Necesitamos los argentinos discutirnos a nosotros
mismos, escucharnos más y descalificarnos menos, sumar y no restar,
criticar con fundamento y argumento sobre lo que nos parece mal, pero también
saber valorar y reconocer lo bueno porque el hacerlo, aún siendo de otro signo
político al del gobierno de turno, representa un acto de sensatez, cultura y
madurez política.
José Luis Callaci* / Especial para Con Nuestra América
Desde San
José, Costa Rica
La democratización de las comunicaciones es una necesidad frente al poder táctico de los grupos mediáticos. |
Pocos se explican a
estas alturas del siglo XXI que sobrevivan ciertos “especímenes”, en esas
elites ubicuas, que se sienten por
encima de los demás. Incapaces de
modificar conductas y actitudes no conocen de compromisos ni de
responsabilidades para con la sociedad y el país. Su poder ha sido tal que les
permitió recurrir a golpes de Estado
contra gobiernos democráticamente constituidos porque simplemente no servían a
sus intereses. Hay incluso quienes piensan que siguen no solo vivas sino
exhibiendo una arrogancia sin parangón
con las de otros países de la región.
Hasta en esto los argentinos somos exclusivos.
Ante la imposibilidad
de hacer lo mismo, estos “especímenes”
(que son de carne y hueso, y abundante pelambre por supuesto), conscientes que
la historia no los liberará de culpas por un tenebroso pasado se resisten, con
inusitada violencia, esta vez verbal y
de una vacuidad absoluta en ideas, propuestas y
argumentos. Sus desahogos esputan improperios, agravios, burlas e infundios
y soeces insultos. Para ello se
valen de baterías mediáticas
perfeccionadas durante la última dictadura en un articulado sistema corporativo
de la información, que aún les funciona debido a incompetencias,
pusilanimidades y vergonzosas sumisiones que retrasan la aplicación de La Ley
de Medios, aprobada para acabar con
monopolios que impiden ese pluralismo
informativo esencial para la pervivencia de la propia democracia.
Representan estos
“especímenes” una porción minoritaria del mosaico opositor y muy probablemente
de las propias elites enfrentadas al actual gobierno, pero aún así su gran poder económico y mediático les permite,
un día sí y otro también, alimentar la
irascibilidad de los recalcitrantes y sembrar confusión, incredulidades y
desesperanzas en los incautos. Sus más encarnizados acólitos que salen en escuálidas manifestaciones de
“cacerolazos”, que se disipan como niebla en ventolera, los contratados plumarios, comentaristas y conductores de programas, difusores de
noticias de laboratorio, junto a uno que
otro apóstata y esos “especialistas”,
cuyos vaticinios de catástrofes apocalípticas se han venido cayendo una tras
otra, no pueden evitar a estas alturas ocultar
sus rostros de frustración y amargura.
Decía Saramago que no
se debía discutir la Patria o Dios pero sí todo lo demás. Necesitamos los
argentinos discutirnos a nosotros mismos, escucharnos más y
descalificarnos menos, sumar y no restar, criticar con fundamento y
argumento sobre lo que nos parece mal pero también saber valorar y reconocer lo
bueno porque el hacerlo, aún siendo de otro signo político al del gobierno de
turno, representa un acto de sensatez, cultura y madurez política. En la
conducción de un país, como en toda actividad
humana, hay aciertos y hay errores.
Es opinión de quien
garrapatea estas líneas, que a partir del año 2003 se transita
por caminos propios; rumbos
ciertos de un proyecto político de país, perfectible pero que necesita de más
tiempo, enriquecimiento y consenso, y
porque además nunca ha sido bueno
cambiar de caballo a mitad del río.
Comienza el año
en que los ciudadanos y ciudadanas tendremos que tomar grandes decisiones. Es
de esperar que al hacerlo la mesura y la racionalidad superen la intolerancia,
y esos exacerbados fanatismos y odios ancestrales que un incólume poder mediático, que de
objetivo e independiente no tiene nada, ha logrado acentuar en una parte de nuestra ciudadanía
con claros fines desestabilizadores. También que la conducción del país quede
en manos de los más capaces, leales, inteligentes y talentosos, comprometidos
con el bienestar del mayor número, poseedores del coraje suficiente para
proteger los sagrados intereses de la Patria cuyos enemigos
nunca duermen. Que no sean parte, por simple aritmética electoral, de
esos pactos por debajo de la mesa con quienes se aferran a lo establecido y se
oponen a los requeridos y demandados cambios.
*El autor es ciudadano argentino, radicado en Costa
Rica desde hace cuarenta años, y consultor de agencias de cooperación
internacional.
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