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sábado, 14 de febrero de 2015

Argentina: Clarín y el golpismo mediático

Frente al gobierno kirchnerista (que en la historia del país rioplatense ha sido como nunca garante de la “libertad de expresión”), el grupo Clarín y los más recalcitrantes nichos conservadores de la sociedad vienen jugando un papel desestabilizador y de inescrupulosa violencia comunicacional.

José Steinsleger / LA JORNADA

El Grupo Clarín mantiene una guerra abierta
contra el gobierno de Cristina Fernández.
No recuerdo bien si fue a finales de 1999 o 2000, cuando, junto con el fallecido periodista Miguel Ángel Granados Chapa, presentamos en México el libro Decíamos ayer: la prensa argentina bajo el Proceso, de Eduardo Blaustein y Martín Zubieta (Ed. Colihue, Buenos Aires, 1998).

Apuntado el dato (y sin detenerme a comentar una obra que debería servir de referencia entre los periodistas de América Latina), rescato una idea del urbanista y filósofo francés Paul Virilo en la primera página de su ensayo El arte del motor, que los autores incluyen en Decíamos ayer: “Los medios de comunicación industriales disfrutan de una depravación singular de las leyes democráticas… Si no disponen a priori de la libertad de anunciar falsas noticias, nuestra legislación les concede en cambio el poder exorbitante de mentir por omisión, censurando y prohibiendo las que no les convienen o pueden dañar sus intereses” (p. 58).

Tomemos el caso del diario argentino Clarín, medio ultraliberal que junto al hiperconservador La Nación encabeza, mediáticamente, la ofensiva destituyente contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

Miembro de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), y en particular de la llamada “banda de los cinco” (Televisa, O Globo de Brasil, El Mercurio de Chile, grupo Cisneros de Venezuela), Clarín se ha convertido en un verdadero partido político… ¿sin ideología? Quienes conocen su trayectoria aseguran que 70 años en la vida de un periódico son suficientes para fundar una ideología.

¿Cuál ideología? Difícil precisar aunque, grosso modo, podría ser la ideología de los que dicen vivir al margen de toda ideología y, por consiguiente, detestan la política o a los que “hacen política”. O sea, la ideología política de las crecientes, ambivalentes y confusas clases medias de América Latina, que aseguran ser “democráticas” y enemigas del “totalitarismo”.

Aunque ni tanto… Porque en el caso argentino, cuando tuvieron que callar callaron, y medios como Clarín supieron interpretarlas con singular perfección. Así, su editorial del 14 de abril de 1976 apuntaba con respecto al sanguinario régimen cívico-militar instaurado el 24 de marzo del mismo año: “Las actividades y las palabras del gobierno autorizan a pensar que se propone efectuar un tratamiento integral de nuestros males. Dentro de esa perspectiva, y con esa seguridad, resulta plausible el ejercicio de la serenidad y la paciencia recomendadas anteayer por el teniente general Jorge Rafael Videla”.

Simultáneamente, una comensal del genocida, la señora Ernestina Herrera de Noble, dueña de Clarín, se presentaba en el juzgado de su barrio para solicitar la custodia de una beba “encontrada casualmente” (sic) en la puerta de su casa. La “justicia” le concedió la tenencia instantánea, y pocos días después el juzgado se comunicó con la señora: “Acá hay otro niño para adoptar. ¿Le interesa?”

En Decíamos ayer, Blaustein y Zubieta apuntan: “Al recorrer los primeros meses post-golpe de las páginas de Clarín, tan absolutamente neutras, tan grises, no se encuentra prácticamente ninguna vida periodística: pura y monocorde megafonía de palabrerío oficial. Uno las mira y se llega a preguntar 20 años después qué sentido tenía escribirlas, diagramarlas e imprimirlas, a no ser que se tratara de la mera existencia inercial de la empresa, un desensillar hasta que aclare o un apoyo por omisión” (p. 31).

En tanto, Lidia Papaleo, viuda del banquero David Graiver (muerto en un misterioso accidente de aviación en México), era sometida a torturas y vejámenes para entregar a favor del CEO de Clarín, Héctor Magnetto, y el diario La Nación la propiedad de Papel Prensa SA, principal suministradora de papel a los medios.

Hacia 1978, oliendo “el futuro”, la opacidad de Clarín salió a defender tibiamente la “libertad de prensa” (editorial del 24/4), atreviéndose a publicar informaciones “delicadas” debido a las presiones externas sobre los derechos humanos.

En 1982, Clarín empezó a tratar con suavidad las temáticas del exilio, y dos años después, con la democracia recuperada, se alzó como depositario de las virtudes republicanas, haciendo suya la “teoría de los dos demonios”, mascarón de proa de las clases medias argentinas.

Sin embargo, frente al gobierno kirchnerista (que en la historia del país rioplatense ha sido como nunca garante de la “libertad de expresión”), el grupo Clarín y los más recalcitrantes nichos conservadores de la sociedad vienen jugando un papel desestabilizador y de inescrupulosa violencia comunicacional.

En ese contexto, no cabe duda de que Jorge Capitanich, jefe de gabinete de Cristina, cometió hace unos días el imperdonable error de romper dos páginas de Clarín para manifestar su disgusto con el tratamiento informativo del sonado caso Nissman. Un acto “irresponsable” y “fascista”, dijo el jefe editorial de Clarín, Ricardo Kirschbaum. “Irresponsable”, puede ser. ¿Pero “fascista”?

Son las ventajas de la democracia. Porque, en dictadura, periodistas como Kirschbaum sabían, más temprano que tarde, que el “éxito” les llegaría callando y acatando las sugerencias de “paciencia” y “serenidad” giradas por los comandantes en jefe del genocidio argentino.

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