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sábado, 9 de marzo de 2013

Guatemala: Proyectos de muerte y despojos

Gran propiedad, gran capital, se vuelven sinónimo de progreso y modernidad. Olvida el neoliberalismo que arrasando al campo como lo está haciendo en toda América Latina no solamente se comete  un etnocidio, pues la tierra en muchas ocasiones es  el sustento de las culturas de los pueblos originarios, sino también se pone en riesgo la seguridad  y la soberanía alimentaria.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

Las noticias dan cuenta que los días 11, 12 y 14 de febrero 78 familias que forman parte de las 769 ya habían sido objeto de violencia en 2011 en el Valle del Polochic, fueron nuevamente agredidas.  Tractores   y maquinaria pesada pertenecientes a la empresa nicaragüense Grupo Pellas arrasaron los cultivos de maíz y frijol de las familias de la comunidad de Agua Caliente quienes pidieron tiempo solamente para hacer la cosecha. No se les concedió y condenaron al hambre a sus integrantes. El gobierno del Partido Patriota nuevamente  nos indica cómo se concibe el patriotismo desde el neoliberalismo. Y establece un nexo común entre su gobierno y el de Álvaro Colom, durante el cual se dio el incidente de 2011 que afectó a casi 800 familias para introducir la palma africana y la caña de azúcar que interesan a los grandes inversionistas.

Lo que  está aconteciendo en Guatemala y que se une a las agresiones  a pobladores, pueblos indígenas y campesinos a lo largo de todo el país, no es un fenómeno aislado. Está aconteciendo en toda América latina  en un proceso en el cual  las grandes empresas canadienses, estadounidenses, chinas y de capital local están efectuando despojos para introducir  la minería a cielo abierto, hidroeléctricas, termoeléctricas, megaproyectos carreteros, palma africana, caña de azúcar para agrocombustibles. En México se  les llaman a estos grandes proyectos empresariales “Proyectos de muerte”, porque para las comunidades indígenas y campesinas que resultan afectadas por los mismos, éstos no significan  progreso y modernidad, sino literalmente muerte. Las minerías a cielo abierto contaminan de cianuro los ríos y mantos freáticos y las minas que desmontan cerros y bosques dejan cráteres que se convierten en gigantescos pozos llenos de cianuro, plomo, cadmio, cobre y arsénico. Un índice del tremendo despojo que estamos observando en toda América latina lo da México: 56 millones de hectáreas de su territorio ya han sido concesionadas a la gran minería a cielo abierto (26% del territorio nacional) y en los últimos 11 años se extrajo en dicho país más oro y plata que el que obtuvo durante los 350 años de dominación  colonial española.

La visión que tiene el neoliberalismo es la misma que tuvo el liberalismo del siglo XIX cuando  a sangre y fuego  comunidades indígenas fueron despojadas  para adecuar  a la región a la primario exportación: había que liquidar a la propiedad que no era “productiva” porque no tenía el suficiente capital para generar ganancias. En  las semanas previas a la masacre de Bagua que cobró la vida de 37 comuneros en la Amazonia peruana, el entonces presidente Alan García lo dijo sin rubor: “La inversión necesita propiedad segura (de tierra), pero hemos caído en el engaño de entregar pequeños lotes de terreno a familias pobres que no tienen un centavo para invertir… La demagogia y el engaño dicen que esas tierras no pueden tocarse porque son objetos sagrados y que esa organización comunal es la organización original del Perú…en todo el Perú (hay) tierras ociosas porque el dueño no tiene formación ni recursos económicos, por tanto su propiedad es aparente”.

La frase de García es elocuente del espíritu neoliberal: la única propiedad es  la de los ricos,  la que trae aparejada gran capital. Gran propiedad, gran capital, se vuelven sinónimo de progreso y modernidad. Olvida el neoliberalismo que arrasando al campo como lo está haciendo en toda América Latina no solamente se comete  un etnocidio, pues la tierra en muchas ocasiones es  el sustento de las culturas de los pueblos originarios, sino también se pone en riesgo la seguridad  y la soberanía alimentaria.

He aquí pues,  por qué con justeza estos proyectos son llamados “Proyectos de muerte”.

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