEER EL ARTÍCULO COMPLETO...

Puerto Rico: A cinco años del Grito de Hormigueros

Este 23 de septiembre se conmemoró el quinto aniversario del vil asesinato en Hormigueros, por agentes del gobierno estadounidense, del líder independentista Filiberto Ojeda Ríos.
Carlos Rivera Lugo* / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA
Hay que insistir en poner a salvo la memoria histórica del olvido depredador propiciado por nuestra alienante condición colonial. Sobre todo, a nuestros héroes nacionales, aquellos a quienes nos vemos forzados a mantener vivos, como el Mío Cid, conscientes de su fuerza moral ante el poderoso enemigo. En mantenerlos vivos, nos va la mismísima vida como pueblo, como nación. En seguir potenciando el poder de sus palabras, está la clave para apalabrar nuestras propias posibilidades. Y es que en su caso lo apalabrado constituye un anticipo de lo que está en trance de ser.
Este 23 de septiembre se marca el quinto aniversario del vil asesinato en Hormigueros, por agentes del gobierno estadounidense, del líder independentista Filiberto Ojeda Ríos. Para sorpresa de los esbirros, frente a la sangrienta injusticia, la respuesta general no se quedó en otro lamento borincano, sino que se escuchó un grito general de indignación y de lucha. De su muerte brotó una voluntad por “romper el perímetro”, en alusión al cerco que esa tarde y noche le tendieron los agentes federales y policías coloniales. La consigna se erigió en metáfora de la condición colonial-capitalista que nos arrincona cada día como pueblo.
Poco antes de su muerte, el líder Machetero había comunicado su apreciación de que el país entraba en una crisis sin igual, por ser no sólo interna sino que sobre todo sistémica y global: “el capitalismo está en picada…son demasiados los elementos contradictorios”. Y seguía diciendo en su última entrevista otorgada al periodista José Elías Torres que “hay unas situaciones que agravan aún más la crisis del capitalismo, tiene problemas de mercado, tiene problemas de producción, tiene problemas de precios, tienen problemas de todo tipo, que ya no pueden ir resolviendo o sea, que ya la crisis es bien grande. En Puerto Rico, ¿cómo nos afecta? Ya lo hemos visto, dicen siempre que cuando en Estados Unidos les da catarro en Puerto Rico les da pulmonía. Y eso es una realidad”.
Si a eso uno le añade un gobierno colonial a cargo de Luis Fortuño, los dados están echados, pues como presagió Ojeda Ríos en la entrevista antes mencionada: “sería un desastre tener a Fortuño como gobernador en este país”. La crisis es de tal magnitud que un prominente dirigente independentista hace poco admitía en privado que no le interesaría gobernar en las actuales circunstancias, pues no sabría qué hacer.
Sin embargo, Filiberto lo veía claro. Ante la omnicrisis, insistió, se pone sobre el tapete el imperativo supremo de hacer un proyecto viable de salvación nacional, con la independencia como su pivote inescapable: “la crisis que viene es grave y no tiene soluciones inmediatas y aquí la única solución viable, la única solución viable, es la Independencia”.
Abundó: “el status se tiene que resolver, pero de la única forma que se puede resolver el status es que el pueblo se tome conciencia de su realidad y que solamente lanzándose a la calle, exigiendo sus derechos, exigiendo el derecho a la libertad, a la independencia, reclamando lo que por ley internacional nos corresponde, que es la autodeterminación y la independencia”.
Parecía repetir con el poeta Hölderlin: Allí donde alienta el peligro, surge la salvación. La libertad y la necesidad por fin se hallaban cara a cara: “La crisis va a forzar esa situación, porque los pueblos, cuando están en una situación tan dramática, como se va a ir encontrando el pueblo puertorriqueño en la forma en que se está creando la situación, tenemos que darnos cuenta de que no hay alternativa a esta situación, la única alternativa, la verdadera alternativa, es la independencia de Puerto Rico”.
Llamó a “establecer un sistema que sea justo para todo el pueblo y que tome en consideración primordialmente el bienestar del pueblo”. Ahora bien, también advirtió que las tradicionales opciones coloniales, tanto de los estadolibristas como de los anexionistas, estaban históricamente agotadas. De ahí que cualquier salida de la crisis por vía de esas fracasadas fórmulas sólo le daría un nuevo aire a la dependencia colonial.
Al igual que a Filiberto, nunca he logrado entender el afán de algunos independentistas por enmascarar o minimizar la soberanía con la “libre asociación”, cuando la premisa inarticulada es la nefasta aceptación de la idea del “miedo a la independencia”. Esta premisa anda de la mano de otra igualmente funesta: la que sostiene que con el poder de la soberanía plena nos matamos los unos a los otros y, por ende, sólo bajo la tutela permanente del Otro, el Imperio, es que podemos gobernarnos a nosotros mismos.
¿Cómo es que esa soberanía asociada a quien nos ha constituido la subjetividad inferiorizada del colonizado, puede servir de eje a un nuevo proyecto de país? Incluso, aún desde una perspectiva política posibilista me es difícil justificar esa movida ilusionista cuando lo cierto es que la libre asociación tiene, empíricamente hablando, menos apoyo electoral que la propia independencia.
Hay un miedo mayor a la libre asociación que a la independencia. El escritor puertorriqueño José Luis González decía que había que ayudar a agotar en la práctica la opción autonomista, pero es que ésta ya no existe como opción política real sin el apuntalamiento por parte de un sector del independentismo.
De ahí que Ojeda Ríos decía, sin ambages, que la única alternativa real, dictada por la necesidad y no por complejos psicológicos coloniales o voluntarismos ideológicamente motivados, es la independencia. Ya es tiempo que nos dediquemos a armar nuestro propio proyecto de país, sumarle a éste aquellas fuerzas genuinamente interesadas en el apoderamiento soberano de la voluntad común puertorriqueña, y no seguir de rabizas inconsecuentes de los proyectos históricos ya agotados de otros.
Además, insistía el líder independentista: para viabilizar el proyecto liberador había que dejar de tener las miras puestas en el Norte, como referente de nuestro futuro anticipado. Hay que despojarse de las gríngolas coloniales y redirigir las miras políticas hacia el Sur, sobre todo a la luz de los aires de cambio revolucionarios que se viven por doquier. No hay horizonte más propiciatorio de nuestras potencialidades que éste.
“Los puertorriqueños somos antillanos. Somos caribeños. Somos latinoamericanos. Somos hijos de Nuestra América”, enunciaba el líder revolucionario boricua en un ensayo suyo “Puerto Rico, Las Antillas, Nuestra América toda”, publicado también poco antes de su asesinato. Ello me hace recordar una discusión que tuve al respecto hace unos meses con uno de los portavoces del Instituto Soberanista. El modelo económico del Norte, de inspiración neoliberal, no puede ser nuestro referente para la potenciación de una soberanía exitosa. Si hay algo que ha dejado meridianamente clara la más reciente y seria de las crisis sistémicas del capitalismo, la desatada en el 2008 -y que pica y se extiende hasta nuestros días- son los signos evidentes de decadencia por doquier de su fracasado modelo de acumulación por desposesión de las grandes mayorías, como magistralmente lo ha descrito David Harvey.
La propia economía estadounidense, así como la europea, otrora todopoderosas, se hallan hoy en franca decadencia. Mientras los pocos siguen engrosando a sus arcas privadas cantidades escandalosas de riquezas, a los más sólo nos resta conformarnos con el achicamiento progresivo de nuestros salarios, poder adquisitivo y calidad de vida, cuando no la pérdida de los empleos y la capacidad para subsistir con un mínimo de dignidad, seguido de la bancarrota personal y familiar, y el ingreso creciente a las filas de la pobreza y la desesperanza.
La única región del mundo que, según organizaciones internacionales como la CEPAL o el Banco Mundial, ha conseguido alzarse mayormente por encima de las negativas determinaciones de la crisis global actual es Nuestra América. Y lo ha hecho desde sus múltiples experiencias nacionales, que van desde las de Venezuela, Bolivia y Ecuador, hasta las de Brasil, Argentina y Uruguay las cuales, aún en su rica diversidad, tienen como eje de sus respectivos modelos la solidaridad regional, nacional y local como fin ético supremo.
De ahí que en su última locución en los actos conmemorativos del Grito de Lares aquel fatídico 23 de septiembre de 2005, Filiberto sentenciara con la claridad propia de quien se hallaba ya en el portal de la historia: “Las puertas están abiertas y el futuro, tanto económico como político y social, estaría asegurado si logramos liberarnos de este yugo criminal que ha impedido durante tantos años, que podamos regir nuestro destino en unión a nuestros hermanos latinoamericanos”.
18 de septiembre de 2010
*El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño “Claridad”.

