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sábado, 27 de abril de 2013

Costa Rica: Esconder a Barack Obama, esconderse del pueblo

A solo unos días del encuentro con el presidente Obama, la ciudadanía desconoce los asuntos puntuales que serán discutidos y los acuerdos a los que se llegaría en una cumbre en la que, además, participarán los presidentes de una Centroamérica que carece de una visión y una voz común para relacionarse con las potencias y bloques regionales.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

El gobierno de Laura Chinchilla pretende "esconder" el
descontento popular durante la visita de Barack  Obama.
Tres aspectos caracterizan el clima político costarricense en estas semanas previas a la visita del presidente de los Estados Unidos a Costa Rica, los días 3 y 4 de mayo: uno de ellos es el hermetismo del gobierno de Laura Chinchilla sobre los pormenores de la cita, desde el lugar de reunión en San José hasta la agenda temáticas de las reuniones,  situación que rodea de incertidumbre la gira y pone en entredicho su real importancia para la Casa Blanca, pues la ambigüedad y la falta de objetivos concretos parecen ser la tónica.

Consultada por la prensa, la mandataria costarricense se limitó a mencionar un póker de temas sobre los cuales pretende hablar con Barack Obama: narcotráfico y seguridad, inversiones, energías limpias y cooperación para la enseñanza del idioma inglés. Un diálogo que, según la presidenta, tendrá como foco “el desarrollo” (La Nación, 24-03-2013), lo que, visto críticamente, no constituye novedad alguna más que por el hecho de confirmar que asistimos a una transición de la geopolítica –y la retórica- de la seguridad nacional y la guerra al narco, hacia la geopolítica del desarrollo como nuevo rostro amable del imperialismo (ver: “México y América Central en la política exterior de Obama”).

En cualquier caso, lo cierto es que a solo unos días del encuentro con el presidente Obama, la ciudadanía desconoce los asuntos puntuales que serán discutidos y los acuerdos a los que se llegaría en una cumbre en la que, además, participarán los presidentes de una Centroamérica que carece de una visión y una voz común para relacionarse con las potencias y bloques regionales.

El segundo aspecto a destacar es el poco entusiasmo que la presencia del presidente Obama despierta, por ahora, entre la población costarricense, mucho más preocupada por los conflictos políticos y sociales internos, que atañen directamente a su diario vivir. En este sentido, ha sido ejemplarizante la derrota que sufrió el gobierno de la señora Chinchilla, y la consecuente victoria de la organización popular de las comunidades del Occidente del país, en su resistencia contra el proyecto de privatización de una carretera en esa región -que incluye un tramo de la estratégica carretera panamericana-, concesionado a la empresa brasileña OAS: una compañía conocida en América Latina por su historial de incumplimientos y corrupción, razón por la cual, en una valiente decisión tomada por el presidente Evo Morales, fue expulsada de Bolivia el año anterior.

Este proyecto, que se inscribe en la lógica del desarrollo de infraestructura para el transporte de mercancías, en el marco del Plan Mesoamérica, puso al descubierto el dogmatismo neoliberal del Poder Ejecutivo costarricense, que hizo reiteradas profesiones de fe a favor de la concesión de las obras y su explotación privada por un período de 30 años (mediante inversiones mínimas del capital extranjero y cobros abusivos por transitar la vía), sin tomar en cuenta en sus cálculos la respuesta social y popular ante el atropello. En un mensaje al país, en cadena nacional de televisión, la presidenta anunció el pasado lunes la rescisión del contrato por acuerdo de ambas parte, pero ni siquiera eso ha podido despejar las dudas y cuestionamientos sobre este fallido negocio, y que han sido la sombra permanente de su gestión desde que asumió el poder en el año 2010. No en vano, un reciente informe de la Universidad Nacional de Costa Rica, calificó al de Chinchilla como un gobierno “sin decisiones propias”, lo que viene “acentuando sus falencias en distintos campos, que han llevado a situaciones difíciles”.

Finalmente, y relacionado con ese malestar ciudadano que campea en Costa Rica, no podemos dejar de mencionar las declaraciones del canciller de la República, Enrique Castillo; y de Ottón Solís, excandidato a la presidencia por el Partido Acción Ciudadana y líder de la oposición, en sendas entrevistas concedidas a radioemisoras locales: el primero, informó al país que no se expondrá al presidente Obama en público, porque “hay algunos costarricenses que quieren hacer el desaire de aprovechar para hacer protestas; olvidándose de la cortesía que se le debe dar a un visitante tan distinguido como él. Quieren aguar la fiesta”. Semejante decisión implica –como ha sido norma de la administración Chinchilla- el cierre de calles, el despliegue de un cerco policial y la declaratoria de asueto laboral para impedir cualquier tipo de expresión de protesta ciudadana durante la cumbre.

Por su parte, Solís, un economista formado en la Universidad de Manchester y quien ha defendido posiciones políticas que pueden calificarse, en general, como no neoliberales, pidió no realizar manifestaciones durante la visita del presidente Obama, e invitó a limpiar las calles  y pintar las fachadas de las casaspara que Obama quede impresionado del país” y así se eleve la reputación de Costa Rica. Como en la fábula de Monterroso, se trataría de soñar por un momento que somos águilas, para sentirnos tristísimos al despertar y descubrir que, todavía, seguimos siendo moscas.

Las palabras de ambos personajes revelan, en un caso, el falso sentido democrático del gobierno de la señora Chinchilla y de su crisis de legitimidad, que la obligan a esconderse del pueblo y a ocultar sus miserias y vergüenzas; y en el otro caso, dan testimonio de los complejos condicionamientos que produce la relación con los Estados Unidos y su vocación imperialista, para aquellas fuerzas y organizaciones políticas que, a pesar de sus aspiraciones de poder, no logran articular una posición propia, alternativa y crítica frente al problema de nuestra subordinación y dependencia respecto de la potencia del norte.

Más importante aún: en tanto manifestación de rasgos culturales profundamente arraigados en el sentido común de la sociedad costarricense,  estas expresiones reflejan, también, la persistencia de una mentalidad colonial en nuestra clase política, incluso en aquella que se autocalifica de progresista.

Con todo, sería ingenuo pensar que este sea un problema exclusivo de Costa Rica; por el contrario,  es solamente un síntoma de lo que ocurre con los grupos dominantes en toda América Latina. En países como Venezuela y Argentina, por ejemplo, los recientes actos de violencia y las protestas instigadas por los sectores más radicales de la derecha,  muestran los límites que enfrentan los procesos políticos posneoliberales allí donde el peso de una herencia cultural opresora recurre a los cacerolazos de una clase media esquizofrénica –toda vez que cree ser clase alta, o se aferra a la ilusión de serlo algún lejano día- y a la guerra mediática de los grandes capitales corporativos, para oponerse a las transformaciones e imponer nuevamente la normalidad neocolonial, la subordinación y el entreguismo.

Allá hay fuerza todavía, en los gobiernos y los movimientos sociales, para luchar y resistir esa andanada de la derecha. Aquí, en cambio, los que se sienten dueños del poder siguen empeñados en dar la espalda a los ciudadanos. Pero el pueblo empieza a despertar.

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