Todo
lo actuado por el gobierno de Macri recuerda lo ya realizado en la alianza
popular conservadora de Menem con reformas estructurales en la economía y consecuencias
sociales aberrantes, con un paso más, el nombramiento de reconocidos gerentes
de multinacionales en empresas nacionales como manifestación de una clara
preferencia de la eficiencia sobre el interés público.
Roberto
Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
Quien habita una zona sísmica sabe que un leve movimiento
puede ser seguido por otros más intensos, por lo que instintivamente nos ponemos
a resguardo. Es un mecanismo preventivo que intentamos predicar para evitar
males mayores, porque convengamos, un sismo siempre es destructivo. Pero no
todo movimiento es telúrico o físico, los hay sociales, políticos y económicos
que arrasan con las sociedades y sus conquistas, condenándolas a comenzar nuevamente
desde el principio.
Decir que en Argentina estamos frente a una restauración
conservadora es demasiado simple aunque muchos gestos abonan esta percepción.
La cosa es más compleja porque ha exigido de una manipulación mediática, un
persistente martilleo a la subjetividad colectiva y un aliento externo nada
desdeñable, que redujo el sufragio a simple ficción democrática para imponer
–legítimamente– el interés de los grupos dominantes, uno de los cuales
corresponde a la familia del señor presidente, sobre las conquistas de los
derechos obtenidos por las mayorías. Un 51% aunque ganó, no significa para nada
un triunfo aplastante como para imponer caprichos.
En ese sentido es claro que la maniobra se realizó con un
absoluto conocimiento de: “que la gente no sabe lo que quiere, o no quiere lo
que conoce, o simplemente quiere algo equivocado”, como ilustra Slavoj Zizek.
De lo contrario no hubiera prendido tanto la consigna – que identifica la
denominada Alianza– ambiemos en Argentina, como el homólogo movimiento de Venezuela. La insistencia en el cambio operaba
como una necesidad de revolución al revés frente a un gobierno que se había
mantenido durante doce años y había sacado a flote al país desde la crisis
desintegradora iniciada en 2001. Hasta la izquierda luego de un fugaz
estrellato cayó en la trampa de hacerles el juego con el no inocente voto en
blanco, cosa que refrendaba lo hecho setenta años atrás, cuando el emergente
justicialismo surgido en 1945, se enfrentó a un conglomerado opositor
variopinto la denominada Unión Democrática, cuyos extremos eran el Partido
Conservador y el Comunista. Caramba, siempre el adjetivo democrático o la
apelación republicana y el respeto por las instituciones, sobrevuela la prédica
de la derecha.
En 2012 se cumplió un siglo de la Ley Saenz Peña que hizo
posible el gobierno de Yrigoyen en 1916. De allí en más los conservadores
llegaron al poder de la mano de los golpes militares, bajándolo precisamente al
viejo caudillo radical en 1930. Luego se fueron alternando y perfeccionando:
1943, 1955, 1966 y los despiadados años 1976 a 1983. Estos últimos advertían
sobre las dificultades de implementar políticas sin apoyo popular, por eso
vencidos en Malvinas, agobiados y
hartos, abrieron el paso a las urnas. Finalmente, los 32 años de restauración
democrática hicieron posible la otra restauración de los poderosos grupos
económicos, ahora con el apoyo popular. Era necesario una intensa campaña del
periodismo opositor concentrado en los medios hegemónicos y un avance
tecnológico sin precedentes en las comunicaciones, celulares mediante e
Internet y sus redes sociales, para que una nueva subjetividad en capsulada se
hiciera eco del clamor de los ricos de volver al poder.
De allí que contrasta el simplismo comunicacional –maliciosamente
conducido por la usina asesora de imagen–, el uso limitado de un léxico por
demás mezquino, las exhortaciones optimistas “todos vamos estar mejor en la
nueva era que se inicia”, como la desolemnización del balcón de la Casa Rosada
para la efectista bailanta en público y luego a espaldas hacer un uso exagerado
de los Decretos de Necesidad y Urgencia con medidas ejemplificadoras cuasi
dictatoriales, como ha sido la designación de dos jueces “en comisión” en la
Suprema Corte de Justicia, cuestión que ha levantado críticas entre propios y
oposición como arrepentimientos ministeriales, al poner en duda la división de
poderes.
Todo lo actuado recuerda lo ya realizado en la alianza
popular conservadora de Menem con reformas estructurales en la economía y consecuencias
sociales aberrantes, con un paso más, el nombramiento de reconocidos gerentes
de multinacionales en empresas nacionales como manifestación de una clara
preferencia de la eficiencia sobre el interés público, cuando se creía que el
debate sobre el rol regulador del Estado estaba superado, por lo menos en su
acción protectora. Sin embargo la apertura económica ya es un hecho y sus
consecuencias, cuestión de tiempo.
Es de esperar que la oposición política se aglutine y
reaccione violentamente ante atropellos constitucionales y las reacciones de la
sociedad, tanto en lo laboral como en lo económico, luego de años de incremento
de la industrialización a través de la multiplicación de pymes, como de los
profesionales e intelectuales que han ampliado sus horizontes todos estos años
en infinidad de proyectos científicos y culturales, sea lo suficientemente
contundente para torcer algunas decisiones, como lo comienza a exponer el
nutrido sector docente organizado. En este sentido, las convulsiones y conflictos
internos de las grandes centrales que nuclean a los trabajadores van a intentar
resolverse para conformar un frente común, si es que siguen defendiendo el
interés de sus representados.
Desde luego que es archiconocido el consejo maquiavélico de
producir el máximo de cambios de manera rápida y violenta, como lo hacen los
gobiernos en su período de gracia, pero nadie bancaría reformas extremas que
nos retrotrajeran a épocas convulsivas, porque sabemos de antemano que se va a
reprimir y no queremos ver regar las calles nuevamente con la sangre de
compañeros, como en la famosa canción de Pablo Milanés, como tampoco que nos
terminen aplastando los muros de la casa porque no nos movimos a tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario