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sábado, 8 de noviembre de 2014

Pobreza y cambio climático, ¿qué pasa en Centroamérica?

Un reciente informe de la Oficina de la ONU para la Reducción del Riesgo de Desastres califica a Centroamérica como “una zona de multiamenazas” por el impacto combinado de los fenómenos ambientales y de factores vinculados a los patrones históricamente dominantes del (mal)desarrollo y a la cultura ambiental (las relaciones entre naturaleza y sociedad) de la región.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

La sequía y otros fenómenos ambientales asociados al cambio
climático amenazan la seguridad alimentaria de Centroamérica.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) presentó hace pocos días, en Copenhague, una síntesis de los principales hallazgos del Quinto Informe de Evaluación del Cambio Climático. El comunicado oficial del IPCC inicia con una advertencia que debería llamar a la reflexión y la acción a los gobiernos, movimientos sociales y los pueblos del mundo, especialmente de los países más pobres:  La influencia humana en el sistema climático es clara y va en aumento, y sus impactos se observan en todos los continentes. Si no se le pone freno, el cambio climático hará que aumente la probabilidad de impactos graves, generalizados e irreversibles en las personas y los ecosistemas”.

De acuerdo con los expertos, los riesgos asociados a este fenómeno global “son particularmente problemáticos para los países menos adelantados y las comunidades vulnerables”, que disponen de menos recursos económicos y de infraestructura para buscar soluciones, y paradójicamente, son los grupos humanos que menos contribuyen a las emisiones de gases de efecto invernadero, en comparación con los países de economías industrializadas. “Las personas marginadas en los ámbitos social, económico, cultural, político, institucional u otro son especialmente vulnerables al cambio climático”, concluye el IPCC. Un llamado de alerta para una región como Centroamérica, en la que casi el 48% de su población vive en condición de pobreza.

Precisamente, un reciente informe de la Oficina de la ONU para la Reducción del Riesgo de Desastres califica a Centroamérica como “una zona de multiamenazas” por el impacto combinado de los fenómenos ambientales y de factores vinculados a los patrones históricamente dominantes del (mal)desarrollo y a la cultura ambiental (las relaciones entre naturaleza y sociedad) de la región. Así, por ejemplo, el documento identifica la elevada frecuencia de eventos de origen meteorológico, “la pobreza, infraestructuras insuficientes o diseñadas sin considerar el impacto de las amenazas naturales, de una ocupación y uso del territorio que transgrede normas básicas de ordenamiento urbano y de una presión excesiva para el uso intensivo de los recursos naturales” como los principales “factores subyacentes del riesgo” del cambio climático. De acuerdo con el  documento, el 95% de la población de El Salvador está “expuesta al riesgo" por desastres naturales, en Guatemala un  92% de su población, en Costa Rica el 85%, en Nicaragua el 69 % y  en Honduras el 56 %.

Este diagnóstico coincide con el que, desde otra perspectiva de análisis, presentó la CEPAL en el año 2012, en su informe La economía del cambio climático en Centroamérica. En dicho estudio se establecieron escenarios prospectivos críticos a partir de cuatro variables: aumento de la población y mayor demanda de agua para consumo humano, producción agropecuaria y seguridad alimentaria, biodiversidad, y pobreza y salud.

Según CEPAL, de continuar las tendencias  actuales del cambio climático en el mundo, y las tendencias socioeconómicas y ambientales en Centroamérica, en los próximos años nos enfrentaríamos a un aumento de la demanda del recurso hídrico de hasta el 300% en el año 2050, lo que, en el escenario más pesimista, equivaldría un índice de uso del agua de más de 370% (a nivel internacional, se considera que un 20% ya supone una situación de estrés hídrico), y crearía condiciones “similares a lo que sucede en la actualidad en Egipto y algunos países de la península arábiga”.

En el sector agropecuario y agroindustrial, que representan el 18% del PIB centroamericano, el cambio climático podría provocar un decrecimiento dramático de la producción de maíz, frijol y arroz, lo que afectaría “la seguridad alimentaria de los productores rurales al reducir la producción de alimentos y el acceso directo a ellos, además de aumentar los precios y/o la escasez para los consumidores, según las posibilidades de importaciones compensatorias”.

La diversidad biológica centroamericana, que actualmente representa el 7% de la biodiversidad mundial, también sufriría las consecuencias: producto del cambio climático, el Índice de Biodiversidad Potencial, a finales del siglo XXI, disminuiría entre un 33% y 58% en las situaciones o escenarios más extremos, y los países más afectados serían –en su orden- Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Honduras.

Finalmente, el informe de CEPAL señala que la explosiva combinación de factores como la pobreza –que afecta a cerca de 41 millones de centroamericanos- y las deficientes condiciones de servicios de salud y saneamiento básico para la población, “hacen vulnerable a la población al cambio climático ya que algunas enfermedades asociadas a la pobreza, como malaria y dengue”, así como a los efectos directos e indirectos  ocasionados por inundaciones, destrucción de cultivos y reubicación de comunidades en condiciones no aptas.

Desde hace varios años, los gobiernos vienen articulando políticas y acciones concretas de alcances regional, a través del Sistema de Integración Centroamericana. Si bien son esfuerzos loables y necesarios, lo cierto es que prácticamente todos los informes reconocen que nuestros países no están haciendo lo suficiente para enfrentar el cambio climático: en parte, por razones políticas, y en parte, por razones estructurales. Como bien lo dice el estudio de la CEPAL, “el patrón general de desarrollo y las debilidades de gestión del riesgo han creado un círculo vicioso de empobrecimiento humano y degradación ambiental, lo que se complicará aún más con el avance del cambio climático”. He ahí el fondo complejo y problemático del asunto.

Como hemos planteado en otro momento, lo que se requiere para romper ese círculo vicioso, el del maldesarrollo, es un cambio radical en la cultura ambiental y económica, en nuestro modo de concebir el “desarrollo” y nuestra relación con el medio ambiente, regida durante siglos por la pretensión del dominio humano sobre la naturaleza, su explotación irracional con afán de lucro, la subordinación de las decisiones al cálculo de utilidades, y la sistemática deslegitimación de las propuestas o alternativas al modelo dominante por considerar que se oponen al progreso.

Por desgracia, el tiempo nos está ganando la partida.

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