Frente al gobierno
kirchnerista (que en la historia del país rioplatense ha sido como nunca
garante de la “libertad de expresión”), el grupo Clarín y los más
recalcitrantes nichos conservadores de la sociedad vienen jugando un papel
desestabilizador y de inescrupulosa violencia comunicacional.
José Steinsleger / LA JORNADA
El Grupo Clarín mantiene una guerra abierta contra el gobierno de Cristina Fernández. |
No recuerdo bien si fue a
finales de 1999 o 2000, cuando, junto con el fallecido periodista Miguel Ángel
Granados Chapa, presentamos en México el libro Decíamos ayer: la prensa
argentina bajo el Proceso, de Eduardo Blaustein y Martín Zubieta (Ed.
Colihue, Buenos Aires, 1998).
Apuntado el dato (y sin
detenerme a comentar una obra que debería servir de referencia entre los
periodistas de América Latina), rescato una idea del urbanista y filósofo
francés Paul Virilo en la primera página de su ensayo El arte del motor,
que los autores incluyen en Decíamos ayer: “Los medios de comunicación
industriales disfrutan de una depravación singular de las leyes democráticas…
Si no disponen a priori de la libertad de anunciar falsas noticias,
nuestra legislación les concede en cambio el poder exorbitante de mentir por
omisión, censurando y prohibiendo las que no les convienen o pueden dañar sus
intereses” (p. 58).
Tomemos el caso del
diario argentino Clarín, medio ultraliberal que junto al
hiperconservador La Nación encabeza, mediáticamente, la ofensiva
destituyente contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
Miembro de la Sociedad
Interamericana de Prensa (SIP), y en particular de la llamada “banda de los
cinco” (Televisa, O Globo de Brasil, El Mercurio de Chile, grupo
Cisneros de Venezuela), Clarín se ha convertido en un verdadero partido
político… ¿sin ideología? Quienes conocen su trayectoria aseguran que 70 años
en la vida de un periódico son suficientes para fundar una ideología.
¿Cuál ideología? Difícil
precisar aunque, grosso modo, podría ser la ideología de los que dicen
vivir al margen de toda ideología y, por consiguiente, detestan la política o a
los que “hacen política”. O sea, la ideología política de las crecientes,
ambivalentes y confusas clases medias de América Latina, que aseguran ser
“democráticas” y enemigas del “totalitarismo”.
Aunque ni tanto… Porque
en el caso argentino, cuando tuvieron que callar callaron, y medios como Clarín
supieron interpretarlas con singular perfección. Así, su editorial del 14 de
abril de 1976 apuntaba con respecto al sanguinario régimen cívico-militar
instaurado el 24 de marzo del mismo año: “Las actividades y las palabras del
gobierno autorizan a pensar que se propone efectuar un tratamiento integral de
nuestros males. Dentro de esa perspectiva, y con esa seguridad, resulta
plausible el ejercicio de la serenidad y la paciencia recomendadas anteayer por
el teniente general Jorge Rafael Videla”.
Simultáneamente, una
comensal del genocida, la señora Ernestina Herrera de Noble, dueña de Clarín,
se presentaba en el juzgado de su barrio para solicitar la custodia de una beba
“encontrada casualmente” (sic) en la puerta de su casa. La “justicia” le
concedió la tenencia instantánea, y pocos días después el juzgado se comunicó
con la señora: “Acá hay otro niño para adoptar. ¿Le interesa?”
En Decíamos ayer,
Blaustein y Zubieta apuntan: “Al recorrer los primeros meses post-golpe de las
páginas de Clarín, tan absolutamente neutras, tan grises, no se
encuentra prácticamente ninguna vida periodística: pura y monocorde megafonía
de palabrerío oficial. Uno las mira y se llega a preguntar 20 años después qué
sentido tenía escribirlas, diagramarlas e imprimirlas, a no ser que se tratara
de la mera existencia inercial de la empresa, un desensillar hasta que aclare o
un apoyo por omisión” (p. 31).
En tanto, Lidia Papaleo,
viuda del banquero David Graiver (muerto en un misterioso accidente de aviación
en México), era sometida a torturas y vejámenes para entregar a favor del CEO
de Clarín, Héctor Magnetto, y el diario La Nación la propiedad de
Papel Prensa SA, principal suministradora de papel a los medios.
Hacia 1978, oliendo “el
futuro”, la opacidad de Clarín salió a defender tibiamente la “libertad
de prensa” (editorial del 24/4), atreviéndose a publicar informaciones
“delicadas” debido a las presiones externas sobre los derechos humanos.
En 1982, Clarín empezó
a tratar con suavidad las temáticas del exilio, y dos años después, con la
democracia recuperada, se alzó como depositario de las virtudes republicanas,
haciendo suya la “teoría de los dos demonios”, mascarón de proa de las clases
medias argentinas.
Sin embargo, frente al
gobierno kirchnerista (que en la historia del país rioplatense ha sido como
nunca garante de la “libertad de expresión”), el grupo Clarín y los más
recalcitrantes nichos conservadores de la sociedad vienen jugando un papel
desestabilizador y de inescrupulosa violencia comunicacional.
En ese contexto, no cabe
duda de que Jorge Capitanich, jefe de gabinete de Cristina, cometió hace unos
días el imperdonable error de romper dos páginas de Clarín para
manifestar su disgusto con el tratamiento informativo del sonado caso Nissman.
Un acto “irresponsable” y “fascista”, dijo el jefe editorial de Clarín,
Ricardo Kirschbaum. “Irresponsable”, puede ser. ¿Pero “fascista”?
Son
las ventajas de la democracia. Porque, en dictadura, periodistas como
Kirschbaum sabían, más temprano que tarde, que el “éxito” les llegaría callando
y acatando las sugerencias de “paciencia” y “serenidad” giradas por los
comandantes en jefe del genocidio argentino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario