Los tiempos han cambiado. Rusia ha
vuelto a ser un actor internacional protagónico, lo nuevo es que la retórica ha
superado a la confrontación. Ese será el signo de los nuevos tiempos y en esta
dinámica –al igual que China- Rusia tiene algo que decir.
Sergio
Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela
La Unión Soviética fue el
adversario más importante que ha tenido Estados Unidos en su afán hegemónico en
el planeta. Cuando dejó de existir el 31 de diciembre de 1991, desapareció con
ella uno de los beligerantes de la guerra fría, que se proponía superar el
capitalismo para construir un modelo de sociedad más justa y equitativa. Más
allá de observaciones favorables o contrarias a esta aseveración, su
desvanecimiento significó el fin del sistema internacional bipolar que había
regido el orbe durante la mayor parte del siglo XX.
Hay múltiples interpretaciones
de lo ocurrido, pero la mayoría evidencian la idea de que si bien las transformaciones eran imprescindibles
para seguir sosteniendo el modelo y que el resultado de las mismas eran de
difícil pronóstico, existían posibilidades para proyectar a la Unión Soviética
en el tiempo a partir de un nuevo tratado entre las repúblicas que la
componían, aun considerando que algunas
de ellas no tenían el más mínimo interés en seguir perteneciendo a la
Unión. Este propósito se sostiene en las
cifras del referéndum hecho el 17 de marzo de 1991, en el que se consultó a los
ciudadanos si querían preservar la Unión Soviética como una renovada federación
con iguales derechos en los que estuvieran aseguradas las libertades de los
individuos independientemente de la nacionalidad a la que pertenecieran.
En la consulta
participaron nueve de las quince
repúblicas, Letonia, Lituania, Estonia,
Armenia, Georgia y Moldavia que poseían alrededor del 20% de la federación se
negaron a concurrir al evento comicial. El restante 80% votó en un 76,4% a favor del mantenimiento de la Unión
Soviética.
Sin embargo, el curso de los
acontecimientos desde marzo se aceleró. Boris Yeltsin se transformó en el
dirigente anticomunista que Estados Unidos necesitaba. Su carácter ambicioso y
su gran olfato político, lo transformaron en el líder que logró el
protagonismo, superando a otros dirigentes y relegando al dubitativo y
pusilánime Gorbachov a jugar un papel secundario en los acontecimientos que
ocurrían.
La heredera natural de la Unión
Soviética fue Rusia, que poseía alrededor del 77% de su superficie y 51% de la
población. En esa condición asumió su puesto como miembro permanente del
Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas, acreditándose como
el único país (de la ex URSS) autorizado a poseer armamento nuclear, lo que
suponía un problema porque el arsenal atómico de la Unión Soviética se
encontraba desplegado en varias repúblicas.
El 12 de junio, Yeltsin había
sido elegido presidente de Rusia. En esa condición le tocaba conducir su
política exterior. Durante su mandato, se produjo la caída abrupta de la economía que tuvo un
descenso de su PIB de un 37% entre 1991 y 1999 y, una baja en la expectativa de
vida de 67,8 años en 1992 a 65,3 en 2000. Estos datos fueron, –entre otros-
expresión de un país estancado que a pesar de su poderío militar no podía tener
el más mínimo protagonismo en el escenario internacional.
En esas condiciones Yeltsin
consideró que vincularse a Occidente y su modelo político-económico le iba a
granjear las simpatías de sus antiguos enemigos. Ello no ocurrió. Así
mismo, se vio obligado a producir una
importante reducción de sus arsenales nucleares, mientras Estados Unidos
aceleraba la expansión de la OTAN hacia el este, todo lo cual generó
resistencia en el parlamento y rechazo en la población. En este mismo ámbito,
su intento de “europeizar” Rusia fue un total fracaso.
Rusia comenzó a perder
significación como potencia mundial. Sus ex aliados se rindieron a Occidente,
su anterior zona de influencia se tornó insegura y la nula capacidad de actuar
en su entorno quedó expresamente demostrada durante la intervención de la OTAN
en Yugoslavia, cuando Estados Unidos y Europa operaron con total impunidad
imponiendo un nuevo orden mundial a la fuerza, en una de las primeras
manifestaciones de la unipolaridad naciente.
