En el Perú y Guatemala hay verdaderas
sublevaciones de poblaciones enteras, mismas que los gobiernos correspondientes
no dudan en reprimir literalmente a sangre y fuego. Los pueblos latinoamericanos han arribado en
los últimos años, por experiencia propia, a la convicción que el modelo de
desarrollo depredador que las clases dominantes les ofrecen no tiene futuro y
por ello se oponen tajantemente a él.
Rafael
Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Como en los viejos tiempos: en Guatemala, el general Otto Pérez Molina supervisó las acciones militares de represión en Santa Cruz Barillas ( Plaza Pública). |
El extractivismo sigue haciendo carrera
en América Latina. Prácticamente no hay país en donde no se haya entronizado
alguna de sus formas: explotaciones mineras, petroleras, de gas o agroindustria que no paran mientes a
la hora de impulsar sus proyectos.
La industria extractiva sitúa a América
Latina en una línea de continuidad con lo que ha sido el papel que se le ha
asignado en la economía mundial desde siempre: el de proveedora de materias primas.
Desde hace unos 10 años, estas materias primas han adquirido precios
relativamente altos por varias razones, pero principalmente por la pujanza de
la economía de la República Popular China. Por ello, nuestro subcontinente se
ha visto relativamente a salvo del contagio de la crisis que están viviendo Estados Unidos y Europa.
La explotación de estos recursos
naturales, por su carácter estratégico, debe estar en manos de los países en
cuyo territorio se encuentran. Esta regla básica y casi que de sentido común,
fue rota en los años de las reformas neoliberales, cuando se festinaron no
solamente esos recursos sino todos los que estuvieran en manos de los Estados.
En ese festín hicieron su agosto compañías transnacionales, sobre todo de
Estados Unidos, Canadá y Europa, que se lanzaron en actitud de rapiña sobre lo
que tan descocadamente se les ofrecía.
Los resultados fueron catastróficos en
todas partes y hoy tales entuertos empiezan a revertirse en algunas partes. Eso
fue lo que pasó con la renacionalización de la empresa petrolera argentina hace
pocos días, pero antes ya se habían dado importantes pasos en esa dirección en
Bolivia, Ecuador y Venezuela.
Pero en Perú, Colombia, Guatemala y
otros países las cosas no solo siguen igual que antes sino que empeoran, en la
medida en que la gente que se ve afectada directamente por esas explotaciones
se opone y protesta. En el Perú y Guatemala hay verdaderas sublevaciones de
poblaciones enteras, mismas que los gobiernos correspondientes no dudan en
reprimir literalmente a sangre y fuego.
En el Perú, los pobladores de Andahuaylas y Chicheros
prácticamente paralizaron la provincia de Purímac a finales del 2011: “Las masas quieren que el paro continúe en
rechazo a la actividad minera” dijo Abel Ortega, dirigente de los
movilizados en Andahuaylas. Estos poblados, que se dedican a la agricultura,
ven con espanto la contaminación de sus aguas y del aire que trae la
explotación minera, la usurpación de sus tierras y la prepotencia de las
compañías.
En Guatemala, los últimos
acontecimientos han sido los de Santa Cruz Barillas, en donde sus habitantes
han visto reditarse cuadros de represión por parte del ejército y la policía
que les traen recuerdos de los tiempos de la guerra. La sublevación del pueblo
ha traído castigo que ha sido supervisado directamente por el presidente de la
república, el exgeneral Otto Pérez Molina quien, apersonándose en el lugar de
los acontecimientos, felicitó a las fuerzas represivas por su actuación.
Como puede verse, los ejércitos y, más
en general, los cuerpos represivos de estos países, cumplen a cabalidad su
papel de ser fuerzas de ocupación en su propio territorio. A pesar que en
países como Guatemala se firmaron acuerdos de paz que orientaban para que esas
instituciones se reformaran y cumplieran un papel diferente, la evidencia nos
muestra que siguen siendo eficientes y operativos cuando de reprimir al pueblo
se trata. Su tan cacareada ineficiencia para contrarrestar los verdaderos
flagelos de nuestro tiempo, el crimen organizado y el narcotráfico, brilla por
su ausencia en estas otras circunstancias.
Los pueblos latinoamericanos han
arribado en los últimos años, por experiencia propia, a la convicción que el
modelo de desarrollo depredador que las clases dominantes les ofrecen no tiene
futuro y por ello se oponen tajantemente a él. No se trata ni de agitadores
extranjeros venidos de fuera ni de
revoltosos al servicio de narcotraficantes
interesados en crear caos para pescar en río revuelto, como argumenta la
presidencia de Guatemala.
El maldesarrollo
es el causante de tanto revuelo, y este no cejará hasta que haya un cambio de
dirección que, desafortunadamente, en los dos países mencionados, en donde en
estos momentos la protesta ciudadana es más álgida, no parece asomar por
ninguna parte.
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