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sábado, 12 de mayo de 2012

Extractivismo, ejércitos y modelos alternativos de desarrollo

En el Perú y Guatemala hay verdaderas sublevaciones de poblaciones enteras, mismas que los gobiernos correspondientes no dudan en reprimir literalmente a sangre y fuego. Los pueblos latinoamericanos han arribado en los últimos años, por experiencia propia, a la convicción que el modelo de desarrollo depredador que las clases dominantes les ofrecen no tiene futuro y por ello se oponen tajantemente a él.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

Como en los viejos tiempos: en Guatemala, el general
 Otto Pérez Molina  supervisó las acciones militares
de represión  en Santa Cruz Barillas ( Plaza Pública).
El extractivismo sigue haciendo carrera en América Latina. Prácticamente no hay país en donde no se haya entronizado alguna de sus formas: explotaciones mineras, petroleras,  de gas o agroindustria que no paran mientes a la hora de impulsar sus proyectos.

La industria extractiva sitúa a América Latina en una línea de continuidad con lo que ha sido el papel que se le ha asignado en la economía mundial desde siempre: el de proveedora de materias primas. Desde hace unos 10 años, estas materias primas han adquirido precios relativamente altos por varias razones, pero principalmente por la pujanza de la economía de la República Popular China. Por ello, nuestro subcontinente se ha visto relativamente a salvo del contagio de la crisis que están  viviendo Estados Unidos y Europa.

La explotación de estos recursos naturales, por su carácter estratégico, debe estar en manos de los países en cuyo territorio se encuentran. Esta regla básica y casi que de sentido común, fue rota en los años de las reformas neoliberales, cuando se festinaron no solamente esos recursos sino todos los que estuvieran en manos de los Estados. En ese festín hicieron su agosto compañías transnacionales, sobre todo de Estados Unidos, Canadá y Europa, que se lanzaron en actitud de rapiña sobre lo que tan descocadamente se les ofrecía.

Los resultados fueron catastróficos en todas partes y hoy tales entuertos empiezan a revertirse en algunas partes. Eso fue lo que pasó con la renacionalización de la empresa petrolera argentina hace pocos días, pero antes ya se habían dado importantes pasos en esa dirección en Bolivia, Ecuador y Venezuela.

Pero en Perú, Colombia, Guatemala y otros países las cosas no solo siguen igual que antes sino que empeoran, en la medida en que la gente que se ve afectada directamente por esas explotaciones se opone y protesta. En el Perú y Guatemala hay verdaderas sublevaciones de poblaciones enteras, mismas que los gobiernos correspondientes no dudan en reprimir literalmente a sangre y fuego.

En el Perú,  los pobladores de Andahuaylas y Chicheros prácticamente paralizaron la provincia de Purímac a finales del 2011: “Las masas quieren que el paro continúe en rechazo a la actividad minera” dijo Abel Ortega, dirigente de los movilizados en Andahuaylas. Estos poblados, que se dedican a la agricultura, ven con espanto la contaminación de sus aguas y del aire que trae la explotación minera, la usurpación de sus tierras y la prepotencia de las compañías.

En Guatemala, los últimos acontecimientos han sido los de Santa Cruz Barillas, en donde sus habitantes han visto reditarse cuadros de represión por parte del ejército y la policía que les traen recuerdos de los tiempos de la guerra. La sublevación del pueblo ha traído castigo que ha sido supervisado directamente por el presidente de la república, el exgeneral Otto Pérez Molina quien, apersonándose en el lugar de los acontecimientos, felicitó a las fuerzas represivas por su actuación.

Como puede verse, los ejércitos y, más en general, los cuerpos represivos de estos países, cumplen a cabalidad su papel de ser fuerzas de ocupación en su propio territorio. A pesar que en países como Guatemala se firmaron acuerdos de paz que orientaban para que esas instituciones se reformaran y cumplieran un papel diferente, la evidencia nos muestra que siguen siendo eficientes y operativos cuando de reprimir al pueblo se trata. Su tan cacareada ineficiencia para contrarrestar los verdaderos flagelos de nuestro tiempo, el crimen organizado y el narcotráfico, brilla por su ausencia en estas otras circunstancias.

Los pueblos latinoamericanos han arribado en los últimos años, por experiencia propia, a la convicción que el modelo de desarrollo depredador que las clases dominantes les ofrecen no tiene futuro y por ello se oponen tajantemente a él. No se trata ni de agitadores extranjeros venidos de fuera  ni de revoltosos al servicio de narcotraficantes  interesados en crear caos para pescar en río revuelto, como argumenta la presidencia de Guatemala.

El maldesarrollo es el causante de tanto revuelo, y este no cejará hasta que haya un cambio de dirección que, desafortunadamente, en los dos países mencionados, en donde en estos momentos la protesta ciudadana es más álgida, no parece asomar por ninguna parte.

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