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sábado, 3 de enero de 2015

Aunque el imperio se vista de seda…

Esa política de doble rasero, de intervencionismo y prepotencia, que mira solamente por sus intereses a costa de sacrificar principios elementales de la convivencia entre Estados; que castiga a Venezuela pero guarda silencio cómplice, por ejemplo, por las violaciones masivas de derechos humanos en México, es la que encontrarán los presidentes y representantes latinoamericanos y caribeños que asistan a la Cumbre de las Américas de Panamá, en abril del 2015.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Mientras flexibiliza su política hacia Cuba, Obama
mueve sus piezas contra la Revolución Bolivariana.
América Latina pasa la página de un año más del siglo XXI con una noticia que augura cambios importantes en el corto y mediano plazo: nos referimos a la liberación de los cinco héroes antiterroristas cubanos y el anuncio del deshielo en las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, un vestigio del siglo pasado atizado por odios, prejuicios ideológicos, resquemores y apetitos inconfesables, especialmente de los enemigos de la Revolución Cubana y de su influencia en el devenir de nuestra América. Con todo, este importante acontecimiento, que despertó la alegría y la esperanza legítima en el pueblo de Cuba, también debe ser asumido con mesura y someterse a un análisis reposado de su contexto y sus potenciales desenlaces.

Es evidente que la de decisión de iniciar conversaciones para el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos responde a un criterio elemental de realismo político, sobre todo para Washington, dadas las condiciones que imperan en el entorno regional y global, y al hecho incuestionable de que el bloqueo ha sido un fracaso y que, por el contrario, Cuba no se ha quedado sin aliados en América Latina al tiempo que  profundiza sus vínculos económicos con potencias como Rusia y China.

Sin embargo, el giro que hoy protagoniza el gobierno del presidente Barack Obama, de manera coyuntural (¿qué pasaría si los republicanos triunfan en las elecciones de noviembre del 2016?) y parcial (pues no toca el nudo medular de las agresiones contra Cuba: el bloqueo económico), no reduce ni un ápice el carácter imperialista de la política exterior norteamericana –entendida esta en perspectiva histórica- ni la naturaleza expansionista y depredadora del capital y las élites estadounidenses, para quienes la diplomacia, en no pocas ocasiones, se ha convertido en la continuación de la guerra por otros medios.

Prueba de esto son las sanciones que el Congreso y la Casa Blanca impusieron a funcionarios del gobierno de Venezuela (suspensión de visas y congelación de activos en territorio estadounidense), casi simultáneamente al anuncio de la nueva política hacia Cuba, en lo que constituye un absurdo jurídico y un acto de flagrante intromisión en la política interna del país suramericano. Washington pretende castigar así las acciones de defensa de la Revolución Bolivariana frente a la escalada de terrorismo que desplegó la oposición –con financiamiento y ayuda logística estadounidense- a inicios del 2014, con el propósito de derrocar al presidente Nicolás Maduro e imponer un gobierno vasallo. Y aduce, para justificar tal medida, presuntas violaciones de derechos humanos de manifestantes y personajes de los distintas facciones de la derecha.

El mandatario venezolano denunció una nueva escalada de agresiones contra la Revolución,  y calificó como “una insolencia pensar que el Congreso de un país puede amenazar, sancionar y exigir buena conducta a otro país y a un pueblo soberano”. Además, censuró “la guerra económica y política que se le está aplicando a Venezuela, produciendo graves daños a nuestro pueblo, algo que hemos enfrentado con nuestro pueblo a lo largo de todo el año. Creo que se equivoca el presidente Barack Obama, no entiende lo que está pasando en nuestra región. No entiende lo que es un pueblo como el nuestro”.

Esa política de doble rasero, de intervencionismo y prepotencia, que mira solamente por sus intereses a costa de sacrificar principios elementales de la convivencia entre Estados; que castiga a Venezuela pero guarda silencio cómplice, por ejemplo, por las violaciones masivas de derechos humanos en México, es la que encontrarán los presidentes y representantes latinoamericanos y caribeños que asistan a la Cumbre de las Américas de Panamá, en abril del 2015: un foro que Washington aprovechará para presentar, posiblemente con la presencia de Cuba, lo que considera como el replanteamiento de las relaciones interamericanas. ¿Será un cambio real, o solamente una estrategia diferente para alcanzar los objetivos de dominación continental que permean su política exterior desde el siglo XIX?

Por lo pronto, ya el presidente cubano Raúl Castro expresó su posición ante la Asamblea Nacional: “No debe pretenderse que para mejorar las relaciones con los Estados Unidos, Cuba renuncie a las ideas por las que ha luchado durante más de un siglo, por las que su pueblo ha derramado mucha sangre y ha corrido los mayores riesgos. Es necesario comprender que Cuba es un Estado soberano cuyo pueblo, en libre referendo para aprobar la Constitución, decidió su rumbo socialista y sistema político, económico y social. De la misma forma que nunca nos hemos propuesto  que los Estados Unidos cambien su sistema político, exigiremos respeto al nuestro”.

Una actitud consecuente, vigilante y necesaria, no solo para Cuba sino para toda nuestra América. Es que, como bien dijo el Che Guevara, en el  imperialismo no se puede confiar ni tantito así.

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