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sábado, 6 de febrero de 2016

Contraofensiva neoliberal. Balance para la acción.

En momentos en que la agudización de la contraofensiva neoliberal se despliega en la región Latinoamericana y del Caribe y, simultáneamente,  se pronuncia la crisis capitalista mundial, se hace  más necesario que nunca apurar el análisis de la situación regional para proveer de elementos teóricos a la lucha nuestroamericana , por una nueva Latinoamérica, en el marco de un nuevo mundo.

Mariano Ciafardini* / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

Un primer dato  es el de que  aparecen, en estas circunstancias apremiantes, con mayor claridad que antes, dos elementos para el análisis teórico: 1) La fuerza y la agresividad del enemigo cuyos contornos además se delinean hoy más claramente y 2) Los aspectos vulnerables de los grandes procesos antiimperialistas y de integración regional latinoamericana iniciados con el nuevo siglo.

Sería un error desbalancear el análisis haciendo hincapié  con mayor énfasis en un elemento  que en el otro, en tanto ambos son parte de una misma contradicción dialéctica que debe tomarse como tal.

Comencemos por el primero (que inevitablemente nos lleva al segundo).

Hay quienes hoy cargan las tintas sobre las limitaciones y vulnerabilidades de los procesos nuestroamericanos iniciados con el surgimiento del chavismo en Venezuela acompañado por la Revolución Cubana  y seguido por la asunción presidencial de Lula en Brasil que consolidó la tendencia.

Estas opiniones, sin desconocer (muchas veces un tanto ligeramente) las mejoras sociales y aun frenos reales que se pusieron  a la agresión imperial,  centran la crítica en  que “no se cambió el modelo”. Pero agregan, además, la denuncia de una acentuación del extractivismo exportador, la reprimarización económica  y la ausencia de una coordinación real de los distintos gobiernos “progresistas” frente a la globalización.

Se califica en general  por separado a dos grupos de estos gobiernos  uno la “centro izquierda” (Argentina, Brasil y Uruguay)  y otro como más radical ( Venezuela, Bolivia) y se dice  que las administraciones de centro-izquierda (Kirchner-Cristina, Lula-Dilma, Tabaré-Mugica, Correa) privilegiaron la ampliación del consumo interno, los subsidios al empresariado local y el asistencialismo mientras  que los presidentes radicales (Chávez-Maduro, Evo) aplicaron modelos de mayor redistribución y afrontaron severos conflictos con las clases dominantes.

 Se reconoce que el “ciclo” progresista involucró transformaciones que fueron internacionalmente valoradas por los movimientos sociales y que Sudamérica se convirtió en una referencia de propuestas populares. Pero   se remarca que mucho de ello fue posible a la abundancia de dólares por el precio de las materias primas,  circunstancia que, se afirma,  “el progresismo” no supo aprovechar verdaderamente y ahora han salido a flote los límites de los cambios operados durante esa etapa.

Se afirma también que  los proyectos de asociación sudamericana fueron nuevamente desbordados por actividades nacionales de exportación, que incentivaron la balcanización comercial y el deterioro de procesos fabriles  y que luego de la derrota del ALCA surgieron numerosas iniciativas para forjar estructuras comunes de toda la zona,  pero que estos programas han languidecido año tras año.

En este sentido se insiste en que el banco regional, el fondo de reserva y el sistema cambiario coordinado nunca se concretaron y que normas para minimizar el uso del dólar en transacciones comerciales y los emprendimientos prioritarios de infraestructura zonal quedaron en los papeles.  Que tampoco se puso en marcha un blindaje concertado frente a la caída de los precios de exportación y cada gobierno optó por negociar con sus propios clientes, archivando las convocatorias a crear un bloque regional y que  Brasil privilegió su BNDS o incluso un Banco de los BRICS.

Se señala que  la misma fractura regional se verifica en las negociaciones con China que cada gobierno suscribió unilateralmente acuerdos con la nueva potencia asiática y que en UNASUR o CELAC nunca se discutió como negociar en bloque con China para suscribir acuerdos más equitativos. Y se denuncia  que, además, China ha  acaparado compras de materias primas, ventas de manufacturas y otorgamientos de créditos priorizando los emprendimientos de productos básicos y retaceando la transferencia de tecnología[1].

 Casi todos estos señalamientos  tienen  contenidos verdaderos,  o aspectos de verdad, pero puestos  en conjunto, así sin más,  llevan al  error acerca del que advertimos en un principio: el desbalance analítico en relación a  la contradicción objetiva del momento histórico concreto.

