Gran propiedad, gran capital, se vuelven sinónimo de progreso y
modernidad. Olvida el neoliberalismo que arrasando al campo como lo está
haciendo en toda América Latina no solamente se
comete un etnocidio, pues la tierra en
muchas ocasiones es el sustento de las
culturas de los pueblos originarios, sino también se pone en riesgo la
seguridad y la soberanía alimentaria.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Las noticias dan cuenta que los días 11, 12 y 14 de febrero 78 familias
que forman parte de las 769 ya habían sido objeto de violencia en 2011 en el
Valle del Polochic, fueron nuevamente agredidas. Tractores
y maquinaria pesada pertenecientes a la empresa nicaragüense Grupo
Pellas arrasaron los cultivos de maíz y frijol de las familias de la comunidad
de Agua Caliente quienes pidieron tiempo solamente para hacer la cosecha. No se
les concedió y condenaron al hambre a sus integrantes. El gobierno del Partido
Patriota nuevamente nos indica cómo se
concibe el patriotismo desde el neoliberalismo. Y establece un nexo común entre
su gobierno y el de Álvaro Colom, durante el cual se dio el incidente de 2011
que afectó a casi 800 familias para introducir la palma africana y la caña de
azúcar que interesan a los grandes inversionistas.
Lo que está aconteciendo en
Guatemala y que se une a las agresiones
a pobladores, pueblos indígenas y campesinos a lo largo de todo el país,
no es un fenómeno aislado. Está aconteciendo en toda América latina en un proceso en el cual las grandes empresas canadienses,
estadounidenses, chinas y de capital local están efectuando despojos para
introducir la minería a cielo abierto,
hidroeléctricas, termoeléctricas, megaproyectos carreteros, palma africana,
caña de azúcar para agrocombustibles. En México se les llaman a estos grandes proyectos
empresariales “Proyectos de muerte”, porque para las comunidades indígenas y
campesinas que resultan afectadas por los mismos, éstos no significan progreso y modernidad, sino literalmente
muerte. Las minerías a cielo abierto contaminan de cianuro los ríos y mantos
freáticos y las minas que desmontan cerros y bosques dejan cráteres que se
convierten en gigantescos pozos llenos de cianuro, plomo, cadmio, cobre y
arsénico. Un índice del tremendo despojo que estamos observando en toda América
latina lo da México: 56 millones de hectáreas de su territorio ya han sido
concesionadas a la gran minería a cielo abierto (26% del territorio nacional) y
en los últimos 11 años se extrajo en dicho país más oro y plata que el que
obtuvo durante los 350 años de dominación
colonial española.
La visión que tiene el
neoliberalismo es la misma que tuvo el liberalismo del siglo XIX cuando a sangre y fuego comunidades indígenas fueron despojadas para adecuar
a la región a la primario exportación: había que liquidar a la propiedad
que no era “productiva” porque no tenía el suficiente capital para generar
ganancias. En las semanas previas a la
masacre de Bagua que cobró la vida de 37 comuneros en la Amazonia peruana, el
entonces presidente Alan García lo dijo sin rubor: “La
inversión necesita propiedad segura (de tierra), pero hemos caído en el engaño
de entregar pequeños lotes de terreno a familias pobres que no tienen un
centavo para invertir… La demagogia y el engaño dicen que esas tierras no
pueden tocarse porque son objetos sagrados y que esa organización comunal es la
organización original del Perú…en todo el Perú (hay) tierras ociosas porque el
dueño no tiene formación ni recursos económicos, por tanto su propiedad es
aparente”.
La frase de García es elocuente del espíritu neoliberal: la única
propiedad es la de los ricos, la que trae aparejada gran capital. Gran
propiedad, gran capital, se vuelven sinónimo de progreso y modernidad. Olvida
el neoliberalismo que arrasando al campo como lo está haciendo en toda América
Latina no solamente se comete un etnocidio,
pues la tierra en muchas ocasiones es el
sustento de las culturas de los pueblos originarios, sino también se pone en
riesgo la seguridad y la soberanía
alimentaria.
He aquí pues, por qué con justeza
estos proyectos son llamados “Proyectos de muerte”.
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