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sábado, 24 de agosto de 2013

Rusia tiene algo que decir

Los tiempos han cambiado. Rusia ha vuelto a ser un actor internacional protagónico, lo nuevo es que la retórica ha superado a la confrontación. Ese será el signo de los nuevos tiempos y en esta dinámica –al igual que China- Rusia tiene algo que decir. 

Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela

La Unión Soviética fue el adversario más importante que ha tenido Estados Unidos en su afán hegemónico en el planeta. Cuando dejó de existir el 31 de diciembre de 1991, desapareció con ella uno de los beligerantes de la guerra fría, que se proponía superar el capitalismo para construir un modelo de sociedad más justa y equitativa. Más allá de observaciones favorables o contrarias a esta aseveración, su desvanecimiento significó el fin del sistema internacional bipolar que había regido el orbe durante la mayor parte del siglo XX.

Hay múltiples interpretaciones de lo ocurrido, pero la mayoría evidencian la idea de que si bien  las transformaciones eran imprescindibles para seguir sosteniendo el modelo y que el resultado de las mismas eran de difícil pronóstico, existían posibilidades para proyectar a la Unión Soviética en el tiempo a partir de un nuevo tratado entre las repúblicas que la componían,  aun considerando que algunas de ellas no tenían el más mínimo interés en seguir perteneciendo a la Unión.  Este propósito se sostiene en las cifras del referéndum hecho el 17 de marzo de 1991, en el que se consultó a los ciudadanos si querían preservar la Unión Soviética como una renovada federación con iguales derechos en los que estuvieran aseguradas las libertades de los individuos independientemente de la nacionalidad a la que pertenecieran.

   
En la consulta participaron  nueve de las quince repúblicas,  Letonia, Lituania, Estonia, Armenia, Georgia y Moldavia que poseían alrededor del 20% de la federación se negaron a concurrir al evento comicial. El restante 80% votó en un 76,4% a  favor del mantenimiento de la Unión Soviética.

Sin embargo, el curso de los acontecimientos desde marzo se aceleró. Boris Yeltsin se transformó en el dirigente anticomunista que Estados Unidos necesitaba. Su carácter ambicioso y su gran olfato político, lo transformaron en el líder que logró el protagonismo, superando a otros dirigentes y relegando al dubitativo y pusilánime Gorbachov a jugar un papel secundario en los acontecimientos que ocurrían.

La heredera natural de la Unión Soviética fue Rusia, que poseía alrededor del 77% de su superficie y 51% de la población. En esa condición asumió su puesto como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas, acreditándose como el único país (de la ex URSS) autorizado a poseer armamento nuclear, lo que suponía un problema porque el arsenal atómico de la Unión Soviética se encontraba desplegado en varias repúblicas.

El 12 de junio, Yeltsin había sido elegido presidente de Rusia. En esa condición le tocaba conducir su política exterior. Durante su mandato, se produjo  la caída abrupta de la economía que tuvo un descenso de su PIB de un 37% entre 1991 y 1999 y, una baja en la expectativa de vida de 67,8 años en 1992 a 65,3 en 2000. Estos datos fueron, –entre otros- expresión de un país estancado que a pesar de su poderío militar no podía tener el más mínimo protagonismo en el escenario internacional.

En esas condiciones Yeltsin consideró que vincularse a Occidente y su modelo político-económico le iba a granjear las simpatías de sus antiguos enemigos. Ello no ocurrió. Así mismo,  se vio obligado a producir una importante reducción de sus arsenales nucleares, mientras Estados Unidos aceleraba la expansión de la OTAN hacia el este, todo lo cual generó resistencia en el parlamento y rechazo en la población. En este mismo ámbito, su intento de “europeizar” Rusia fue un total fracaso.

Rusia comenzó a perder significación como potencia mundial. Sus ex aliados se rindieron a Occidente, su anterior zona de influencia se tornó insegura y la nula capacidad de actuar en su entorno quedó expresamente demostrada durante la intervención de la OTAN en Yugoslavia, cuando Estados Unidos y Europa operaron con total impunidad imponiendo un nuevo orden mundial a la fuerza, en una de las primeras manifestaciones de la unipolaridad naciente.

