No se va, como se dice en la prensa
burguesa, un papa tímido y culto, sino un representante de la derecha
conservadora enquistada en la jerarquía católica, que actuó de forma constante
y agresiva en contra de todo lo que oliera a progresismo o, en otras palabras,
reivindicación del original mensaje de Jesús de Nazaret del que, sin ninguna
duda, no quedan rastros en los pasillos del Vaticano.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
El Papa Benedicto XVI ha dicho que
renuncia al papado porque está viejo y cansado, y la prensa de estatus quo no
escatima loas para quien pareciera dar muestras de anteponer los intereses de
la institución que encabeza a los propios.
Benedicto XVI, en efecto, parece un
viejito de voz endeble al que le pesan los artilugios y oropeles con que lo
reviste la parafernalia del Vaticano. En medio del fausto medieval, se mueve
encorvado y lentamente, y ve de soslayo a los que se inclinan a su paso o le
besan la mano enjalbegada que estira con displicencia.
No parece remitir esta imagen del Papa
anciano al cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación de la Fe, que allá
por los años 80, cuando en América Latina nos encontrábamos inmersos en una
época de dictaduras y feroz represión, se ocupó de perseguir (no hay otra
palabra que nos parezca más adecuada) a los teólogos de la liberación, que
acompañaban a los más pobres en sus esfuerzos por reivindicar una sociedad más
justa y equitativa.
Eran los años en los que en El Salvador,
por ejemplo, fue asesinado Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Obispo de la ciudad
de San Salvador, quien apenas unos días antes había pedido a las Fuerzas
Armadas de ese país que cesaran la represión y la matanza. La misma suerte
corrió, como se recordará, otro teólogo comprometido, Ignacio Ellacuría, quien
el 16 de noviembre de 1989 fue asesinado por un pelotón del batallón Atlácatl
de la Fuerza Armada del El Salvador, en la residencia de la Universidad, junto
con los jesuitas Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón
Pardo y Joaquín López y López.
Fue el cardenal Ratzinger quien juzgó y
mandó a callar a Leonardo Boff, mundialmente conocido desde aquellos tiempos
por su adscripción a la Teología de la Liberación, y quien se convirtió en la
mano derecha de Karol Wojtyla, que asumió el pontificado como Juan Pablo II,
furibundo anticomunista que, en aras de eliminar de la iglesia latinoamericana
todo vestigio de progresismo vinculado a la Teología de la Liberación, no
vaciló en llevar a la jerarquía eclesiástica de la región a toda suerte de
personajes asociados con la pedofilia, la evasión de impuestos y negocios
sucios de toda laya.
El cardenal Ratzinger, ya convertido en
Benedicto XVI, se vio sometido a presiones de todo tipo por parte de las mafias
eclesiales que se enfrentan en la jerarquía de la Iglesia Católica. Los
intereses personales, políticos, económicos y de toda índole que pululan en los
pasillos del Vaticano son inmensos y, al parecer, los acontecimientos
vinculados a lo que se conoció como los Vatileaks (una serie de filtraciones a
la prensa de correspondencia papal) terminaron de mostrarle que no estaba en
condiciones de dominar a la jauría de lobos que le rodeaba y que, después de
toda una vida en ese ambiente, conoce muy bien.
Si para algo le faltaron las fuerzas fue
para seguir en la brega de esa política mafiosa que, sobre todo en los últimos
años, ha decepcionado a miles y miles de católicos. La partida masiva de
feligreses en países como Irlanda, Estados Unidos o Bélgica ha sido la tónica,
después que ha salido a la luz la política de encubrimiento de sacerdotes
culpables de pederastia.
No se va, como se dice en la prensa
burguesa, un papa tímido y culto, sino un representante de la derecha
conservadora enquistada en la jerarquía católica, que actuó de forma constante
y agresiva en contra de todo lo que oliera a progresismo o, en otras palabras,
reivindicación del original mensaje de Jesús de Nazaret del que, sin ninguna
duda, no quedan rastros en los pasillos del Vaticano.
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