La política exterior de un objetivo nacional. El caso de la recuperación del Canal de Panamá.

Para que Panamá pudiera adquirir fuerzas suficientes para sentar al gobierno de Estados Unidos a la mesa de negociaciones, y asegurar el progreso de la negociación, se necesitaron dos cosas: una, convertir ese objetivo efectivamente en una causa nacional. La otra, convertirlo en una causa internacional, ya no solo de un pueblo pequeño, sino en una demanda de muchas naciones, incluso de otras potencias.
Nils Castro / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA
Desde Panamá
Síntesis de las intervenciones del autor en el Seminario y el Taller internacionales “Políticas de integración energética”, celebrado en Asunción, Paraguay, el 28 y 29 de julio de 2010.
Se dice que la política exterior debe definirse de conformidad con el interés nacional. ¿Pero quién decide cuáles son los intereses nacionales y cómo se identifica y jerarquiza a esos intereses?
Comentaré el tema desde la perspectiva de un país chico que lucha por rescatar sus derechos y defender sus intereses frente a una gran potencia, como fue el caso de Panamá, que buscaba recobrar su dominio sobre la porción más valiosa y codiciada de su territorio nacional, la que se encontraba ocupada por Estados Unidos.
Ante la diferencia de fuerzas y recursos entre ambas partes, la resolución de ese diferendo ‑‑que por decenios ocasionó reiteradas confrontaciones‑‑ debía lograrse a través de una negociación, necesariamente muy compleja.
Para emprender una negociación se requieren por lo menos dos cosas: una es tener claridad sobre qué es lo que se quiere lograr y los argumentos sólidos que sustentan las reivindicaciones del país chico. La otra, aprovechar y crear el ambiente y las condiciones apropiadas para respaldar políticamente a la parte más débil, que busca recuperar recursos que la parte fuerte ya tiene en su poder. Es en ese contexto que haré algunas observaciones sobre esa experiencia, en el tiempo del que disponemos.
¿Cuáles son esos intereses nacionales? ¿Por quién y para quiénes se definen y jerarquizan esos intereses? ¿Cómo eso incide en la formulación de la política exterior de un pequeño país en desarrollo, en un mundo dominado por grandes potencias?
Para que sea posible identificar responsablemente esos intereses debe haber un proyecto nacional, con sus objetivos y metas. Ese proyecto podrá ser más o menos explícito o indefinido, pero es de allí que puede inferirse cuáles son las prioridades del país en los distintos campos de la gestión pública, tales como los de seguridad y defensa, economía y desarrollo, formación de recursos humanos, relaciones internacionales, etc., etc.
De las prioridades que resultan del proyecto nacional, se puede deducir cuáles son las tareas que deberán asignarse a las distintas instancias del gobierno. En consecuencia, se podrá evaluar el trabajo de esas instancias según la capacidad que ellas demuestren en la misión de cumplir los objetivos y tareas que les corresponden. LEER EL ARTÍCULO COMPLETO

La rebeldía estudiantil y la lucha por la autonomía universitaria en Guatemala

En los hechos, el gobierno de la Universidad de San Carlos en la actualidad es una expresión de lo que ocurre en la política nacional: grupos de poder que contralan y disputan espacios como cotos privados en deterioro del bien común.

Sergio Tischler / Rebelion

(Fotografía: manifestación del movimiento Estudiantes por la Autonomía Universitaria en Guatemala)

Para entender en actual conflicto en la Universidad de San Carlos de Guatemala es necesario establecer de entrada que el mismo no se reduce a la confrontación de grupos, unos que controlan los órganos de dirección de la institución, y otros que adversan la forma en que se ejerce el poder en la misma.

