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sábado, 13 de abril de 2013

Venezuela: Los tiempos, en la perspectiva de Maduro

Aunque la coincidencia política e ideológica de Maduro con su mentor es conocida, es visible que sus estilos personales son diferentes: al proponerlo, Chávez lo calificó de cordial, talentoso y concertador. Como canciller, demostró un perfil más dado a construir arreglos que ahondar enfrentamientos.

Nils Castro / ALAI

Nicolás Maduro representa un relevo generacional
dentro de la Revolución Bolivariana.
El proceso revolucionario venezolano viene de un buen empalme entre dos generaciones. Cuando los revolucionarios civiles y militares que se alzaron en armas en los años 60 ya alcanzaban los 70 años de edad, el presidente Chávez, su mejor intérprete y continuador, falleció cuando recién había cumplido 59. Hugo Chávez nació en 1954; era niño cuando ellos se hicieron guerrilleros. A su vez a los 28 años, recién ascendido a capitán, fue cofundador del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (llamado así porque se cumplían 200 años del natalicio de Bolívar). Y de esa época datan sus contactos con quienes habían sido sus antecesores en los años 60, y sus diálogos sobre las motivaciones, heroísmos, reveses y aprendizajes de aquella generación.

Esa relación transmitió una herencia. Luego de los dramáticos sucesos del Caracazo de 1989 -que fue un parteaguas de la historia venezolana-, el sistema político de aquel entonces, y sus actores, ya estaban demasiado desprestigiados para que alguien creyera que aún podían sacar al país de la crisis. Así que en 1992 Chávez y sus compañeros intentaron un levantamiento militar, cuando él tenía 38 años. No pocos militantes de la anterior generación (que entonces ya pasaban de los 60) lo acompañaron y, aunque ese proyecto no tuvo éxito, siguieron colaborando con los simpatizantes jóvenes del movimiento en espera de que su líder saliera de la cárcel. Cilia Flores, la compañera de Nicolás Maduro, fue la abogada que más peleó por sacar de prisión a Chávez y su grupo.

Cuando en 1994 se logró la excarcelación, la popularidad del militar rebelde se había disparado. La ofensiva neoliberal empezaba pero al pueblo empobrecido y marginado, que ya no podía confiar en la política tradicional, Chávez le había abierto otra esperanza. Poco después, él anunció el propósito político de luchar por una Constituyente que rehiciera la estructura política de la nación y la convirtiera en una democracia popular, incluyente y participativa. Así, seis años más tarde del intento golpista, Chávez fue electo Presidente. La Constituyente alcanzó más del 80 por ciento de aprobación y sirvió de base para refundar el país. Sin embargo, desarrollar sus logros implica asumir una revolución cultural que los beneficiarios y acólitos de la vieja época se resisten a aceptar.

De allí en adelante el esfuerzo revolucionario podía realizarse por otros medios. Ya no los intentos guerrilleros de los años 60 -moralmente ejemplares pero sin éxito-, como tampoco la tentativa golpista del 92, frustrada por indecisiones y una delación. Ahora cabía desarrollar una alternativa democrática, basada no solo en satisfacer las demandas populares inmediatas, sino en educar y organizar a ese pueblo inquieto para que asumiera el protagonismo en el desarrollo de objetivos de mayor alcance, con un espíritu humanista y patriótico que luego pueda aspirar a un nuevo género de socialismo.

Esto demandaba formar otro tipo de cuadros de la siguiente generación, procedentes de ese mismo pueblo, del mundo del trabajo y la lucha por las reivindicaciones populares. Como Nicolás Maduro quien, nacido en 1962, fue chofer de autobús y dirigente sindical hasta 1998. Al fragor inicial del movimiento bolivariano, a los 37 años fue electo a la Constituyente y, con la nueva Constitución, diputado y después Presidente del parlamento. A la vez, se destacó entre los organizadores del nuevo partido político que el proceso requería. Asiduo discípulo de Hugo Chávez, a los 44 años sería Canciller y seis años más tarde Vicepresidente Ejecutivo, cargo al cual Chávez -enfrentado a la enfermedad- lo designó enseguida de ser reelecto en octubre del 2012.

Ese recorrido está, probablemente, entre los motivos del apoyo que el ex Presidente Lula da Silva le reiteró a Maduro. En sus respectivas circunstancias, ambos hicieron la trayectoria de obreros, líderes sindicales, constituyentes y organizadores políticos. Como también coincidieron en su condición de talentos políticos de nuevo tipo, capaces de trascender los gastados estereotipos de la vieja cultura política. Así lo vio Lula tras comentar el desempeño de Maduro en la Cancillería, adonde le abrió a Venezuela muchas puertas en el mundo e impulsó la integración latinoamericana y caribeña.

Por otro lado, el relevo en curso sugiere la posibilidad de que, a mediano plazo, el estilo del liderazgo político bolivariano adquiera nuevos matices. Lula no lo dijo, ni sabemos todo lo que Chávez tuvo en mente al postular a Maduro como su continuador. No obstante, aunque la coincidencia política e ideológica de Maduro con su mentor es conocida, es visible que sus estilos personales son diferentes: al proponerlo, Chávez lo calificó de cordial, talentoso y concertador. Como canciller, demostró un perfil más dado a construir arreglos que ahondar enfrentamientos. Decir más sería especulativo.

Pero una nueva perspectiva solo podrá desarrollarse si se dan las debidas oportunidades. Sin embargo, por lo que todavía puede verse, dentro y fuera del país aún quedan rehenes del pasado que se empeñan en impedirlo.

- Nils Castro es escritor y catedrático panameño.

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