Esta situación se mantuvo durante casi todo el gobierno de Yeltsin, al final de ese período se pudieron observar algunos cambios que, sin embargo,  no modificaron la situación de debilidad de la anterior potencia bipolar en el sistema internacional. La llegada de Vladimir Putin al poder comenzó  a transformar esa realidad. La aspiración de los rusos  se manifestó en un artículo periodístico de la época en el que se señala que “Putin debe restaurar lo que Yeltsin destruyó: el orgullo de  sentirse parte de una gran potencia. Los rusos quieren respeto, no compasión”  En ese marco, Putin anunció lo que sería su modelo  de política exterior: modernización económica, estabilidad política  y mejora de la seguridad.

Al comenzar su mandato, el nuevo presidente consideró que las condiciones de debilidad de su país lo obligaban a hacer concesiones a Occidente. No tuvo reparos en ello, pero paulatinamente esa opción se fue modificando ante la invariabilidad de la respuesta de Estados Unidos que no alteró un ápice su política pretendiendo arrodillar al gigante euroasiático. La agresión occidental contra Irak en el año 2003, fue el punto de inflexión de la política exterior rusa que nuevamente comenzó a asumir posiciones de fuerza en su papel de miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Rusia había vuelto al escenario mundial después de casi 15 años dando lástima. Un elemento significativo de esta nueva orientación fue el acercamiento del Presidente ruso hacia China, concluyendo los problemas limítrofes, incrementando el comercio bilateral y creando en 2001 la Organización de Cooperación de Shanghái que  se transformó en una contraparte de poder a Estados Unidos  en Asia.

Esta política que se ha seguido desarrollando y fortaleciendo en la medida del crecimiento económico y la estabilidad interna es la que permite hoy al presidente Putin enfrentar desde otra perspectiva la nueva crisis en las relaciones bilaterales, motivadas en el asilo temporal que el gobierno ruso ha concedido al ex agente de la NSA, Edward Snowden.

Estados Unidos canceló unilateralmente la reunión cumbre bilateral que debía realizarse en Moscú a principios de septiembre. Obama se quejó diciendo que la "retórica" del presidente ruso se asemeja a "los viejos estereotipos de la Guerra Fría". Citó el asilo a Snowden como una anécdota en las tensiones existentes y se burló del presidente ruso, al afirmar que tiene "una mirada vaga, como del chico aburrido que se sienta al final de la clase".
Aunque en 2009 parecía iniciarse una nueva era de amistad en las relaciones bilaterales que llevó  a que ambos países cooperaran en Afganistán y a que el gobierno de Estados Unidos haya desmantelado el plan para construir un escudo anti-misiles en República Checa y Polonia mientras Rusia apoyaba las sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU contra Irán, las relaciones se han deteriorado por el bombardeo de Libia con el que Rusia no estaba de acuerdo o la negativa de Putin a presionar al presidente Assad en Siria.

La decisión de Obama  ha recibido el apoyo de republicanos y demócratas. Así mismo, en una rara ocasión, los editoriales de The New York Times y el The Wall Street Journal han coincidido esta semana en alabar el anuncio, dando unanimidad política y mediática a tal decisión como es habitual en los temas estratégicos de política exterior de Estados Unidos.

Por su parte, Rusia ha manifestado su decepción por tal anuncio. Yuri Ushakov , asesor del presidente ruso declaró que  “Estamos decepcionados por la decisión de la administración norteamericana de anular la visita que el presidente Obama planeaba cumplir a comienzos de septiembre a Moscú” y agregó que “es evidente que esta decisión está relacionada con la situación -no creada por nosotros- en torno al ex funcionario de los servicios especiales Snowden”. El asesor presidencial terminó lamentando que esta situación sea una demostración que Estados Unidos  al igual que antes, no tiene disposición para construir relaciones sobre el principio de equidad.

El vice titular de Relaciones Internacionales del Consejo de la Federación Rusa, Andrei Klimov fue más allá al afirmar que Obama “es un rehén de la situación política interna de su país".  Klimov agregó que se suponía que el presidente estadounidense respetaba los principios de igualdad mutua y de no intervención en los asuntos internos de Rusia, pero  que en realidad  "Estados Unidos  se comporta como si fuera el centro del Universo" concluyendo tajante al expresar la seguridad de que  “la vida va a obligar a Obama a negociar y a colaborar con Rusia, lo quiera o no”.

Los tiempos han cambiado. Rusia ha vuelto a ser un actor internacional protagónico, lo nuevo es que la retórica ha superado a la confrontación. Ese será el signo de los nuevos tiempos y en esta dinámica –al igual que China- Rusia tiene algo que decir.  

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