Para nadie es un secreto, que una de las consecuencias de la política de terrorismo de estado durante los años del conflicto armado fue la de golpear a las fuerzas sociales que durante décadas constituyeron el núcleo de una cultura crítica, heredera de la revolución democrática del 44-54, y que eran el corazón de la autonomía universitaria. La destrucción de ese tejido dio lugar a que se enquistaran en las estructuras del gobierno universitario grupos de poder que, de una u otra manera, han sido anuentes o funcionales a la política estatal, cortando con ello el espíritu crítico de la universidad, sin el cual la autonomía universitaria no pasa de ser una figura formal, detrás de la que se pueden cobijar intereses muy ajenos a la misma, como es el caso, a juzgar por lo acontecido.

Tampoco es un secreto, que dichas autoridades han dado curso a políticas de una muy dudosa modernización educativa, cuyo sentido es el de adecuar la universidad pública a los requerimientos neoliberales. Estas políticas, como en la mayor parte de los países latinoamericanos, han dado como resultado un deterioro de la calidad educativa en la universidad pública, así como el desmantelamiento de la misma como espacio de formación de una colectividad con vocación crítica. Esos dos aspectos pueden ser apreciados como parte de una estrategia de deterioro de la educación pública superior y de fortalecimiento de la educación privada. Pero lo más importante, en relación con la autonomía universitaria, es el hecho de que dicha política está dirigida a debilitar a los actores centrales de la autonomía, como son los estudiantes y los profesores universitarios.

En los hechos, el gobierno de la universidad en la actualidad es una expresión de lo que ocurre en la política nacional: grupos de poder que contralan y disputan espacios como cotos privados en deterioro del bien común. En ese sentido, habría que recordar que la universidad fue reprimida de una manera brutal en los años del terror estatal, entre otras cosas, por el hecho de que su autonomía, con sus contradicciones y límites, constituía una forma de gobierno sin duda superior a cualquier instancia nacional de gobierno desde el derrocamiento de Arbenz. En consecuencia, una forma de gobierno que no podía ser tolerada por la política contrainsurgente. La verdadera crisis de la USAC, la más profunda, viene entonces de lejos, en relación directa con el deterioro de la autonomía en el marco sucesivo de gobiernos contrainsurgentes y gobiernos neoliberales con fachadas democráticas.

La rebelión estudiantil, sin duda es una respuesta a esa crisis. Más allá de los detalles, de las reivindicaciones puntuales que atañen a demandas inmediatas, de las contradicciones y desacuerdos que siempre existen en todo movimiento social, los estudiantes han tomado las instalaciones universitarias para hacer algo que se les ha negado y que es parte de la autonomía: transformar el campus universitario en espacio de discusión crítica. Esto es, en otras palabras, tomar pacíficamente el espacio (una forma de ejercer poder desde abajo) para abrir el espacio. Su objetivo no puede ser el de posicionarse dogmáticamente en las instalaciones universitarias sino conquistar algo que es esencial en el diálogo: la dignidad, o el reconocimiento real de sus derechos en tanto actores de la autonomía universitaria. Este hecho es parte de una lucha que, como tal, presupone acciones de enfrentamiento. En ese sentido, lo que hay que evaluar no es tanto el elemento inmediatamente pragmático de la misma, traducido en acuerdos o rupturas, aunque esto sea importante, sino la orientación de la acción y el campo político que abre al interior de la universidad.

Se puede decir, en esa dirección, que el acto de tomar las instalaciones ya expresa un cambio fundamental en la relación de fuerzas dentro de la universidad. El surgimiento de un grupo de estudiantes que puede iniciar un proceso de lucha como el que se vive habla de un cambio profundo en el estudiantado; cambio que, según las evidencias, parte de una sensibilidad surgida del hartazgo frente al deterioro de la vida universitaria, y que cuenta entre de sus principales atributos la razón que da la lucha por la dignidad de ser estudiante universitario.

Pero no hay que pensar que la dignidad colectiva es una razón ingenua. La dignidad tiene un horizonte de carácter ético-moral; en este caso, el horizonte es el de la autonomía universitaria, un tipo de autonomía que es necesario conquistar, pero que de ninguna manera está garantizada por el movimiento estudiantil. Por esa razón, la autonomía por conquistar es una lucha que nos involucra a todos los que queremos un cambio en la universidad y en el país. Por eso es importante que el movimiento estudiantil no esté solo, hacer esfuerzos para potenciarlo, incluso para que éste no se vaya por el “lado malo”.

La política de los estudiantes tiene ese rasgo, el de la crítica al estado de cosas existente en la universidad. Por el contrario, la élite gobernante de la institución, que, por lo visto, ya no es más un grupo dirigente del conglomerado universitario, tiene un horizonte diferente. Sus expectativas son las de consolidar posiciones de poder que nada tienen que ver con las de la autonomía universitaria, entendida ésta en un sentido fuerte, el cual implica el horizonte y la prácticas críticas a un orden manifiestamente injusto. Más bien, el horizonte es parte del sistema de poder imperante. Por eso, el recurso a la violencia. ¿Cuál es la razón profunda, de naturaleza no instrumental, que pueden esgrimir en un diálogo abierto? Me temo que les alcanza para muy poco.

Los actores políticos institucionales deben de estar muy preocupados por la desobediencia estudiantil, porque la USAC es un espejo donde el resto del país puede verse reflejado. Un país destrozado por las políticas neoliberales, la corrupción, el narcotráfico, y una élite cuya política es la de hacer negocios (“sacarle el jugo”) a toda esa catástrofe, no puede menos que generar tarde o temprano un golpe de dignidad popular, como se está produciendo en las luchas de las comunidades contra los megaproyectos y, en estos momentos, en la Universidad de San Carlos.

