Esa política de doble
rasero, de intervencionismo y prepotencia, que mira solamente por sus intereses
a costa de sacrificar principios elementales de la convivencia entre Estados;
que castiga a Venezuela pero guarda silencio cómplice, por ejemplo, por las
violaciones masivas de derechos humanos en México, es la que encontrarán los
presidentes y representantes latinoamericanos y caribeños que asistan a la
Cumbre de las Américas de Panamá, en abril del 2015.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Mientras flexibiliza su política hacia Cuba, Obama mueve sus piezas contra la Revolución Bolivariana. |
América Latina pasa la
página de un año más del siglo XXI con una noticia que augura cambios
importantes en el corto y mediano plazo: nos referimos a la liberación de los
cinco héroes antiterroristas cubanos y el anuncio del deshielo en las
relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, un vestigio del siglo
pasado atizado por odios, prejuicios ideológicos, resquemores y apetitos
inconfesables, especialmente de los enemigos de la Revolución Cubana y de su
influencia en el devenir de nuestra América. Con todo, este importante
acontecimiento, que despertó la alegría y la esperanza legítima en el pueblo de
Cuba, también debe ser asumido con mesura y someterse a un análisis reposado de
su contexto y sus potenciales desenlaces.
Es evidente que la de
decisión de iniciar conversaciones para el restablecimiento de relaciones entre
Cuba y Estados Unidos responde a un criterio elemental de realismo político,
sobre todo para Washington, dadas las condiciones que imperan en el entorno
regional y global, y al hecho incuestionable de que el bloqueo ha sido un
fracaso y que, por el contrario, Cuba no se ha quedado sin aliados en América
Latina al tiempo que profundiza sus
vínculos económicos con potencias como Rusia y China.
Sin embargo, el giro
que hoy protagoniza el gobierno del presidente Barack Obama, de manera
coyuntural (¿qué pasaría si los republicanos triunfan en las elecciones de
noviembre del 2016?) y parcial (pues no toca el nudo medular de las agresiones
contra Cuba: el bloqueo económico), no reduce ni un ápice el carácter
imperialista de la política exterior norteamericana –entendida esta en
perspectiva histórica- ni la naturaleza expansionista y depredadora del capital
y las élites estadounidenses, para quienes la diplomacia, en no pocas
ocasiones, se ha convertido en la continuación de la guerra por otros medios.
Prueba de esto son las sanciones que el Congreso y la
Casa Blanca impusieron a funcionarios del gobierno de Venezuela (suspensión de visas y
congelación de activos en territorio estadounidense), casi simultáneamente al
anuncio de la nueva política hacia Cuba, en lo que constituye un absurdo
jurídico y un acto de flagrante intromisión en la política interna del país
suramericano. Washington pretende castigar así las acciones de defensa de la Revolución
Bolivariana frente a la escalada de terrorismo que desplegó la oposición –con
financiamiento y ayuda logística estadounidense- a inicios del 2014, con el
propósito de derrocar al presidente Nicolás Maduro e imponer un gobierno
vasallo. Y aduce, para justificar tal medida, presuntas violaciones de derechos
humanos de manifestantes y personajes de los distintas facciones de la derecha.
El mandatario
venezolano denunció una nueva escalada de
agresiones contra la Revolución,
y calificó como “una insolencia
pensar que el Congreso de un país puede amenazar, sancionar y exigir buena
conducta a otro país y a un pueblo soberano”. Además, censuró “la guerra económica y política que se le
está aplicando a Venezuela, produciendo graves daños a nuestro pueblo, algo que
hemos enfrentado con nuestro pueblo a lo largo de todo el año. Creo que se
equivoca el presidente Barack Obama, no entiende lo que está pasando en nuestra
región. No entiende lo que es un pueblo como el nuestro”.
Esa política de doble
rasero, de intervencionismo y prepotencia, que mira solamente por sus intereses
a costa de sacrificar principios elementales de la convivencia entre Estados;
que castiga a Venezuela pero guarda silencio cómplice, por ejemplo, por las
violaciones masivas de derechos humanos en México, es la que encontrarán los
presidentes y representantes latinoamericanos y caribeños que asistan a la
Cumbre de las Américas de Panamá, en abril del 2015: un foro que Washington
aprovechará para presentar, posiblemente con la presencia de Cuba, lo que
considera como el replanteamiento de las relaciones interamericanas. ¿Será un
cambio real, o solamente una estrategia diferente para alcanzar los objetivos
de dominación continental que permean su política exterior desde el siglo XIX?
Por lo pronto, ya el
presidente cubano Raúl Castro expresó su posición
ante la Asamblea Nacional: “No debe
pretenderse que para mejorar las relaciones con los Estados Unidos, Cuba
renuncie a las ideas por las que ha luchado durante más de un siglo, por las
que su pueblo ha derramado mucha sangre y ha corrido los mayores riesgos. Es
necesario comprender que Cuba es un Estado soberano cuyo pueblo, en libre
referendo para aprobar la Constitución, decidió su rumbo socialista y sistema
político, económico y social. De la misma forma que nunca nos hemos
propuesto que los Estados Unidos cambien
su sistema político, exigiremos respeto al nuestro”.
Una actitud
consecuente, vigilante y necesaria, no solo para Cuba sino para toda nuestra
América. Es que, como bien dijo el Che Guevara, en el imperialismo no se puede confiar ni tantito
así.
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