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sábado, 20 de octubre de 2012

Cuba: Mi crisis de octubre

Era demasiada la humillación a que las dos superpotencias sometieron a Cuba -lo que sin duda nos sirvió para saber el verdadero calibre de nuestras amistades y lo solos que estábamos frente al poder destructor de nuestros enemigos-.

Silvio Rodríguez / Segunda Cita

“He vivido días magníficos y sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la Crisis del Caribe”.                                 Carta de despedida del Che a Fidel, 1965.

Silvio en 1962.
(Fotografía de Virgilio Martínez)
En octubre de 1962 ya yo llevaba más de un año en las milicias. Me había inscrito en mi escuela secundaria, en 1961, cuando la invasión por Playa Girón. Por eso pasé aquella famosa crisis acuartelado en mi centro de trabajo, haciendo guardias de madrugada con un máuser.

El semanario Mella y sus talleres quedaban en la calle Desagüe 108 y 110. Durante el día trabajábamos como el órgano de prensa que éramos. A eso de las 5 de la tarde íbamos a bañarnos y a comer a nuestras casas. A las 8 de la noche nos íbamos caminando hasta el Pontón, frente al parque de la antigua Escuela Normal de La Habana, a hacer preparación combativa. Después regresábamos al Mella, a dormir.

Nuestras prácticas militares eran bastante aburridas y a casi nadie le gustaban. Nos habían prometido clases de tiro, que nunca aparecieron, y todo consistía en marchar y arrastrarnos por el fango del centro deportivo, mientras los tenientes de milicia nos gritaban que bajáramos cabeza y talones, y nosotros tratábamos de imaginar que librábamos algún heroico combate.

Una madrugada, cuando todo el Mella dormía, Carlos Quintela y otros de la dirección del Semanario nos pusieron de pie para contarnos que habían estado con Fidel. La noticia era que a la mañana siguiente el primer barco ruso llegaría a la zona de bloqueo que Kennedy y MacNamara habían decretado en torno a Cuba. Recuerdo que Quintela, con ojos soñadores, decía: “¡Quién estuviera en ese barco!”, seguro suponiendo que les iba a tocar la histórica misión de seguir adelante y ser hundidos.

La orden del alto mando norteamericano era inspeccionar la carga de cuanta nave se acercara a Cuba, para impedir que nos llegaran armas. Fidel había reiterado aquella noche que quien quisiera inspeccionar nuestro territorio tendría que hacerlo en zafarrancho de combate, un principio que todos los cubanos teníamos muy claro.

La suerte de aquel barco, que acabó dando media vuelta y regresando a la URSS, la vine a conocer mucho después, porque aquel pormenor, en los días posteriores, no fue tratado con mucha claridad por nuestra prensa. Era demasiada la humillación a que las dos superpotencias sometieron a Cuba -lo que sin duda nos sirvió para saber el verdadero calibre de nuestras amistades y lo solos que estábamos frente al poder destructor de nuestros enemigos-.

Una noche en que me tocó la peor guardia, la de 2 a 4, creo que el mismo día en que por la provincia de Oriente se derribó un U-2, volvió a llegar Quintela de madrugada, ahora diciendo que al amanecer se esperaba un ataque nuclear. Querían partir la isla en tres pedazos, de modo que corriera mar entre ellos, para después realizar un triple desembarco de marines. La recomendación que nos daban era que no miráramos al este, a eso de las seis de la mañana.

Después de aquella conversa en la puerta del Mella, nuestros responsables subieron a sus oficinas y yo me quedé solo allá abajo, pensando en la utilidad del máuser que tenía en las manos, mirando a la luna llena con la intensidad de mis casi 16 años, sintiéndome una especie de hombre lobo que sólo pensaba en su familia. En lontananza (calculé que por Carlos III), escuché pasar una conga cantando “Si vienen, quedan”...

El relevo llegó un poquito tarde, como era habitual en aquella jodida guardia a mitad de la noche. Lentamente subí las escaleras, seguido por un cachorro del barrio que teníamos como mascota, y una vez arriba me hundí en una de las hamacas. Pensando en lo mucho en que tenía que pensar, me quedé dormido.

La mañana siguiente, el trajín cotidiano. Del ataque atómico me vine acordar varios días después.
Y casi diez años más tarde, escribí esta canción:

Oh, bienvenido seas, octubre

Octubre.
Octubre había llegado como llega siempre,
mojando la acera de lluvia delgada y paciente.
Cargando de sombra a las nubes que llevaban prisa,
poniéndole un tono salobre al sabor de la brisa.

Octubre terrible del sesenta y dos,
llegaste derecho a parar el reloj
y no reparaste en que en esta región
tutear a la muerte era ya tradición.

…Y octubre se marchó
por donde mismo entró.

Fueron los tiempos duros para el amor,
fueron  tiempos de estrellas y soledad.
Como un adolescente que abandona la casa paternal
y descubre que tiene todo el poder de su verdad.

Fueron los tiempos duros de la amistad
y aprenderlo bien caro nos costó.
Pero mucho aprendemos aún hoy por hoy
cuando resbala algún antifaz
que deja ver el rostro de la ambición.

Octubre
de nuevo nos muestra su rostro de cuarto menguante,
pero en esta fecha se siente un calor sofocante.
Se siente que se ha envejecido destruyendo mitos,
cambiando mil nuevos ciclones por nuevos amigos.

Ahorita llegamos al setenta y dos
y cumple diez años aquella lección
que se une a mil nuevas carencias de dios
que a veces dan risa y a veces dan tos.

Oh, bienvenidos seas,
octubre de mi amor.

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