Estados Unidos: narcopotencia

Es en el territorio de la narcopotencia y no en Colombia, México, Centroamérica o el Amazonas, donde debería trabarse el principal combate contra el narcotráfico.
John Saxe-Fernández / LA JORNADA
¿Quién le ha dado el derecho (a Estados Unidos) para incluir o excluir a los que cumplen o incumplen compromisos en la lucha internacional contra el narcotráfico? Nadie tiene ese derecho y si alguien lo tuviera sería la ONU. Ésta fue la respuesta de Hugo Chávez a la inclusión de Venezuela en un memorando de la Casa Blanca al Departamento de Estado que lista a los países que no cooperan en la lucha antinarco. El documento, además, promueve una mayor intervención y ocupación de Centroamérica con el pretexto de que la guerra sin cuartel de México y Colombia obligó al narco a replegarse hacia Honduras, Costa Rica y Nicaragua, por primera vez incluidos en la lista de grandes productores o plataformas del narcotráfico en el mundo.
Como se esperaba ya, el gobierno de Laura Chinchilla, de Costa Rica, que autorizó la presencia militar de Estados Unidos en su territorio, ofreciendo inmunidad a soldados y oficiales de ocupación que incurrieran en rupturas a la ley penal internacional, encabeza una iniciativa centroamericana para presionar a Estados Unidos en pos de más ayuda contra el narco.
El memorando también se usa en el caso de Venezuela, con fines político-electorales. Su sesgo oportunista, unilateral y parcial, junto a la cada vez más notoria participación de Estados Unidos en todos los niveles de la estructura y dinámica del narcotráfico, desautorizan la retórica de su guerra antinarco/crimen o sea, lo que en la guerra sicológica y política se conoce como historia de cobertura, la mampara que encubre campañas anti-populares y diseños de intervención y ocupación policial/militar/empresarial de zonas clave por su posición geográfica o por sus recursos.
No es casual que sean militares, Hugo Chávez o el coronel Sued Castro Lima, de la Fuerza Aérea de Brasil, quienes, entre otros, llamen la atención sobre el fenómeno: Estados Unidos se erige como juez de otros, mientras ejerce el dominio abrumador y es el principal beneficiario de los magnos negocios derivados del narcotráfico y el crimen organizado. Castro Lima (http://www.adital.com.br/) muestra lo insostenible del argumento de fachada de combate al narcotráfico de la Casa Blanca: en Colombia la producción de cocaína aumentó porque también lo hizo el mercado concentrado en Estados Unidos y en años recientes el precio de la cocaína cayó 36 por ciento resultado del aumento de la oferta y no de una reducción de la demanda.
Esos y otros datos indican que a nivel internacional Estados Unidos se perfila como la principal narcopotencia: es gran productor de mariguana y los más de 7 millones de adictos a la cocaína que la consumen en su territorio, constituyen el mayor mercado del orbe. Además se sabe que 70 por ciento del dinero se lava ahí, significando, dice Castro Lima, ...que las mafias que operan en su territorio dominen 90 por ciento del lucro del gran negocio, que queda en manos de las mafias de Estados Unidos.
En Afganistán la producción de opio desapareció entre 1996-2001 porque el Talibán consideró a la droga anti-islámica: hoy, con la invasión y ocupación de Estados Unidos, las transacciones ilícitas florecen y la región produce 70 por ciento del opio del mundo.
En nuestra región la industria armamentista de Estados Unidos es beneficiaria de doble vía de esta guerra sui géneris: Estados Unidos es el principal abastecedor (al 90 por ciento) de armas a los cárteles que operan acá ¡y a los ejércitos que los combaten! duplicando así exportaciones y beneficios. Al norte, los dólares; al sur, los muertos.
Castro Lima acierta al decir que la intención es aplastar los movimientos populares o revolucionarios que surgen en América Latina y la intimidación o neutralización de iniciativas regionales tipo UNASUR. También lo es debilitar cualquier expresión de jurisdicción estatal, sea en Canadá, México o Venezuela, que interfiera con el fluido acceso de Estados Unidos y sus socios a negocios o recursos vitales como electricidad, gas y petróleo.
Es en el territorio de la narcopotencia y no en Colombia, México, Centroamérica o el Amazonas, donde, en palabras de Castro Lima ...debería trabarse el principal combate contra el narcotráfico.

UNAM: 100 años

Además de su dimensión académica, esta institución ha sido espacio de análisis y debate para los principales movimientos sociales y las propuestas de transformación nacional e internacional.
Editorial de LA JORNADA (México, 22 de setiembre de 2010)
El 22 de septiembre de 1910, dos meses antes del comienzo de la Revolución Mexicana, Justo Sierra encabezó la inauguración de la Universidad Nacional, heredera de la Real y Pontificia Universidad de México, la cual, a su vez, tenía tras de sí tres siglos y medio de acumulación de conocimientos y cultura. Es inquietante y significativo de la circunstancia actual de México que el centenario de la máxima casa de estudios haya pasado prácticamente inadvertido para una oficialidad volcada a convertir en fiesta dispendiosa e insustancial las conmemoraciones de las gestas insurreccionales iniciadas en 1810 y 1910.
A pesar de esa omisión inexcusable, la sociedad mexicana tiene sobrados motivos para festejar el primer siglo de su principal institución de educación media superior y superior, que es, por añadidura, el más importante centro de investigación, reflexión y de encuentro entre el país y el mundo, así como uno de los principales faros de difusión cultural y científica y una de las salvaguardas fundamentales del patrimonio histórico común
Si hubiera que reducir a la UNAM a unas cuantas cifras esenciales, tendrían que anotarse, entre otras, las siguientes: 314 mil alumnos, 35 mil académicos, tres mil 500 investigadores, 2 mil edificios, 139 bibliotecas, 56 mil computadoras conectadas en red, 18 museos, otros tantos recintos históricos, un canal de televisión y una estación de radio, una casa editora de miles de libros y de cientos de publicaciones periódicas, así como una Ciudad Universitaria que ha sido declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad. Más allá de los activos, en la institución se imparten 85 licenciaturas y operan 40 programas de posgrado, con 83 planes de estudio para maestría y doctorado, así como 34 programas de especialización con 189 orientaciones. Prácticamente no hay un ámbito del conocimiento universal en el que la máxima casa de estudios no tenga especialistas de primer nivel, desde los estudios medievales hasta la nanotecnología, pasando por las ciencias jurídicas, la odontología y la informática.
Además de su dimensión académica, esta institución ha sido espacio de análisis y debate para los principales movimientos sociales y las propuestas de transformación nacional e internacional. Mención especial merece el movimiento estudiantil de 1968, gestado principalmente en la UNAM y en el Instituto Politécnico Nacional, que prefiguró, así haya sido en forma trágica, los avances democráticos experimentados por el país en años posteriores. Al mismo tiempo, la UNAM ha fungido como un elemento inapreciable de superación personal en lo individual y de movilidad social en lo colectivo, y ha permitido que millones de estudiantes de origen humilde, hijos de campesinos, de obreros y de pequeños comerciantes, ingresaran a la clase media, fenómenos que a su vez abonaron la estabilidad política y la gobernabilidad durante largas décadas.
Por otra parte, la Universidad Nacional ha ofrecido trabajo y refugio a miles de profesionistas extranjeros: españoles republicanos obligados a salir de su país por la barbarie franquista; centro y sudamericanos que llegaron a México huyendo de las dictaduras militares; profesionistas de Europa del este expulsados por las convulsiones económicas, políticas y bélicas que siguieron al derrumbe del Pacto de Varsovia y de la Unión Soviética. Esa apertura, congruente con la tradición de asilo que caracterizó a nuestro país, no sólo abrió nuevas perspectivas vitales y profesionales a incontables ciudadanos del mundo, sino enriqueció el quehacer académico y cultural de México.
A pesar de su vastedad y de su evidente utilidad institucional, la UNAM se encuentra, desde hace un par de décadas, sometida a una inocultable animadversión del poder público, el cual, desde antes de la alternancia presidencial de 2000 y hasta la fecha, concibe a la educación con estrechos criterios de rentabilidad inmediata e ignora la importancia de una enseñanza pública de calidad. La principal expresión de esa hostilidad –aunque no la única– ha sido el permanente acoso presupuestal de autoridades empeñadas en transferir las responsabilidades educativas del Estado a operadores privados.
La preservación de la institución y su defensa ante esta adversidad requiere del concurso de toda la sociedad, porque una degradación de la máxima casa de estudios sería una pérdida gravísima para el país en términos educativos, culturales, teconológicos, de desarrollo científico y humano, de soberanía, de estabilidad y de civilización. Larga vida a la UNAM.

