Por ser tan hermoso es que lo han
prostituido, que se ha transformado en el negocio fabuloso que es ahora. ¿Qué
tiene que ver el fútbol con los miles de millones que se han gastado en este
último Mundial mientras la gente necesita otras cosas más necesarias e
importantes?
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Recibimiento de la selección de Colombia en Bogotá, tras su participación en el Mundial de Fútbol. |
A mí me gusta el fútbol. Lo jugué de
niño y tengo recuerdos fantásticos de los partidos de 150, 200 minutos
interminables que se nos hacían poco, bajo el sol calcinante de la playa,
cuando los ocho jugadores que pateábamos la bola nos quemábamos los pies sobre
la arena ferrosa que reverberaba abrasadora; o bajo la lluvia inclemente que
anegaba toda la cancha lodosa en donde solo por milagro la bola, pesada,
recorría algunos metros antes de estancarse en algún charco.
Guardo aún en mis pupilas los colores
festivos del primer partido al que asistí en un estadio. Era de noche,
recuerdo, y el verde intenso de la gramilla iluminada contrastando con los
alucinantes rojos, amarillos, morados y negros de los uniformes de los jugadores
me parecieron lo más cercano a la alegría y la fiesta.
Hace muchos años, tal vez cuarenta o
más, fui con mis dos hermanos a ver un partido en el que la selección de mi
país se jugaba el todo por el todo en una eliminatoria para ir las Olimpiadas.
Creo que eran las del 68 de México, Olimpiadas memorables con cuyos afiches
empapelé mi habitación durante varios años, hasta que me fui de la casa paterna
para no volver nunca a ella ni a la Patria.
Para ese partido llegamos tarde, por más
que corrimos desesperadamente para llegar a tiempo, y no nos alcanzaba la plata
más que para comprar una entrada de las que nos vendían los revendedores
apostados como buitres y que no se apiadaron de nuestra angustia infantil y
adolescente, y decidimos verlo a través una reja desde la que solo se veían la
mitad de la cancha y una portería en medio de una selva de cabezas de
lustrabotas, vendedores de chicles, de refrescos y caramelos, pero eso fue
suficiente para que sufriéramos como el más pintado, como el mejor apoltronado
en la butaca más cara.
Cuando jugábamos había siempre un
narrador que nos ponía a cada uno el nombre de alguno de los héroes de la
temporada. Recuerdo a un portero Rómulo y a otro al que llamaban “El Rubio”
Nixon García; a un defensa que le decían “El Lobito” Melgar y a los hermanos
Villavicencio (uno defensa y el otro delantero).
Éramos, como ellos, gloriosos en la
cancha, incansables, diablos, dribladores y, al terminar de jugar, nos
aturusábamos de agua hasta casi reventar mientras a lo lejos escuchábamos la
regaños de las madres al vernos sucios (asquerosos, decían), raspados y
sudorosos.
¿Cómo no amar, entonces, el fútbol, si
está tan cerca de todo lo querido, de los recuerdos que le dan sentido a la
existencia, de los años en los que la felicidad tenía forma redonda y estaba a
nuestros pies?
El fútbol sigue siendo bello. ¡Qué
hermosos los estadios!, las cada vez más apoteósicas tomas de las decenas de
cámaras apostadas en todos los rincones; la hinchada fervorosa, el sufrimiento,
la alegría, los gritos y las porras de aliento.
Por ser tan hermoso es que lo han
prostituido, que se ha transformado en el negocio fabuloso que es ahora. ¿Qué
tiene que ver el fútbol con los miles de millones que se han gastado en este
último Mundial mientras la gente necesita otras cosas más necesarias e
importantes?
Por eso también lo utilizan para desviar
la atención, para que no nos fijemos en lo que está pasando, en la subida de
los precios, en la aprobación de impuestos.
Y es también catalizador de muchos males
que nos corroen y que no emanan de él, necesariamente, y que evidencian los
límites de las sociedades que hemos construido: el machismo, por ejemplo, que
encuentra frecuentemente cauce a través de la violencia en el estadio o fuera
de él, en la casa, en donde la frustración se canaliza hacia los hijos o la
esposa.
Los costarricenses también expresaron su "pasión" por los jugadores del equipo nacional de fútbol. |
En Colombia y Costa Rica nunca se
recibió con tanta algarabía a nadie como a las selecciones de fútbol que
volvieron “victoriosas” en estos días. Fueron decenas de miles que bloquearon
el tránsito e hicieron colapsar las ciudades, y crecieron los egos
nacionalistas hasta el ridículo.
Por escribir estas líneas seguramente
seré tachado de amargado, traidor y mal agradecido, pero no puedo dejar de
decir que me sorprende con qué facilidad cae, en este mes de irracionalidad
siempre creciente, la pequeña capa de barniz que nos da relumbrón de animales
racionales y civilizados.
Sin embargo, a pesar de todo, este domingo será la final del Mundial Brasil 2014 y espero que Argentina saque la cara por
todos nosotros, los “cabezas negras” del mundo… aunque sea con un plantel de
millonarios.
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