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sábado, 20 de junio de 2015

El antimperialismo guevariano

El proyecto revolucionario definido por el Che centraba su objetivo en la posibilidad de una alternativa socialista válida para alcanzar la emancipación por medio de la unidad, el desarrollo de una conciencia antimperialista y de una participación global que permitiera vislumbrar las potencialidades del proyecto.

María del Carmen Ariet / http://www.cheguevaralibros.com

Apenas seis años habían transcurrido del triun­fo revolucionario en Cuba, sin embargo los enunciados contenidos en el último discurso oficial del Che, en marzo de 1965 en Argel, sintetizan tesis fundamentales de su pen­samiento, obligándonos, por circunstancias del presente, a un examen valorativo acerca de definiciones, centradas en la esencia del poder hegemónico del imperialismo norteamericano como potencia superior del sistema capitalista.

Cuánto de optimismo, de advertencia, de visión o de utopía se encierran en dos elementos claves que definieron siempre su tránsito por la lucha revolucionaria y que hoy requieren de una respuesta obligada desde nuestro compromiso político, al persistir en el tiempo: la unidad y la marcha hacia un futuro común tamizadas por la derrota del imperialismo.

Esto último reviste una razón lógica, porque la capacidad analítica del Che para penetrar en los problemas de su tiempo le dan a sus ideas un singular valor, lo que no quiere decir de ningún modo, que haya que caer en la repetición banal de sus posiciones.

El advenimiento del neoliberalismo y del verdadero rostro del mundo de la globalización no necesitaba de un hechicero para augurar los resortes de los poderes hegemónicos, cuando desde la segunda mitad del siglo XX se vislumbraba el agravamiento de las desigualdades de todo tipo.

En ese camino, la multiplicidad y dimensiones del pensar y actuar del Che nos acercan a tendencias particulares sobre del papel del imperialismo y sus alianzas políticas, a su involucramiento personal y activo en la estrategia revolucionaria a escala internacional y a la comprensión de entender al imperialismo y a la revolución como un par contrapuesto, donde el uno intrínsecamente representa un fenómeno histórico contradictorio y, el otro, a los seres humanos luchando por cambiar el mundo y por eliminar las desigualdades.

Todo ese entramado se encuentra presente en hechos que marcan la esencia de una historia común que identifica a las excolonias de Asia y África que lucharon por su independencia, muchas de las cuales han devenido neocolonias o nebulosas inciertas, repitiéndose el ciclo de la penetración imperial en Latinoamérica. Este retrato rebasa una simple identificación, porque encierra el núcleo central del pensamiento y acción del Che para el conjunto de los países que conformaban el llamado Tercer Mundo:

• La identificación de la lucha más allá de la independencia formal, porque su eje primario debía enfocarse en contra de la pobreza y el atraso como la verdadera contradicción a solucionar.

• La obtención de la soberanía nacional como etapas de un camino común y como única opción para alcanzar sociedades más justas y desarrolladas.

• La advertencia, en términos de declive temporal, de las crisis del sistema capitalista y la pérdida relativa del dominio del imperialismo norteamericano al disminuir su capacidad de respuesta ante un enfrentamiento a escala universal. Su actuación cíclica con un potencial volumen de poder para ajustarse a determinados cambios, aun cuando esos pasos abren cada vez más las brechas entre ricos y pobres. De ahí, la importancia de frenar las posibles alianzas de la cadena imperialista y los mecanismos establecidos para afianzar su poderío universal.

• El proyecto revolucionario definido por el Che centraba su objetivo en la posibilidad de una alternativa socialista válida para alcanzar la emancipación por medio de la unidad, el desarrollo de una conciencia antimperialista y de una participación global que permitiera vislumbrar las potencialidades del proyecto.

A las tesis expuestas, la propia trama tejida por el poder omnímodo del capitalismo actual contribuye a un examen obligado si se parte del presente incierto. Se pueden distinguir la universalización de un solo mecanismo distributivo y de poder de los mercados financieros, generadores de desigualdades abismales en contra de una socialización del poder y de un viraje político antidemocrático, con una ideología más intervencionista, si cabe, con el ropaje de una aparente desideologización, sobre todo mediante la instrumentación de una cultura domesticada y manipuladora.

Se está en presencia de un mayor y desigual reparto de los recursos naturales y del valor geoestratégico que adquieren determinadas regiones, amén de los conflictos que se generan. En el Sur, las desventajas se acumulan: decrecimiento del mercado laboral, un desenfreno en la división internacional del trabajo, una deuda externa incontrolable como consecuencia, entre otros, del impacto de sucesivos ajustes monetarios, que obligan a los países dependientes a absorberla, obligados a pagar los costos económicos y sociales de los colapsos del sistema y la sucesión de conflictos de ba­ja intensidad, dentro del tablero de juego de los poderosos, mediante el empleo de la violencia.

En este breve recorrido, un ejercicio consecuente e instructivo, sería el retomar algunas de las preguntas asumidas por el Che:

¿Es posible que los países dependientes pue­dan alcanzar una alternativa socialista para su desarrollo? ¿El carácter internacionalizado de la economía actual permitiría un desafío anticapitalista? ¿Es posible construir el socialismo bajo nuestra diversidad social y con una fuerte iniciativa popular?

Una primera respuesta, a tono con esas interrogantes, se centra en el deber de convencernos acerca de que el proyecto socialista solo cobraría fuerza y veracidad si se convierte en expresión de la unidad entre los oprimidos y se luche, de conjunto, por alcanzar el modelo alternativo socialista reconstruido sobre la base de la plena emancipación del ser humano y la radicalización de la conciencia popular.

Por otra parte, convencerse de la certeza del proyecto para poder combatir renovadas normas aparenciales de dominación, que solo tienen como propósito conceptualizarlas como una supuesta era de avance poscapitalista y cuyo propósito no persigue otro que poner fin a la utopía revolucionaria.

Estas reivindicaciones tendrán que pasar por un proyecto de cambio global que apueste por la plena liberación del hombre en toda su extensión y que conduzca a la creación de una sociedad nueva, rica y justa a la vez, sin olvidar bajo qué premisas actuar, con la advertencia siempre presente del Che: «…no se puede confiar en el imperialismo, pero ni un tantito así…».

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