La muerte del “Mono Jojoy”

Queda por ver si este nuevo episodio mejora o, al contrario, deteriora las precarias condiciones para que se dé un proceso de negociación para la paz en Colombia.
Guillaume Long / El Telégrafo (Ecuador)
(Fotografía: los presidentes Juan Manuel Santos y Barack Obama celebraron la noticia en Nueva York)
La operación Sodoma y la muerte del “Mono Jojoy” y de su séquito más cercano tendrán sin duda consecuencias políticas importantes.
En primer lugar, se confirma la tendencia de un presidente Santos cada vez más fuerte y con cada vez mayor legitimidad en cuanto a “seguridad democrática” se refiere. El miedo de Álvaro Uribe de que Santos pudiera expropiarle su monopolio sobre el conservadurismo seguritista tenía asidero. Santos demuestra que no hace falta que esté Uribe en el poder para que se sigan dando golpes militares a las FARC. Santos consolida, entonces, la noción de que él es el gran artífice de las operaciones Fénix, Jaque y Sodoma.
En segundo lugar, resulta evidente que la muerte de Víctor Julio Suárez Rojas, alias “Jorge Briceño Suárez”, o “Mono Jojoy”, apodo que habría adquirido debido a su capacidad para burlar cercos militares y escabullirse en la selva (reproduciendo la destreza de un gusano selvático conocido como el “mojojoy”), es un golpe importante a la guerrilla. El “Mono Jojoy” venía encabezando, desde hace años, el ala militar del secretariado de las FARC. Era, además, conocido como un miembro del “ala dura”, contrariamente a Raúl Reyes, generalmente percibido como más proclive a una salida negociada al conflicto. Verdadero némesis de varios gobiernos colombianos y el hombre más buscado de la organización, Briceño era el “terrorista” que todos amaban odiar. Su gruesa figura, boina negra y largos bigotes sobrepasando la comisura de los labios, constituían uno de los rostros más conocidos y temidos de las FARC. En este sentido, nadie puede negar el importante golpe de efecto logrado por el Gobierno colombiano.
Por otro lado, no es menos cierto que el “Mono Jojoy” parecía jugar un papel cada vez menos protagónico en el seno de la organización. Muchos hablaban de serios problemas de salud y circulaba el rumor de una diabetes avanzada. Además, el nuevo líder de las FARC, Alfonso Cano, no parecía tener cercanía con Briceño, por lo que muchos especularon (como suele ser en el caso de las FARC) que el “Mono Jojoy” había sido aislado dentro de la organización. Quizás por este motivo, su muerte tenga efectos menos visibles en la estructura interna de las FARC. La organización, además, ha tenido una notoria capacidad de reciclarse, ascendiendo a nuevos cuadros en el lugar que ocuparon los caídos.
Queda por ver si este nuevo episodio mejora o, al contrario, deteriora las precarias condiciones para que se dé un proceso de negociación. Varios políticos, incluyendo la incansable luchadora por la paz, la senadora Piedad Córdoba, pero también el ex presidente Ernesto Samper, recibieron la noticia de la muerte de Briceño con un llamado al diálogo entre las partes. Muchos han observado que este último golpe a las FARC no significaba ni la muerte de la organización ni el fin de un conflicto que tiene aún mucho potencial para eternizarse.
El Gobierno, por su lado, puede haber necesitado un golpe político de esta naturaleza para contemplar sentarse a negociar con las FARC. Al mismo tiempo, también se corre el riesgo de que este tipo de gobierno sucumba ante la gran tentación de seguir en esta misma lógica militar; de pasar de la operación Sodoma a la operación Gomorra, y así sucesivamente, en contra de otros líderes guerrilleros.
En el corto plazo, las FARC responderán con más belicismo. Pero en el mediano y largo plazo, la muerte del “Mono Jojoy” podría contribuir a fortalecer el ala menos intransigente del grupo, lo que –dejándonos llevar momentáneamente por una pizca de optimismo (a veces necesario)– podría abrir las puertas a una urgente salida negociada al conflicto.

Democracia, ¿en todas partes, en ninguna parte?

