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sábado, 4 de octubre de 2014

Terrorismo y revolución

Los revolucionarios enfrentarán exitosamente y lograrán derrotar al enemigo empuñando valores, principios y un comportamiento superior. En lo financiero, lo tecnológico y lo militar, el adversario casi siempre es  superior, pero jamás podrán derrotar a los pueblos si estos son conducidos por líderes capaces de blandir las banderas de una ética y una moral superlativa.

Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela

La trayectoria revolucionaria de mi padre, Mariano Rodríguez, me llevó desde niño a conocer a una gran cantidad de personajes, muchas veces sin saber quiénes eran. En algunos casos, pasaron muchos años antes de conocer la verdadera identidad de estos amigos que pasaban transitoriamente por casa.

En el alba de mi vida, cuando apenas tenía 8 años fuimos a vivir a Maturín. Las actividades políticas de mi padre nos encaminaron a su ciudad natal a la que volvía después de muchos años. Era una época en que la lucha armada arreciaba en el país. Las fuerzas revolucionarias se enfrentaban a la voracidad represiva de los fundadores de la deformada democracia representativa surgida  tras el derrocamiento de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.

Mi hermana Valentina tenía 1 año e Iván, apenas algunos meses, los dos menores, Marianela y Mauricio  aún no habían nacido.  Era inevitable que –sobre todo yo- me diera cuenta que mi papá desarrollaba actividades políticas en contra del gobierno y que eso era peligroso. La consigna que nos inculcó –y que todavía hoy recordamos- fue “ver, oír y callar”. Eran tiempos en que Radio Habana Cuba se escuchaba en un tono muy bajo para evitar que los vecinos pudieran saber que  auscultábamos la voz de lo que el sistema denominaba “ la tenebrosa dictadura cubana”.

De esa época, recuerdo dos amigos que llegaron a casa donde permanecieron varios días, tal vez semanas. No se podía saber que estaban allí. Ante tal dificultad me transformé en su enlace, llevando y trayendo comunicaciones. Muchos años después (tal vez 30) supe que uno de ellos había sido Alfredo Maneiro, uno de los más preclaros líderes de la izquierda revolucionaria venezolana, fundador de la Causa R, organización que puso en entredicho el poder corrupto de la alianza de social demócratas y demócrata cristianos.

Era muy niño, como para recordar con detalles a Maneiro, pero aún resuenan en mi mente su convocatoria cada vez que regresaba de la escuela, para preguntarme qué cosas nuevas había aprendido y conversar  de Venezuela, su historia y geografía. Maneiro trasuntaba humanidad y paz a pesar de las condiciones difíciles en que vivía.

Años, después, viviendo en Santiago de Chile, pasaban por casa muchos venezolanos quienes compartían junto al pueblo chileno los avatares del gobierno de la Unidad Popular y su presidente, Salvador Allende. Uno de ellos (que para variar supe su nombre muchos años después) fue el hoy tan recordado Baltasar Ojeda Negretti. Trasuntaba alegría, felicidad de vivir, tenía una risa alegre que nunca le abandonaba. Con mi padre hacían planes de futuro y añoraban el regreso a la Venezuela querida. Nunca escuché (aunque escuché mucho) que en su lenguaje o en sus pensamientos se barruntara alguna idea destructiva, alguna manifestación de odio o de resentimiento personal respecto del enemigo. Ya era un joven en plena adolescencia que participaba activamente en las luchas estudiantiles en apoyo a la Unidad Popular y podría haberme dado cuenta de lo contrario e incluso “nutrirme” de ello.

Con el transcurso del tiempo, me tocó conocer en persona a combatientes, de varios países que asumieron la lucha armada para enfrentar las feroces dictaduras militares que asolaban sus países. En distintos niveles de responsabilidad,  ninguno de ellos portaba ideas de odio personal o de búsqueda de la muerte sin sentido.

Recuerdo a Laureano Mairena, ese extraordinario campesino de Solentiname en Nicaragua que fue mi jefe de columna, el más valiente entre todos los valientes que he conocido, jovial, dicharachero, cumplía su misión al lado de los pobres de la tierra que luchaban por su libertad, como la más sencilla de las encomiendas. Combatir junto a él fue un privilegio que atesoro como lo mejor de mi vida. Cayó combatiendo, ya con grados de capitán del Ejército Popular Sandinista, a las bandas contra revolucionarias que devastaban Nicaragua bajo mandato de Estados Unidos a comienzos de los años 80 del siglo pasado.

Podría hoy también  recordar al Comandante Fidel Castro y la formación que tuvo el contingente internacionalista que partiendo de Cuba dio su apoyo al derrocamiento de la dictadura de Somoza, cuando bajo el influjo de la revolución cubana adquirimos estilos, hábitos  y comportamientos respecto del trato con nuestros compañeros, con los heridos y los prisioneros de guerra, si llegábamos a tenerlos. En el caso de Cuba, fue norma permanente del ejército desde los días de la Sierra Maestra.

Estos recuerdos y reflexiones vinieron a mi pensamiento al ver la cobardía y bajeza moral de los dos terroristas venezolanos capturados en Colombia. La desfachatez de su discurso violento sólo puede tener sustento en mentes desquiciadas que gozan de gran apoyo de la ultra derecha colombiana actuando como cabeza de lanza de un conglomerado de fuerzas nacionales e internacionales que supone la intención de reconquistar a cualquier precio el poder perdido. “Restauración conservadora” la denomina el presidente Rafael Correa.

El valor que significa asumir formas de lucha que pueden significar la pérdida de los más preciado del ser humano: su vida, solo puede ser enarbolado por ciudadanos que sienten verdadero amor por su patria y su pueblo, se hace de cara al sol, enfrentando al enemigo armado, no a inermes ciudadanos inocentes como pretendían estos falaces y desvergonzados hijos del fascismo. Esto es puro y burdo terrorismo, hágalo quien lo haga y en el lugar que lo haga.

Los revolucionarios enfrentarán exitosamente y lograrán derrotar al enemigo empuñando valores, principios y un comportamiento superior. En lo financiero, lo tecnológico y lo militar, el adversario casi siempre es  superior, pero jamás podrán derrotar a los pueblos si estos son conducidos por líderes capaces de blandir las banderas de una ética y una moral superlativa. Es la única bandera que el pueblo hará suya para transitar el camino de la victoria. Su carencia augura una derrota segura.

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