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sábado, 19 de diciembre de 2015

Argentina: Los primeros remezones del sismo

Todo lo actuado por el gobierno de Macri recuerda lo ya realizado en la alianza popular conservadora de Menem con reformas estructurales en la economía y consecuencias sociales aberrantes, con un paso más, el nombramiento de reconocidos gerentes de multinacionales en empresas nacionales como manifestación de una clara preferencia de la eficiencia sobre el interés público.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Quien habita una zona sísmica sabe que un leve movimiento puede ser seguido por otros más intensos, por lo que instintivamente nos ponemos a resguardo. Es un mecanismo preventivo que intentamos predicar para evitar males mayores, porque convengamos, un sismo siempre es destructivo. Pero no todo movimiento es telúrico o físico, los hay sociales, políticos y económicos que arrasan con las sociedades y sus conquistas, condenándolas a comenzar nuevamente desde el principio.

Decir que en Argentina estamos frente a una restauración conservadora es demasiado simple aunque muchos gestos abonan esta percepción. La cosa es más compleja porque ha exigido de una manipulación mediática, un persistente martilleo a la subjetividad colectiva y un aliento externo nada desdeñable, que redujo el sufragio a simple ficción democrática para imponer –legítimamente– el interés de los grupos dominantes, uno de los cuales corresponde a la familia del señor presidente, sobre las conquistas de los derechos obtenidos por las mayorías. Un 51% aunque ganó, no significa para nada un triunfo aplastante como para imponer caprichos.

En ese sentido es claro que la maniobra se realizó con un absoluto conocimiento de: “que la gente no sabe lo que quiere, o no quiere lo que conoce, o simplemente quiere algo equivocado”, como ilustra Slavoj Zizek. De lo contrario no hubiera prendido tanto la consigna – que identifica la denominada Alianza– ambiemos en Argentina, como el homólogo movimiento de  Venezuela. La insistencia en el cambio operaba como una necesidad de revolución al revés frente a un gobierno que se había mantenido durante doce años y había sacado a flote al país desde la crisis desintegradora iniciada en 2001. Hasta la izquierda luego de un fugaz estrellato cayó en la trampa de hacerles el juego con el no inocente voto en blanco, cosa que refrendaba lo hecho setenta años atrás, cuando el emergente justicialismo surgido en 1945, se enfrentó a un conglomerado opositor variopinto la denominada Unión Democrática, cuyos extremos eran el Partido Conservador y el Comunista. Caramba, siempre el adjetivo democrático o la apelación republicana y el respeto por las instituciones, sobrevuela la prédica de la derecha.

En 2012 se cumplió un siglo de la Ley Saenz Peña que hizo posible el gobierno de Yrigoyen en 1916. De allí en más los conservadores llegaron al poder de la mano de los golpes militares, bajándolo precisamente al viejo caudillo radical en 1930. Luego se fueron alternando y perfeccionando: 1943, 1955, 1966 y los despiadados años 1976 a 1983. Estos últimos advertían sobre las dificultades de implementar políticas sin apoyo popular, por eso vencidos en Malvinas,  agobiados y hartos, abrieron el paso a las urnas. Finalmente, los 32 años de restauración democrática hicieron posible la otra restauración de los poderosos grupos económicos, ahora con el apoyo popular. Era necesario una intensa campaña del periodismo opositor concentrado en los medios hegemónicos y un avance tecnológico sin precedentes en las comunicaciones, celulares mediante e Internet y sus redes sociales, para que una nueva subjetividad en capsulada se hiciera eco del clamor de los ricos de volver al poder.

De allí que contrasta el simplismo comunicacional –maliciosamente conducido por la usina asesora de imagen–, el uso limitado de un léxico por demás mezquino, las exhortaciones optimistas “todos vamos estar mejor en la nueva era que se inicia”, como la desolemnización del balcón de la Casa Rosada para la efectista bailanta en público y luego a espaldas hacer un uso exagerado de los Decretos de Necesidad y Urgencia con medidas ejemplificadoras cuasi dictatoriales, como ha sido la designación de dos jueces “en comisión” en la Suprema Corte de Justicia, cuestión que ha levantado críticas entre propios y oposición como arrepentimientos ministeriales, al poner en duda la división de poderes.

Todo lo actuado recuerda lo ya realizado en la alianza popular conservadora de Menem con reformas estructurales en la economía y consecuencias sociales aberrantes, con un paso más, el nombramiento de reconocidos gerentes de multinacionales en empresas nacionales como manifestación de una clara preferencia de la eficiencia sobre el interés público, cuando se creía que el debate sobre el rol regulador del Estado estaba superado, por lo menos en su acción protectora. Sin embargo la apertura económica ya es un hecho y sus consecuencias, cuestión de tiempo.

Es de esperar que la oposición política se aglutine y reaccione violentamente ante atropellos constitucionales y las reacciones de la sociedad, tanto en lo laboral como en lo económico, luego de años de incremento de la industrialización a través de la multiplicación de pymes, como de los profesionales e intelectuales que han ampliado sus horizontes todos estos años en infinidad de proyectos científicos y culturales, sea lo suficientemente contundente para torcer algunas decisiones, como lo comienza a exponer el nutrido sector docente organizado. En este sentido, las convulsiones y conflictos internos de las grandes centrales que nuclean a los trabajadores van a intentar resolverse para conformar un frente común, si es que siguen defendiendo el interés de sus representados.

Desde luego que es archiconocido el consejo maquiavélico de producir el máximo de cambios de manera rápida y violenta, como lo hacen los gobiernos en su período de gracia, pero nadie bancaría reformas extremas que nos retrotrajeran a épocas convulsivas, porque sabemos de antemano que se va a reprimir y no queremos ver regar las calles nuevamente con la sangre de compañeros, como en la famosa canción de Pablo Milanés, como tampoco que nos terminen aplastando los muros de la casa porque no nos movimos a tiempo.  

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