No todo el mundo está convencido de que todos vivimos en países verdaderamente democráticos, en los cuales la gente –todo el pueblo– sean quienes en verdad mandan, es decir, hacen las decisiones.
Immanuel Wallerstein / LA JORNADA
La palabra democracia es muy popular en estos días. Hoy, virtualmente no hay país en el mundo cuyo gobierno no reivindique ser el gobierno de una democracia. Pero al mismo tiempo, virtualmente no hay país del mundo hoy del que otros –dentro del país y en otros países– no denuncien al gobierno por ser antidemocrático.
Parece haber muy poco acuerdo acerca de lo que queremos decir cuando decimos que un país es democrático. El problema es muy claro en la misma etimología del término. Democracia viene de dos raíces griegas –demos, o pueblo, y kratia, dominio, la autoridad para decidir. Pero ¿qué queremos decir con dominio? ¿Y qué queremos decir con pueblo?
Lucien Febvre nos mostró que siempre es importante mirar la historia de una palabra. La palabra democracia no fue siempre tan popular universalmente. La palabra arribó a su uso común político moderno durante la primera mitad del siglo 19, sobre todo en Europa occidental. En ese entonces, tenía las tonalidades que hoy tiene el terrorismo.
La idea de que el pueblo pudiera de hecho mandar era considerada por las personas respetables como una pesadilla política, soñada por radicales irresponsables. De hecho, el objetivo principal de las personas respetables era asegurarse de que no sería la mayoría de la gente quien tuviera la autoridad de decidir. La autoridad tenía que dejarse en manos de personas que tenían intereses en conservar el mundo como era, o como debería ser. Éstas eran personas con propiedades y sabiduría, que eran consideradas competentes para hacer decisiones.
Tras las revoluciones de 1848, en la cual el pueblo se levantó en revoluciones sociales y nacionales, los hombres con propiedades y competencia se fueron atemorizando. Respondieron primero con la represión, y luego con concesiones calculadas. Las concesiones eran admitir a gente, lentamente y paso a paso, a que votaran. Pensaron que el voto podría satisfacer las demandas del pueblo y en efecto lo cooptaría a que mantuviera el sistema existente.
Durante los siguientes 150 años, esta concesión (y otras) funcionaron hasta cierto punto. El radicalismo fue acallado. Y después de 1945, la propia palabra, democracia, fue cooptada. Ahora todos alegan estar a favor de la democracia, que es adónde estamos hoy.
El problema, sin embargo, es que no todo el mundo está convencido de que todos vivimos en países verdaderamente democráticos, en los cuales la gente –todo el pueblo– sean quienes en verdad mandan, es decir, hacen las decisiones.
Una vez que se escoge a los representantes, con mucha frecuencia no cumplen las demandas de la mayoría, u oprimen a importantes minorías. La gente reacciona con frecuencia, protestando, con huelgas, con levantamientos violentos. ¿Es democrático que se ignoren las manifestaciones? ¿O lo democrático es que el gobierno se pliegue y se someta a la voluntad del pueblo?
¿Y quiénes son el pueblo? ¿Son la mayoría numérica? ¿O hay grupos principales cuyos derechos deben garantizarse? ¿Deben grupos importantes contar con una autonomía relativa? ¿Y qué clase de compromisos entre la mayoría y las minorías importantes constituyen resultados democráticos?
Finalmente, no debemos olvidar los modos en que la retórica en torno a la democracia se utiliza como instrumento geopolítico. Regularmente, denunciar a otro país de antidemocráticos se usa como justificación para entrometerse en países políticamente más débiles. Tales intromisiones no necesariamente tienen por resultado que lleguen al poder gobiernos más democráticos; son sólo diferentes o tal vez con política exteriores diferentes.
Quizá debamos pensar que la democracia es una reivindicación y una aspiración que no se ha concretado aún. Algunos países parecen ser más antidemocráticos que otros. Pero, ¿acaso hay países que puedan demostrar ser más democráticos que otros?

sábado, 18 de septiembre de 2010

Crimen organizado, violencia y los Estados Unidos

El narcotráfico y otras formas de asociación que generan violencia social, les ofrece la coartada perfecta a los Estados Unidos para tener una presencia constante en la región, presencia que es cada vez más militar, a tono con las políticas represivas y de mano dura que prevalecen.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
(Ilustración tomada de www.elpais.cr)
En menos de un mes, tres acontecimientos vinculados al crimen organizado sacudieron a México y Centroamérica:1) El asesinato de 72 migrantes, en su mayoría centroamericanos, en tránsito hacia Estados Unidos en Tamaulipas, México; 2) La captura de dos importantes “capos” del narcotráfico también en ese país; 3) El paro de transporte decretado por las maras en El Salvador como parte de una estrategia para presionar al gobierno que estaba tramitando una ley que endurecía penas contra ellos.
La escalada de violencia desborda la capacidad de respuesta de los Estados, que optan por políticas de mano dura que, sin embargo, como se viene demostrando de forma reiterada, no dan ningún resultado porque, en vez de disminuir, los índices de violencia crecen exponencialmente no solo en número sino, también, en sadismo y perversión.
La población está asustada; ciudades como Ciudad de Guatemala, de más de tres millones de habitantes, queda casi vacía antes de las 7 de la noche porque la gente se parapeta en sus casas, sitio en los que otrora se sentían seguros pero ya no. Los niños y adolescentes de las clases medias socializan desde sus habitaciones a través de chat y las redes sociales como Facebook y Twitter. Los de las clases populares ven televisión, se juntan en las esquinas y ven con recelo a las barras de la calle de al lado.
El tercer actor en disputa en esta lid, además del Estado y el crimen organizado, son los Estados Unidos, que cada vez está más presente en la región en el papel de la caballería que salía al rescate en las películas del Oeste en el momento más crítico, cuando los apaches o los comanches estaban a punto de degollar y despojar de sus cuellos cabelludos a los pacíficos colonos portadores del progreso y la civilización.
El suyo es un papel interesado. El narcotráfico y otras formas de asociación que generan violencia social, les ofrece la coartada perfecta para tener una presencia constante en la región, presencia que es cada vez más militar, a tono con las políticas represivas y de mano dura que prevalecen.
En Costa Rica, el gobierno de la señora Laura Chinchilla le exige al gobierno norteamericano que coopere más, y le sugiere un plan similar a la Iniciativa Mérida. En ese contexto es que en la Asamblea Legislativa se aprueba la llegada de una verdadera armada norteamericana al país, misma que, hasta el momento, no ha detectado ningún alijo de droga, a ningún capo de ningún cartel local ni foráneo, ni ha provocado la disminución de la creciente violencia social.
Pero los Estados Unidos están ahí, profitando del miedo y el desabarajuste, como igual lo hicieron en Haití a cuenta del terremoto. Es una cara del smart power de Obama, la expresión contemporánea de la Doctrina Monroe de América para los Americanos y que antes se expreso en la Diplomacia del Dólar, la Política del Buen Vecino, la Política del Gran Garrote, la Alianza para el Progreso y otras.
Los norteamericanos vienen ahora como los grandes salvadores o, mejor dicho, como los únicos salvadores, y sacan a relucir sus buques, sus helicópteros artillados que, como todos saben, no tienen nada que hacer contra el narcotráfico y la violencia organizada, pero que vigilan y cercan a quienes, díscolos y rebeldes le hacen la vida imposible en América Latina.
¿Le conviene a los Estados Unidos que cese la violencia y el tráfico de drogas? No. Es por eso que no solo no los combaten efectivamente sino participan, con ellos, del negocio. No es que veamos diablos norteamericanos por todas partes y rehuyamos la cuota de responsabilidad que, eventualmente, atañe a la parte latinoamericana, pero es que el “hermano mayor” es el que marcha a la vanguardia en este tipo de cosas.

