La Iglesia católica, en
decadencia continua durante los últimos cincuenta años, ha renacido bajo su
mandato e influjo. Con muchos hechos y cierto toque de demagogia y manejo
mediático, Francisco sacude al mundo con gestos casi diarios.
Roberto Follari / El Telégrafo (Ecuador)
El Papa Francisco |
Francisco irá a Cuba
antes de llegar en viaje a EE.UU., se informa. Antes, ya medió para que las
relaciones entre ambos países se hayan descongelado. Es el mismo Papa que ha
abogado por un trato respetuoso para los homosexuales -sin llegar a admitir el
matrimonio igualitario-, y el que acaba de destituir a un obispo por proteger a
un sacerdote abusador de niños.
Es extraordinario que
un Papa tome estas decisiones; más aún, que inste a los católicos jóvenes a
“hacer lío”, como si fuera el eco de Mao cuando este decía que “hay un gran
desorden bajo el cielo; hace muy buen tiempo”. El estilo campechano,
inconfundiblemente ‘porteño’ (de Buenos Aires) que muestra el Papa, lo pone muy
lejos y por delante de los pontífices conservadores que lo antecedieron en el
sillón de San Pedro.
La astucia de Bergoglio
está al servicio de su estrategia; en Argentina, antes de ser Papa, pasaba él también
por conservador. Se oponía al Gobierno por ser este de una moderada pero clara
izquierda, y se reunía con conspicuas dirigentes de la oposición de derecha,
tal el caso de Carrió y de Michetti. Pero al llegar al Vaticano Bergoglio mutó
en Francisco, y desde su nuevo lugar inició un proceso de relegitimación de la
Iglesia que decidió posarse en el lado progresista del espectro ideológico
mundial.
La historia peronista
de Bergoglio lo ayudó en este sentido, pues se lo liga a lo que fue ‘Guardia de
Hierro’, una organización con trabajo de base, si bien ubicada en un lugar
lejano a las izquierdas. Lo cierto es que el peronismo es pueblo y es clase
obrera en Argentina, y todo ello se evidencia en la sensibilidad que el Papa
decidió encarnar en su propia piel.
Sin dudas que ha
mejorado en mucho las conductas de la Iglesia (la crítica a Francia cuando lo
de Charlie Hebdo, los llamados a usar de otro modo los dineros privados y
públicos son también ejemplos); sin dudas también que otras posiciones no
quiere cambiarlas, y que algunas quiere, pero no lo han de dejar; la curia
vaticana disputa por sus propios criterios.
Lo cierto es que la
Iglesia católica, en decadencia continua durante los últimos cincuenta años, ha
renacido bajo su mandato e influjo. Con muchos hechos y cierto toque de
demagogia y manejo mediático, Francisco sacude al mundo con gestos casi
diarios.
Claro que ese renacer
de la Iglesia es ambivalente en sus efectos. Es verdad que la religión es algo
más que la Iglesia, y que “el porvenir de esa ilusión” (Freud) se muestra mucho
más fuerte de lo que se pensó a comienzos del siglo XX. Es cierto que la
religión obra como “opio de los pueblos” (Marx) todavía hoy, pero que también
ha prohijado a obispos mártires como Romero y Angelelli, o populares como Arns,
Proaño y Helder Cámara. En todo caso, lo que queda claro es que no tenía razón
Althusser cuando pretendía a la Iglesia como “aparato ideológico del Estado”,
pues desaparecen los Estados y la Iglesia siempre continúa, de modo que legados
como el de Francisco resultan decisivos para sostener esa perpetuación
histórica.
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