Esta situación se mantuvo
durante casi todo el gobierno de Yeltsin, al final de ese período se pudieron
observar algunos cambios que, sin embargo,
no modificaron la situación de debilidad de la anterior potencia bipolar
en el sistema internacional. La llegada de Vladimir Putin al poder comenzó a transformar esa realidad. La aspiración de
los rusos se manifestó en un artículo
periodístico de la época en el que se señala que “Putin debe restaurar lo que
Yeltsin destruyó: el orgullo de sentirse
parte de una gran potencia. Los rusos quieren respeto, no compasión” En ese marco, Putin anunció lo que sería su
modelo de política exterior:
modernización económica, estabilidad política
y mejora de la seguridad.
Al comenzar su mandato, el
nuevo presidente consideró que las condiciones de debilidad de su país lo
obligaban a hacer concesiones a Occidente. No tuvo reparos en ello, pero
paulatinamente esa opción se fue modificando ante la invariabilidad de la
respuesta de Estados Unidos que no alteró un ápice su política pretendiendo
arrodillar al gigante euroasiático. La agresión occidental contra Irak en el
año 2003, fue el punto de inflexión de la política exterior rusa que nuevamente
comenzó a asumir posiciones de fuerza en su papel de miembro permanente del
Consejo de Seguridad de la ONU. Rusia había vuelto al escenario mundial después
de casi 15 años dando lástima. Un elemento significativo de esta nueva
orientación fue el acercamiento del Presidente ruso hacia China, concluyendo
los problemas limítrofes, incrementando el comercio bilateral y creando en 2001
la Organización de Cooperación de Shanghái que
se transformó en una contraparte de poder a Estados Unidos en Asia.
Esta política que se ha seguido
desarrollando y fortaleciendo en la medida del crecimiento económico y la
estabilidad interna es la que permite hoy al presidente Putin enfrentar desde
otra perspectiva la nueva crisis en las relaciones bilaterales, motivadas en el
asilo temporal que el gobierno ruso ha concedido al ex agente de la NSA, Edward
Snowden.
Estados Unidos canceló
unilateralmente la reunión cumbre bilateral que debía realizarse en Moscú a principios
de septiembre. Obama se quejó diciendo que la "retórica" del presidente ruso se asemeja a "los
viejos estereotipos de la Guerra Fría". Citó el asilo a Snowden
como una anécdota en las tensiones existentes y se burló del presidente ruso,
al afirmar que tiene "una
mirada vaga, como del chico aburrido que se sienta al final de la clase".
Aunque en 2009 parecía
iniciarse una nueva era de amistad en las relaciones bilaterales que llevó a que ambos países cooperaran en Afganistán y
a que el gobierno de Estados Unidos haya desmantelado el plan para construir un
escudo anti-misiles en República Checa y Polonia mientras Rusia apoyaba las
sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU contra Irán, las relaciones se han
deteriorado por el bombardeo de Libia con el que Rusia no estaba de acuerdo o
la negativa de Putin a presionar al presidente Assad en Siria.
La decisión de Obama
ha recibido el apoyo de
republicanos y demócratas. Así mismo, en una rara ocasión, los
editoriales de The New York Times y el The Wall Street Journal han coincidido
esta semana en alabar el anuncio, dando unanimidad política y mediática a tal
decisión como es habitual en los temas estratégicos de política exterior de
Estados Unidos.
Por su parte, Rusia ha
manifestado su decepción por tal anuncio. Yuri Ushakov , asesor del presidente
ruso declaró que “Estamos decepcionados por la decisión de la
administración norteamericana de anular la visita que el presidente Obama
planeaba cumplir a comienzos de septiembre a Moscú” y agregó que “es evidente
que esta decisión está relacionada con la situación -no creada por nosotros- en
torno al ex funcionario de los servicios especiales Snowden”. El asesor
presidencial terminó lamentando que esta situación sea una demostración que
Estados Unidos al igual que antes, no
tiene disposición para construir relaciones sobre el principio de equidad.
El vice
titular de Relaciones Internacionales del Consejo de la Federación Rusa, Andrei
Klimov fue más allá al afirmar que Obama “es un rehén de la situación política interna de su país". Klimov agregó que se suponía que el
presidente estadounidense respetaba los principios de igualdad mutua y de no
intervención en los asuntos internos de Rusia, pero que en realidad "Estados Unidos se comporta como si fuera el centro del
Universo" concluyendo tajante al expresar la seguridad de que “la vida va a obligar a Obama a negociar y a
colaborar con Rusia, lo quiera o no”.
Los tiempos han cambiado. Rusia ha
vuelto a ser un actor internacional protagónico, lo nuevo es que la retórica ha
superado a la confrontación. Ese será el signo de los nuevos tiempos y en esta
dinámica –al igual que China- Rusia tiene algo que decir.
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