Bicentenario y “desarrollo” en una nación amenazada

Más que una oportunidad para la reafirmación de hegemonías políticas e identitarias, la celebración del Bicentenario debería ser vista por las fuerzas sociales y políticas costarricenses, y centroamericanas en general, como una ocasión propicia para construir un nuevo proyecto nacional y regional democrático e inclusivo.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
(Ilustración tomada de www.elpais.cr)
En el marco de las celebraciones de la Independencia nacional, el día 15 de setiembre, la opinión pública costarricense conoció dos mensajes, en apariencia, contradictorios. El primero, merecedor de un titular de primera plana del diario La Nación , augura que en el año 2021, año del bicentenario de la independencia de Centroamérica, Costa Rica ingresará al Primer Mundo. ¡Por fin seremos un país desarrollado! Como ya el expresidente Oscar Arias, oráculo neoliberal, fijó la meta durante su mandato, lo único que debe hacer el actual gobierno, y los que vengan después, es seguir la ruta trazada.
El segundo mensaje nos fue revelado por la presidenta Laura Chinchilla, en su discurso en el acto oficial de ese día. La patria está amenazada por el enemigo más peligroso que ha enfrentado en su historia, mucho más que los filibusteros norteamericanos de 1856: el narcotráfico. “Soplan ya en nuestro suelo los mismos vientos de violencia e inseguridad que se despliegan con furia en otros países de Centroamérica y más allá de la región”, dijo la mandataria.
¿Estamos en la antesala del paraíso terrenal o a las puertas del infierno? Ni lo uno ni lo otro, pero la proyección de ambos escenarios resulta funcional –y necesaria- para la clase política gobernante y sus grupos de poder económico afines.
El mensaje del “desarrollo”, enunciado desde el diario insignia del Grupo Nación, uno de los conglomerados de medios más influyente del país y de la región centroamericana, no representa otra cosa sino la profundización del proyecto neoliberal tardío, de filiación panamericanista, en el que se encuentra inmerso el país.
Se trata de una noción de “desarrollo” limitada, incompleta, excluyente aunque pretenda alcanzar “logros sociales”. En consecuencia, tampoco cuestiona la dualidad del modelo económico costarricense –y sus implicaciones sociales y culturales-, y que el Dr. Luis Paulino Vargas describe como la conformación de “un sector de alta productividad, bajo control del capital transnacional o sus socios internos, y otro, básicamente en manos de capital nacional, relativamente rezagado y sistemáticamente ignorado o pospuesto por las políticas en aplicación” (Costa Rica en los inicios del siglo XXI, 2008. CIALC. Pp. 57-58). Y todo esto, en medio del boom de la especulación financiera e inmobiliaria, que agiganta fortunas de dudosa procedencia en un dos por tres (¿incluidas las del narcotráfico y el lavado de dólares?).
El de la inseguridad, por su parte, es un mensaje que apela a la intervención. La presidenta Chinchilla así lo dijo al pie del Monumento Nacional en San José: para salvarnos, debemos mirarnos en el espejo de la crisis mexicana y pedir más ayuda a los Estados Unidos. Los buques y los marines en las costas ya no son suficientes.
De nuevo, se recurre a la imagen del Estado fallido y se instala en el imaginario público la necesidad de fortalecer al poder Ejecutivo, en detrimento de los demás poderes, para sortear la crisis. Al mejor estilo de la presidencia de Álvaro Uribe en Colombia. No por casualidad, en las últimas semanas, la presidenta Chinchilla, su Ministro de Seguridad y el Comisionado Antidrogas se han enfrentado abiertamente al Tribunal Constitucional, luego de que este dictara una resolución judicial que le impide a las fuerzas policiales realizar retenes a discreción en las vías públicas, como lo venían practicando de manera sistemática. Con el país en estado de guerra, la política de seguridad del gobierno invierte el principio de inocencia: todos somos culpables hasta que se pruebe lo contrario.
Ambos mensajes alimentan el relato que construye el poder y que dicta la imposibilidad de explorar otros caminos, en todos los aspectos de la vida social. Es decir, fuera del orden neoliberal y de la geopolítica (subordinada) de la seguridad nacional, no existen alternativas.
Más que la reafirmación de hegemonías políticas e identitarias, la celebración del Bicentenario debería ser vista por las fuerzas sociales y políticas costarricenses, y centroamericanas en general, como una ocasión propicia para construir un nuevo proyecto nacional y regional democrático e inclusivo; que desmonte las estructuras de opresión vigentes, tan bien explotadas por los imperios a lo largo de nuestra historia; que concilie la diversidad cultural y la riqueza ambiental en la construcción del bien común, y no en la competencia voraz por la producción y el crecimiento económico sin más, raíz de la crisis que hoy enfrenta la civilización occidental.
Tenemos una década para pasar de la resistencia social, pararrayos de la contrarreforma neoliberal conservadora, a la ofensiva de las ideas y la acción política. ¿Seremos capaces de lograrlo?