Se plantean las acciones que toda la izquierda y los sectores progresistas deseábamos, como si hubiesen sido “omitidas” adrede o por descuido  o por falta de visión política de las administraciones gubernamentales  a las que les tocó dirigir los procesos nacionales en los países de la región,  incluida Venezuela,  aunque allí, ante la magnitud que ha adquirido la imagen del comandante Hugo Chávez, se centra la crítica en la etapa final de Maduro.

 No es esta  una crítica  contextualizada. Por  momentos parece que todo hubiera sido un “campo orégano” para avanzar hacia el socialismo o al cambio profundo de las relaciones de producción y que tal situación idílica no se hubiera aprovechado,  cuando todo el que ha sido testigo de estos procesos sabe que no fue así. No se evalúan correctamente las correlaciones de fuerzas realmente existentes y aquí aparece el  primer término de la contradicción que hay que analizar: el enemigo y sus fortalezas y recursos.

Cuando los procesos autonomistas y latinoamericanistas,  que analizamos, tuvieron lugar  la globalización financiera mundial se encontraba todavía en un punto de auge. El crecimiento de la especulación financiera mundial llegó a su punto máximo entre el 2005 y el 2007  y, a partir del 2001, con la maniobra tipo “Pearl Harbour”, de las torres gemelas el 11 de septiembre,  se inició la mayor ofensiva militar de las FFAA  norteamericanas y la Otan  desde Vietnam y, en muchos aspectos, desde la segunda guerra mundial.

Los procesos latinoamericanos no se desarrollaron en una isla ni en un mundo apacible que los recibieran con simpatía, sino en el marco de un condicionamiento brutal de las reglas del juego del neoliberalismo mundializado y dominante, sometidos al chantaje permanente del aislamiento de la economía global por una estructura de relaciones económico-financieras perversas, tejida paciente y profundamente desde inicios de la década de los 80 y que tuvo su auge triunfal a partir de los 90. Todo ello sin el paraguas político económico que supo ser la poderosa URSS para los países dependientes o que luchaban por su liberación a mediados del siglo XX. Con una República Popular China  que, aun teniendo un crecimiento económico espectacular  y dirigiendo su política exterior en forma no agresiva, estuvo y está sometida, para no caer en una debacle regresiva, a los mismos condicionamientos políticos, económicos y militares de la globalización capitalista, lo que debería ser tenido en cuenta  cuando se analiza la intencionalidad china en América Latina si no se quiere correr el riesgo de volver a  repetir el trágico error de sumarse a las campañas ideológicas mentirosas del imperio contra sus adversarios , como  ciertos sectores de la izquierda lo hicieron con la URSS en los 60/70.

¿Se tiene en cuenta acaso en estas críticas que la alianza entre el Partido de los Trabajadores y el Partido Comunista en Brasil alcanzó en las elecciones siempre un número que rondaba los 80 diputados de cerca del total de 500 y que para forma mayoría necesitó siempre de la alianza con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño dentro del que operan innumerables intereses personales, localistas y de grupos de dudosa honestidad política y jurídica? ¿Y que fueron precisamente distintas maniobras políticas realizadas en el marco de esa inevitable coalición las que generaron las situaciones  de sospechas  de corrupción en las que se basa la oposición para la desestabilización permanente del gobierno? ¿Habría que haber rechazado esa alianza? Pues entonces no hubiera existido el “Brasil de Lula” que indudablemente jugó un papel determinante en la sustentabilidad del proceso antiimperialista como un todo, en la formación de una alianza fundamental del nuevo panorama multipolar mundial como los Brics y en la posibilidad del desarrollo de otros procesos nacionales como el de Argentina Ecuador y Bolivia.

¿Se olvida que a Argentina  el default la dejó en una situación de inanición crediticia y que no obstante haber se sacado de encima las garras del FMI  los condicionamientos externos del Club de París  y finalmente de los Fondos Buitres  le cerraron permanentemente el margen de maniobra para grandes emprendimientos o proyecto que  son vitales para la autonomización, y que cuando se quiso obtener el dinero  en proporción al aumento de las ganancias de cada sector el agronegocio argentino logró una mayoría parlamentaria para impedírselo?

¿No se recuerda acaso el papel de los medios de opinión monopólicos y las Cortes y jueces en esa dialéctica perversa  de construcción de una falsa verdad mediática y jurídica?

