Era demasiada la
humillación a que las dos superpotencias sometieron a Cuba -lo que sin duda nos
sirvió para saber el verdadero calibre de nuestras amistades y lo solos que
estábamos frente al poder destructor de nuestros enemigos-.
Silvio Rodríguez / Segunda Cita
“He vivido días magníficos y sentí a tu lado el orgullo de
pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la Crisis del
Caribe”. Carta de despedida del Che a Fidel, 1965.
Silvio en 1962. (Fotografía de Virgilio Martínez) |
En octubre de 1962 ya
yo llevaba más de un año en las milicias. Me había inscrito en mi escuela
secundaria, en 1961, cuando la invasión por Playa Girón. Por eso pasé aquella
famosa crisis acuartelado en mi centro de trabajo, haciendo guardias de
madrugada con un máuser.
El semanario Mella y
sus talleres quedaban en la calle Desagüe 108 y 110. Durante el día
trabajábamos como el órgano de prensa que éramos. A eso de las 5 de la tarde
íbamos a bañarnos y a comer a nuestras casas. A las 8 de la noche nos íbamos
caminando hasta el Pontón, frente al parque de la antigua Escuela Normal de La
Habana, a hacer preparación combativa. Después regresábamos al Mella, a dormir.
Nuestras prácticas
militares eran bastante aburridas y a casi nadie le gustaban. Nos habían
prometido clases de tiro, que nunca aparecieron, y todo consistía en marchar y
arrastrarnos por el fango del centro deportivo, mientras los tenientes de
milicia nos gritaban que bajáramos cabeza y talones, y nosotros tratábamos de
imaginar que librábamos algún heroico combate.
Una madrugada, cuando
todo el Mella dormía, Carlos Quintela y otros de la dirección del Semanario nos
pusieron de pie para contarnos que habían estado con Fidel. La noticia era que
a la mañana siguiente el primer barco ruso llegaría a la zona de bloqueo que
Kennedy y MacNamara habían decretado en torno a Cuba. Recuerdo que Quintela,
con ojos soñadores, decía: “¡Quién estuviera en ese barco!”, seguro suponiendo
que les iba a tocar la histórica misión de seguir adelante y ser hundidos.
La orden del alto mando
norteamericano era inspeccionar la carga de cuanta nave se acercara a Cuba,
para impedir que nos llegaran armas. Fidel había reiterado aquella noche que
quien quisiera inspeccionar nuestro territorio tendría que hacerlo en
zafarrancho de combate, un principio que todos los cubanos teníamos muy claro.
La suerte de aquel
barco, que acabó dando media vuelta y regresando a la URSS, la vine a conocer
mucho después, porque aquel pormenor, en los días posteriores, no fue tratado
con mucha claridad por nuestra prensa. Era demasiada la humillación a que las
dos superpotencias sometieron a Cuba -lo que sin duda nos sirvió para saber el
verdadero calibre de nuestras amistades y lo solos que estábamos frente al
poder destructor de nuestros enemigos-.
Una noche en que me
tocó la peor guardia, la de 2 a 4, creo que el mismo día en que por la
provincia de Oriente se derribó un U-2, volvió a llegar Quintela de madrugada,
ahora diciendo que al amanecer se esperaba un ataque nuclear. Querían partir la
isla en tres pedazos, de modo que corriera mar entre ellos, para después
realizar un triple desembarco de marines. La recomendación que nos daban era
que no miráramos al este, a eso de las seis de la mañana.
Después de aquella
conversa en la puerta del Mella, nuestros responsables subieron a sus oficinas
y yo me quedé solo allá abajo, pensando en la utilidad del máuser que tenía en
las manos, mirando a la luna llena con la intensidad de mis casi 16 años,
sintiéndome una especie de hombre lobo que sólo pensaba en su familia. En
lontananza (calculé que por Carlos III), escuché pasar una conga cantando “Si
vienen, quedan”...
El relevo llegó un
poquito tarde, como era habitual en aquella jodida guardia a mitad de la noche.
Lentamente subí las escaleras, seguido por un cachorro del barrio que teníamos
como mascota, y una vez arriba me hundí en una de las hamacas. Pensando en lo
mucho en que tenía que pensar, me quedé dormido.
La mañana siguiente, el
trajín cotidiano. Del ataque atómico me vine acordar varios días después.
Y casi diez años más
tarde, escribí esta canción:
Oh, bienvenido seas, octubre
Octubre.
Octubre había llegado
como llega siempre,
mojando la acera de
lluvia delgada y paciente.
Cargando de sombra a
las nubes que llevaban prisa,
poniéndole un tono
salobre al sabor de la brisa.
Octubre terrible del sesenta
y dos,
llegaste derecho a
parar el reloj
y no reparaste en que
en esta región
tutear a la muerte era
ya tradición.
…Y octubre se marchó
por donde mismo entró.
Fueron los tiempos
duros para el amor,
fueron tiempos de estrellas y soledad.
Como un adolescente que
abandona la casa paternal
y descubre que tiene
todo el poder de su verdad.
Fueron los tiempos
duros de la amistad
y aprenderlo bien caro
nos costó.
Pero mucho aprendemos
aún hoy por hoy
cuando resbala algún
antifaz
que deja ver el rostro
de la ambición.
Octubre
de nuevo nos muestra su
rostro de cuarto menguante,
pero en esta fecha se
siente un calor sofocante.
Se siente que se ha
envejecido destruyendo mitos,
cambiando mil nuevos
ciclones por nuevos amigos.
Ahorita llegamos al
setenta y dos
y cumple diez años
aquella lección
que se une a mil nuevas
carencias de dios
que a veces dan risa y
a veces dan tos.
Oh, bienvenidos seas,
octubre de mi amor.
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