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sábado, 16 de febrero de 2013

Benedicto XVI: Papa de una iglesia mafiosa y desacreditada

No se va, como se dice en la prensa burguesa, un papa tímido y culto, sino un representante de la derecha conservadora enquistada en la jerarquía católica, que actuó de forma constante y agresiva en contra de todo lo que oliera a progresismo o, en otras palabras, reivindicación del original mensaje de Jesús de Nazaret del que, sin ninguna duda, no quedan rastros en los pasillos del Vaticano.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

El Papa Benedicto XVI ha dicho que renuncia al papado porque está viejo y cansado, y la prensa de estatus quo no escatima loas para quien pareciera dar muestras de anteponer los intereses de la institución que encabeza a los propios.

Benedicto XVI, en efecto, parece un viejito de voz endeble al que le pesan los artilugios y oropeles con que lo reviste la parafernalia del Vaticano. En medio del fausto medieval, se mueve encorvado y lentamente, y ve de soslayo a los que se inclinan a su paso o le besan la mano enjalbegada que estira con displicencia.

No parece remitir esta imagen del Papa anciano al cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación de la Fe, que allá por los años 80, cuando en América Latina nos encontrábamos inmersos en una época de dictaduras y feroz represión, se ocupó de perseguir (no hay otra palabra que nos parezca más adecuada) a los teólogos de la liberación, que acompañaban a los más pobres en sus esfuerzos por reivindicar una sociedad más justa y equitativa.

Eran los años en los que en El Salvador, por ejemplo, fue asesinado Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Obispo de la ciudad de San Salvador, quien apenas unos días antes había pedido a las Fuerzas Armadas de ese país que cesaran la represión y la matanza. La misma suerte corrió, como se recordará, otro teólogo comprometido, Ignacio Ellacuría, quien el 16 de noviembre de 1989 fue asesinado por un pelotón del batallón Atlácatl de la Fuerza Armada del El Salvador, en la residencia de la Universidad, junto con los jesuitas Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Pardo y Joaquín López y López.

Fue el cardenal Ratzinger quien juzgó y mandó a callar a Leonardo Boff, mundialmente conocido desde aquellos tiempos por su adscripción a la Teología de la Liberación, y quien se convirtió en la mano derecha de Karol Wojtyla, que asumió el pontificado como Juan Pablo II, furibundo anticomunista que, en aras de eliminar de la iglesia latinoamericana todo vestigio de progresismo vinculado a la Teología de la Liberación, no vaciló en llevar a la jerarquía eclesiástica de la región a toda suerte de personajes asociados con la pedofilia, la evasión de impuestos y negocios sucios de toda laya.

El cardenal Ratzinger, ya convertido en Benedicto XVI, se vio sometido a presiones de todo tipo por parte de las mafias eclesiales que se enfrentan en la jerarquía de la Iglesia Católica. Los intereses personales, políticos, económicos y de toda índole que pululan en los pasillos del Vaticano son inmensos y, al parecer, los acontecimientos vinculados a lo que se conoció como los Vatileaks (una serie de filtraciones a la prensa de correspondencia papal) terminaron de mostrarle que no estaba en condiciones de dominar a la jauría de lobos que le rodeaba y que, después de toda una vida en ese ambiente, conoce muy bien.

Si para algo le faltaron las fuerzas fue para seguir en la brega de esa política mafiosa que, sobre todo en los últimos años, ha decepcionado a miles y miles de católicos. La partida masiva de feligreses en países como Irlanda, Estados Unidos o Bélgica ha sido la tónica, después que ha salido a la luz la política de encubrimiento de sacerdotes culpables de pederastia.

No se va, como se dice en la prensa burguesa, un papa tímido y culto, sino un representante de la derecha conservadora enquistada en la jerarquía católica, que actuó de forma constante y agresiva en contra de todo lo que oliera a progresismo o, en otras palabras, reivindicación del original mensaje de Jesús de Nazaret del que, sin ninguna duda, no quedan rastros en los pasillos del Vaticano. 

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