Apoyar a Chávez y la
Revolución Bolivariana en esta hora significa comprender, también, que gracias
a sus luchas y sacrificios por primera vez en doscientos años América Latina
camina hacia la realización de su misión histórica: la de hacer posible, con su
presencia activa, libre e independiente, el equilibrio del mundo frente a los
apetitos insaciables del imperialismo.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
El liderazgo de Chávez: pieza fundamental del cambio en América Latina en el siglo XXI. |
Como ha ocurrido durante
más de una década, Venezuela ocupa hoy, una vez más, el centro de atención del
debate internacional y las miradas expectantes de sus amigos y enemigos en
nuestra América y más allá. En efecto, el estado de salud del presidente Hugo
Chávez –que conmueve a millones de personas en todo el mundo-, la batalla que
sostiene contra el cáncer en Cuba y la posibilidad real de un relevo en la
conducción de la Revolución Bolivariana si no puede asumir el nuevo mandato
presidencial el próximo 10 de enero, abrieron un debate que trasciende las
coordenadas internas de la política venezolana y emplaza a toda la región con
al menos dos preguntas ineludibles: ¿Cuál será el futuro de la ruta
posneoliberal emprendida por los pueblos y gobiernos latinoamericanos desde principios
del siglo XXI? ¿Cómo afectará una eventual ausencia de Chávez al sistema de
alianzas forjado en torno a iniciativas como el ALBA, la UNASUR, la CELAC y más
recientemente al MERCOSUR?
No es tarea sencilla la
de avanzar algunas respuestas, sobre todo porque los escenarios son inciertos,
la información se maneja con la reserva y prudencia del caso, y porque al mismo
tiempo que el mandatario venezolano enfrenta su destino contra el cáncer, los
procesos políticos en el resto de América Latina siguen adelante, encarando sus
propios desafíos: así ocurre en Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Ecuador,
Nicaragua y Uruguay, donde la tensión propia de las próximas elecciones
presidenciales o legislativas, de los cambios y reformas económicas en curso,
de la gestión política de los programas progresistas y de las disputas internas
con los sectores más beligerantes de la reacción oligárquica (medios de
comunicación, grupos económicos, partidos), se artícula con un franco interés
por el desarrollo de los acontecimientos en torno a la salud de Chávez. Es que
existe una clara conciencia del papel central que desempeña Venezuela, en todos
los órdenes, como eje que sostiene, junto a Brasil y Argentina, el nuevo
posicionamiento regional y global de América Latina.
Sin embargo, en medio
de las dudas -normales y entendibles- de quienes se interrogan sobre la
continuidad del chavismo sin Chávez,
el pueblo venezolano dio el pasado domingo, en las elecciones regionales, una
lección más de madurez y compromiso revolucionario: el Partido Socialista Unido
(PSUV) obtuvo un triunfo contundente en 20 de 23 estados, y en algunos casos,
con candidatos que hasta hace muy poco tiempo ocupaban cargos relevantes en el
gobierno bolivariano y en la estructura del PSUV (como Tarek El Aissami, Aristóbulo
Izturiz, Ramón Rodríguez Chacín, Henry Rangel Silva y Ramón Carrizalez, a
quienes se suma el vicepresidente Nicolás Maduro), lo que envía una señal muy
importante tanto sobre la consistencia de la Revolución en el tiempo, como
sobre la emergencia de cuadros dirigentes capaces de asumir las tareas de
dirección.
En su análisis de estos
comicios, y de la coyuntura en que tuvieron lugar, el politólogo argentino Atilio Borón expone dos argumentos que compartimos y que
alumbran en esta hora decisiva. Por un lado, considera que las elecciones
regionales demuestran que “las transformaciones sociales, económicas, políticas
y culturales que tuvieron lugar a lo largo de catorce años de hegemonía chavista
han tenido un calado tan hondo que aún en ausencia del líder histórico y
fundador del movimiento sus voceros y sucesores están en condiciones de
derrotar ampliamente a sus adversarios”. Y por el otro, lanza una hipótesis: “el
proceso bolivariano habría pasado un punto de no retorno, constituyendo una
sólida y perdurable mayoría electoral suficientemente blindada ante los
ocasionales sinsabores de la coyuntura o las frustraciones provocadas por
algunas decepcionantes (y puntuales) experiencias de gobierno” (ALAI, 17-12-2012).
Para quienes
consideramos que la irrupción del movimiento bolivariano en Venezuela y en
nuestra América tiene trascendencia histórica, el legado de Chávez ya es parte
fundamental del camino abierto de la emancipación y la liberación
latinoamericana y caribeña, de nuestra
segunda independencia. Y lo es precisamente porque representa un parteaguas,
una respuesta original y alternativa cuando parecía que nada ni nadie podría
detener el avance demoledor del pensamiento único neoliberal y los planes de
dominación que artículaban los Estados Unidos y los organismos financieros
internacionales. En ese escenario tan desalentador, Chávez asumió desde la
oscura década de los años noventa, contra todas las adversidades –incluido un
presidente criminal y genocida en los Estados Unidos- un liderazgo regional que
supo entroncar las reivindicaciones y las banderas de las luchas populares,
nacionales, progresistas y antiimperialistas del continente americano y del
llamado Tercer Mundo. Y sin titubear, levantó la dignidad de los pueblos,
pisoteada una y mil veces por el neoliberalismo.
Por eso, apoyar a
Chávez en esta hora, expresar a viva voz nuestra solidaridad con la Revolución
Bolivariana, significa comprender, también, que gracias a sus luchas y
sacrificios por primera vez en doscientos años América Latina camina hacia la
realización de su misión histórica, esa que ya José Martí había advertido a
finales del siglo XIX: la de hacer posible, con su presencia activa, libre e
independiente, el equilibrio del mundo frente a los apetitos insaciables del
imperialismo que no conoce más ley que la de su fuerza bruta.
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