No tiene ningún sentido (positivo para la estrategia de la izquierda y el progresismo verdaderos) preguntarse ahora si tal o cual gobernante no quiso o no pudo hacer tal o cual cosa o tomar tal o cual decisión, en tanto que si, como lo venimos afirmando,  las condiciones  objetivas del contexto general no estaban dadas, tal evaluación  se convierte en un juicio contrafáctico que lo único que hace es confundir y dividir.

Lo importante es que se hizo lo que se hizo, lo  que, dadas las condiciones señaladas, no fue poco,  por lo que no es poco lo que perderíamos en manos de esta contraofensiva.

Hoy se necesita juntar  sin excepciones a todos aquellos cuyos intereses se opongan a las políticas que están desplegando los restauradores como Macri y Cartes,  y quieren desplegar Aecio Neves, Capriles y Cia. No es momento de ponerse a revisar “prontuarios” políticos en busca de una pureza ideológica, que por otra parte no existe, ni de encerrarse en reproches y el ¡Yo te lo dije!

Analicemos ahora el otro término de la cuestión: las vulnerabilidades de nuestros procesos  antiimperialistas y de Patria Grande. La verdadera izquierda señaló siempre las limitaciones que sufrían los intentos político-económicos de los distintos países en esta década y media pero lo hizo desde la comprensión  de la relación voluntad-posibilidad por lo que nunca abandonó tales procesos ni menos aún se sumó a la desestabilización directa o indirecta de los gobiernos que los encabezaban. Por eso aunque es la que más autoridad tiene para la crítica y la autocrítica sabe cuál es la medida de la misma. Una crítica y una autocrítica hechas para la praxis transformadora una guía para la acción, no una elegía académica para solazamiento personal o partidista.

¿Quiere ello decir que debemos limitarnos a proponer el regreso o la continuidad de las políticas de los gobiernos populares tal como las hemos visto y ayudado a sostenerlas hasta ahora? No, precisamente la dialéctica del análisis indica que es, justo este, el momento en que se debe negar lo que está para seguir avanzando. Pero no una negación mecánica, desvalorativa, anuladora, sino una negación dialéctica, que incorpora y supera. No es que haya que abandonar la defensa de las acciones  y estrategias políticas y económicas que los gobiernos populares trataron de sostener en estos años sino que solo eso no alcanza. Es más para que esa defensa  no pierda sentido, y tenga en las actuales circunstancias visos de posibilidad real de concreción, debe ser acompañada por una explicación complementaria  acerca del objetivo general regional, de la meta integradora nuestroamericana. No es  posible seguir planteando, por ejemplo, la sustitución de exportaciones  con su condición “sine qua non”   de desarrollo tecnológico propio, en el marco político nacional aislado, con los recursos de un sólo país  frente al mundo globalizado. La sustitución de importaciones en su versión del SXXI o cualquier tipo de movimiento autonomizador e independentista de  nuestras economías y políticas que atienda a los intereses de nuestro pueblos  y que no baile al compás de la música financiera de los grandes “holdings” mundiales, sólo es posible  ( y por lo tanto creíble),  hoy,  en el marco  de un movimiento político económico regional  nuevo, extraordinario, que rompa el molde, que recorra caminos que no han sido explorados todavía.   La conclusión debe ser  que: se hizo lo que se pudo  y ahora, para avanzar, es necesario hacer esto otro nuevo (que se va a basar, en mucho, en lo que se hizo hasta ahora pero que tiene que ir por más).

Y aquí se completa el análisis de la política de alianzas, de la construcción del sujeto transformador en América Latina y el Caribe: no debe quedar nadie prejuiciosamente afuera de la propuesta de unidad, pero la propuesta de unidad tiene que tener su centro en eso nuevo que debe hacerse ahora. El debate teórico debe centrarse en el vislumbramiento de ese nuevo horizonte y  en la construcción de la estrategia  política de organizaciones y de masas para logarlo.

Lo nuevo de alguna manera ya despunta en torno a la síntesis entre el proyecto de la Patria Grande y los elementos básicos de los  proyectos populares nacionales. Es un armado tan complejo como urgente ya que lo regional debe volverse nacional y lo nacional regional sin perder ninguno de ellos su dimensión. El esfuerzo teórico, inevitablemente colectivo, es imperioso. En ese sentido, como dijeran  nuestros maestros, “o creamos o erramos”.

*Instituto Argentino de Estudios Geopolíticos




[1] Los señalamientos críticos han sido extraídos en forma casi literal del artículo de Claudio Katz “Latinoamérica. Desenlaces del ciclo progresista” Publicado en “Rebelión “ y reproducido por esta publicación.

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