El tiempo es el lugar de la acción

Nuestra idea hoy, a 200 años de aquellos 1810, es releer un “viejo debate” sobre educación, entre dos maestros de Simón Bolívar.
Carla Wainsztok* / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA
(Ilustración: el maestro Simón Rodríguez)
Desde los inicios de nuestra historia se han enfrentado dos proyectos pedagógicos, un proyecto popular que podríamos denominar un plan pedagógico de operaciones y un proyecto para unos pocos.
Nuestra idea hoy, a 200 años de aquellos 1810 es releer un “viejo debate” sobre educación, sólo queremos recordar que se tratan de dos maestros de Bolívar.
Andrés Bello y Simón Rodríguez
Comencemos por las coincidencias, ambos comparten la necesidad de construir una nueva gramática, una gramática nacional. Patria y lengua. Por lo tanto ambos temen a las imitaciones.
“¡Qué situación la de nuestros países! (…)¡Y aún no acabamos de desengañarnos de que la imitación servil de las instituciones de los Estados Unidos no puede acarrearnos más que estrago, desorden, anarquía falsamente denominada libertad, y despotismo militar temprano o tarde! (Bello, 1993:19)
La preocupación por los Estados Unidos también está presente en Rodríguez, “la sabiduría de Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son dos enemigos de la libertad de pensar en América” (Rodríguez, Tomo II 1988: 133)
Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre Rodríguez y Bello y es en relación a la educación y la igualdad.
“Más no todos los hombres han de tener igual educación aunque es preciso que todas tengan alguna, porque cada uno tiene distinto modo de contribuir a la felicidad común.” (Bello, 1993: 25) En tanto, para el Rousseau tropical, todos los niños deben saber leer porque “mañana serán los Diputados, los Jueces, los Ministros, los Plenipotenciarios, los Generales y los Presidentes” (Rodríguez, Tomo I 1988: 400), y sostiene: “En los niños pobres (…) está la Patria” (Rodríguez, Tomo I 1988: 286)
Para el autor de El Araucano “las clases menos acomodadas (…) como las más numerosas y las más indigentes, son las que más exigen la protección de un gobierno para la ilustración de su juventud. Más como sus necesidades sociales son diferentes,(…) es preciso también darles una educación análoga a esta situación particular” (Bello, 1993: 42). Es muy sugestivo también en Bello, el silencio sobre la educación de los “indios”.
Rodríguez intuye que su proyecto no va a ser bien recibido por los “Doctores de antaño” (Rodríguez, Tomo II 1988: 35); ya que allí se enseña a “hablar la Lengua de los Bárbaros y haciendo platos, botellas, tapias, silletas y clavos” (Rodríguez, Tomo II 1988: 35).
Pero hay un dato más. Rodríguez acusa a los clérigos y abogados viejos de apoderarse de Sucre.
Formar maestros
Bello sostiene: “Para generalizar y uniformar a un mismo tiempo la instrucción, nada más obvio y eficaz que la creación de escuelas que formen a los profesores. Consultando en ellas la perfección y la sencillez de los métodos y diseminando después a los alumnos aptos por todo el territorio de la república, como otros tantos apóstoles de la civilización” (Bello, 1993: 42).
Entonces la figura del maestro como apóstol de la civilización. Dos figuras nos interesan, a) la del apóstol y b) la de la civilización.
A) El maestro es un apóstol: “El mismo sistema de relevos y transformaciones que une la mazmorra con la cárcel moderna une el monasterio con la escuela” (Pineau, 2007:31), pero no sólo con el templo sino con la autoridad del maestro. Durkheim había llegado a comparar la función del maestro con la del sacerdote.
B) ¿Quiénes son los bárbaros? Los primeros usos del concepto civilización tienen su origen en la polis griega y en la ciudad romana, lo mismo sucede con el concepto de bárbaro sin embargo es una categoría “a través del cual no se define sino que se califica al Otro” (Svampa, 2006:20).
¿Cuándo se comenzó a calificar al Otro en Nuestra América? En 1833 se traduce al español a Fenimore Cooper, el autor de El último de los mohicanos y de La Pradera, “libro del cual se extrae el célebre tema” (Svampa, 2006: 36).
Entonces tal vez no sea Benjamín Franklin el único “ídolo” de Sarmiento. El texto Civilización y Barbarie data de 1845.
Retomando, el maestro es entonces para Sarmiento el apóstol de la civilización por medio de la palabra y del silabario, pero ¿qué sucede si estas herramientas no alcanzan para civilizar? Para ello están, además de la palabra y la pluma, la espada.
Al respecto es muy interesante observar en la obra “del padre del aula” argentino, las infancias de Artigas (Conflicto y armonía de razas en América), de Facundo Quiroga (Facundo, Civilización y barbarie) en contraste con su propia infancia (Recuerdos de Provincia).
En 1847, Bello le propone a Sarmiento que su texto Educación Popular sea material de lectura en Chile. Y un dato más, en dicho texto se confunden los conceptos de Educación Popular con Instrucción Pública. Parece un despropósito llamar popular un texto donde puede leerse: “Cualquiera que estudia detenidamente los instintos, la capacidad industrial e intelectual de las masas en la República Argentina, Chile, Venezuela (…) tiene ocasión de sentir los efectos de aquella inevitable pero dañosa amalgama de razas incapaces o inadecuadas para la civilización” (Sarmiento: 1849, 17).
El próximo año, se van a cumplir doscientos años del nacimiento de Sarmiento, seguramente se van a realizar celebraciones, congresos. Queda como tarea construir una educación popular para todos, una verdadera formación latinoamericana y popular sin zonceras, sin disfraces. “Si el tiempo es el lugar de la acción” (Rodríguez, Tomo II 1988:360) es el momento de (re) crear un plan pedagógico de operaciones.
*Profesora de Teoría Social Latinoamericana. (UBA) Argentina
Bibliografía
Bello, Andrés (1993) Educación, CEAL, Buenos Aires.
Pineau, Pablo (2008) ¿Qué es lo popular de la educación popular?, en Movimientos sociales y educación. Elisalde Roberto, Ampudia Marina (Compiladores). Buenos Libros. Buenos Aires
Rodríguez, Simón (1988) Obras Completas, Caracas, Ediciones del Congreso de la República de Venezuela.
Sarmiento, Domingo (1849) Educación popular, Imprenta de Julio Belin y Compañía, Santiago.
Svampa, Maristella (2006) El Dilema argentino, Buenos Aires, Taurus.