El proyecto revolucionario definido por el Che
centraba su objetivo en la posibilidad de una alternativa socialista válida
para alcanzar la emancipación por medio de la unidad, el desarrollo de una
conciencia antimperialista y de una participación global que permitiera vislumbrar
las potencialidades del proyecto.
María del Carmen
Ariet / http://www.cheguevaralibros.com
Apenas seis años habían transcurrido del triunfo
revolucionario en Cuba, sin embargo los enunciados contenidos en el último discurso
oficial del Che, en marzo de 1965 en Argel, sintetizan tesis fundamentales de
su pensamiento, obligándonos, por circunstancias del presente, a un examen
valorativo acerca de definiciones, centradas en la esencia del poder hegemónico
del imperialismo norteamericano como potencia superior del sistema capitalista.
Cuánto de optimismo, de advertencia, de visión o de
utopía se encierran en dos elementos claves que definieron siempre su tránsito
por la lucha revolucionaria y que hoy requieren de una respuesta obligada desde
nuestro compromiso político, al persistir en el tiempo: la unidad y la marcha
hacia un futuro común tamizadas por la derrota del imperialismo.
Esto último reviste una razón lógica, porque la
capacidad analítica del Che para penetrar en los problemas de su tiempo le dan
a sus ideas un singular valor, lo que no quiere decir de ningún modo, que haya
que caer en la repetición banal de sus posiciones.
El advenimiento del neoliberalismo y del verdadero
rostro del mundo de la globalización no necesitaba de un hechicero para augurar
los resortes de los poderes hegemónicos, cuando desde la segunda mitad del
siglo XX se vislumbraba el agravamiento de las desigualdades de todo tipo.
En ese camino, la multiplicidad y dimensiones del
pensar y actuar del Che nos acercan a tendencias particulares sobre del papel
del imperialismo y sus alianzas políticas, a su involucramiento personal y
activo en la estrategia revolucionaria a escala internacional y a la
comprensión de entender al imperialismo y a la revolución como un par
contrapuesto, donde el uno intrínsecamente representa un fenómeno histórico
contradictorio y, el otro, a los seres humanos luchando por cambiar el mundo y
por eliminar las desigualdades.
Todo ese entramado se encuentra presente en hechos
que marcan la esencia de una historia común que identifica a las excolonias de
Asia y África que lucharon por su independencia, muchas de las cuales han
devenido neocolonias o nebulosas inciertas, repitiéndose el ciclo de la
penetración imperial en Latinoamérica. Este retrato rebasa una simple
identificación, porque encierra el núcleo central del pensamiento y acción del
Che para el conjunto de los países que conformaban el llamado Tercer Mundo:
• La identificación de la lucha más allá de la independencia
formal, porque su eje primario debía enfocarse en contra de la pobreza y el
atraso como la verdadera contradicción a solucionar.
• La obtención de la soberanía nacional como etapas
de un camino común y como única opción para alcanzar sociedades más justas y
desarrolladas.
• La advertencia, en términos de declive temporal,
de las crisis del sistema capitalista y la pérdida relativa del dominio del
imperialismo norteamericano al disminuir su capacidad de respuesta ante un
enfrentamiento a escala universal. Su actuación cíclica con un potencial
volumen de poder para ajustarse a determinados cambios, aun cuando esos pasos
abren cada vez más las brechas entre ricos y pobres. De ahí, la importancia de
frenar las posibles alianzas de la cadena imperialista y los mecanismos establecidos
para afianzar su poderío universal.
• El proyecto revolucionario definido por el Che
centraba su objetivo en la posibilidad de una alternativa socialista válida
para alcanzar la emancipación por medio de la unidad, el desarrollo de una
conciencia antimperialista y de una participación global que permitiera vislumbrar
las potencialidades del proyecto.
A las tesis expuestas, la propia trama tejida por el
poder omnímodo del capitalismo actual contribuye a un examen obligado si se
parte del presente incierto. Se pueden distinguir la universalización de un
solo mecanismo distributivo y de poder de los mercados financieros, generadores
de desigualdades abismales en contra de una socialización del poder y de un
viraje político antidemocrático, con una ideología más intervencionista, si
cabe, con el ropaje de una aparente desideologización, sobre todo mediante la instrumentación
de una cultura domesticada y manipuladora.
Se está en presencia de un mayor y desigual reparto
de los recursos naturales y del valor geoestratégico que adquieren determinadas
regiones, amén de los conflictos que se generan. En el Sur, las desventajas se
acumulan: decrecimiento del mercado laboral, un desenfreno en la división
internacional del trabajo, una deuda externa incontrolable como consecuencia,
entre otros, del impacto de sucesivos ajustes monetarios, que obligan a los
países dependientes a absorberla, obligados a pagar los costos económicos y
sociales de los colapsos del sistema y la sucesión de conflictos de baja
intensidad, dentro del tablero de juego de los poderosos, mediante el empleo de
la violencia.
En este breve recorrido, un ejercicio consecuente e
instructivo, sería el retomar algunas de las preguntas asumidas por el Che:
¿Es posible que los países dependientes puedan
alcanzar una alternativa socialista para su desarrollo? ¿El carácter
internacionalizado de la economía actual permitiría un desafío anticapitalista?
¿Es posible construir el socialismo bajo nuestra diversidad social y con una
fuerte iniciativa popular?
Una primera respuesta, a tono con esas
interrogantes, se centra en el deber de convencernos acerca de que el proyecto
socialista solo cobraría fuerza y veracidad si se convierte en expresión de la
unidad entre los oprimidos y se luche, de conjunto, por alcanzar el modelo
alternativo socialista reconstruido sobre la base de la plena emancipación del
ser humano y la radicalización de la conciencia popular.
Por otra parte, convencerse de la certeza del
proyecto para poder combatir renovadas normas aparenciales de dominación, que
solo tienen como propósito conceptualizarlas como una supuesta era de avance
poscapitalista y cuyo propósito no persigue otro que poner fin a la utopía
revolucionaria.
Estas reivindicaciones tendrán que pasar por un
proyecto de cambio global que apueste por la plena liberación del hombre en
toda su extensión y que conduzca a la creación de una sociedad nueva, rica y
justa a la vez, sin olvidar bajo qué premisas actuar, con la advertencia
siempre presente del Che: «…no se puede confiar en el imperialismo, pero ni un
tantito así…».
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