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sábado, 10 de enero de 2015

Argentina: ¿“Especímenes” en vía de extinción?

Necesitamos los argentinos discutirnos a nosotros mismos, escucharnos  más y  descalificarnos menos, sumar y no restar, criticar con fundamento y argumento sobre lo que nos parece mal, pero también saber valorar y reconocer lo bueno porque el hacerlo, aún siendo de otro signo político al del gobierno de turno, representa un acto de sensatez, cultura y madurez política.

José Luis Callaci* / Especial para Con Nuestra América
Desde San José, Costa Rica

La democratización de las comunicaciones es una
necesidad frente al poder táctico de los grupos mediáticos.

Pocos se explican a estas alturas del siglo XXI que sobrevivan ciertos “especímenes”, en esas elites ubicuas, que se sienten  por encima de  los demás. Incapaces de modificar conductas y actitudes no conocen de compromisos ni de responsabilidades para con la sociedad y el país. Su poder ha sido tal que les permitió  recurrir a golpes de Estado contra gobiernos democráticamente constituidos porque simplemente no servían a sus intereses. Hay incluso quienes piensan que siguen no solo vivas sino exhibiendo una  arrogancia sin parangón con  las de otros países de la región. Hasta en esto los argentinos somos exclusivos.


Ante la imposibilidad de hacer lo mismo,  estos “especímenes” (que son de carne y hueso, y abundante pelambre por supuesto), conscientes que la historia no los liberará de culpas por un tenebroso pasado se resisten, con inusitada  violencia, esta vez verbal y de una vacuidad absoluta en ideas, propuestas y  argumentos. Sus desahogos esputan improperios, agravios, burlas e  infundios  y soeces insultos. Para ello  se valen  de baterías mediáticas perfeccionadas durante la última dictadura en un articulado sistema corporativo de la información, que aún les funciona debido a incompetencias, pusilanimidades y vergonzosas sumisiones que retrasan la aplicación de La Ley de Medios,  aprobada para acabar con monopolios que impiden ese  pluralismo informativo esencial para la pervivencia de la propia democracia.

Representan estos “especímenes” una porción minoritaria del mosaico opositor y muy probablemente de las propias elites enfrentadas al actual gobierno,  pero aún así su  gran poder económico y mediático les permite, un día sí y otro también,   alimentar la irascibilidad de los recalcitrantes y sembrar confusión, incredulidades y desesperanzas en los incautos. Sus más encarnizados acólitos que  salen en escuálidas manifestaciones de “cacerolazos”, que se disipan como niebla en ventolera,  los contratados plumarios,  comentaristas y  conductores de programas, difusores de noticias de laboratorio,  junto a uno que otro apóstata y  esos “especialistas”, cuyos vaticinios de catástrofes apocalípticas se han venido cayendo una tras otra, no pueden evitar a estas alturas ocultar  sus rostros de frustración  y  amargura.

Decía Saramago que no se debía discutir la Patria o Dios pero sí todo lo demás. Necesitamos los argentinos discutirnos a nosotros mismos, escucharnos  más y  descalificarnos menos, sumar y no restar, criticar con fundamento y argumento sobre lo que nos parece mal pero también saber valorar y reconocer lo bueno porque el hacerlo, aún siendo de otro signo político al del gobierno de turno, representa un acto de sensatez, cultura y madurez política. En la conducción de un país, como en toda actividad  humana, hay aciertos y hay errores.

Es opinión de quien garrapatea estas líneas, que a partir del año 2003 se  transita  por caminos propios;  rumbos ciertos de un proyecto político de país, perfectible pero que necesita de más tiempo, enriquecimiento  y consenso, y porque además nunca ha sido  bueno cambiar de caballo a mitad del río.

Comienza  el  año en que los ciudadanos y ciudadanas tendremos que tomar grandes decisiones. Es de esperar que al hacerlo la mesura y la racionalidad superen la intolerancia, y esos exacerbados  fanatismos  y odios ancestrales  que un incólume poder mediático, que de objetivo e independiente no tiene nada, ha logrado  acentuar en una parte de nuestra ciudadanía con claros fines desestabilizadores. También que la conducción del país quede en manos de los más capaces, leales, inteligentes y talentosos, comprometidos con el bienestar del mayor número, poseedores del coraje suficiente para proteger los sagrados intereses de la Patria cuyos  enemigos  nunca duermen. Que no sean parte, por simple aritmética electoral, de esos pactos por debajo de la mesa con quienes se aferran a lo establecido y se oponen a los requeridos y demandados cambios.

En la historia  de la conducción  de los Estados siempre existieron “especímenes” que entraron  en vía de extinción. Los aportes para impedir que la sed de poder fáctico absoluto  y esa desenfrenada codicia que envenena el alma los mantenga o vuelva a reproducir engendros tendrán que ser grandes y  sustanciales

*El autor es ciudadano argentino, radicado en Costa Rica desde hace cuarenta años, y consultor de agencias de cooperación internacional.

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