En momentos en que la
agudización de la contraofensiva neoliberal se despliega en la región
Latinoamericana y del Caribe y, simultáneamente, se pronuncia la crisis capitalista mundial,
se hace más necesario que nunca apurar
el análisis de la situación regional para proveer de elementos teóricos a la
lucha nuestroamericana , por una nueva Latinoamérica, en el marco de un nuevo
mundo.
Mariano Ciafardini* / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires,
Argentina
Un primer dato es el de que
aparecen, en estas circunstancias apremiantes, con mayor claridad que
antes, dos elementos para el análisis teórico: 1) La fuerza y la agresividad
del enemigo cuyos contornos además se delinean hoy más claramente y 2) Los
aspectos vulnerables de los grandes procesos antiimperialistas y de integración
regional latinoamericana iniciados con el nuevo siglo.
Sería un error
desbalancear el análisis haciendo hincapié
con mayor énfasis en un elemento
que en el otro, en tanto ambos son parte de una misma contradicción
dialéctica que debe tomarse como tal.
Comencemos por el
primero (que inevitablemente nos lleva al segundo).
Hay quienes hoy cargan
las tintas sobre las limitaciones y vulnerabilidades de los procesos
nuestroamericanos iniciados con el surgimiento del chavismo en Venezuela
acompañado por la Revolución Cubana y
seguido por la asunción presidencial de Lula en Brasil que consolidó la
tendencia.
Estas opiniones, sin
desconocer (muchas veces un tanto ligeramente) las mejoras sociales y aun
frenos reales que se pusieron a la
agresión imperial, centran la crítica
en que “no se cambió el modelo”. Pero
agregan, además, la denuncia de una acentuación del extractivismo exportador,
la reprimarización económica y la
ausencia de una coordinación real de los distintos gobiernos “progresistas”
frente a la globalización.
Se califica en
general por separado a dos grupos de
estos gobiernos uno la “centro
izquierda” (Argentina, Brasil y Uruguay)
y otro como más radical ( Venezuela, Bolivia) y se dice que las administraciones de centro-izquierda
(Kirchner-Cristina, Lula-Dilma, Tabaré-Mugica, Correa) privilegiaron la
ampliación del consumo interno, los subsidios al empresariado local y el
asistencialismo mientras que los
presidentes radicales (Chávez-Maduro, Evo) aplicaron modelos de mayor
redistribución y afrontaron severos conflictos con las clases dominantes.
Se reconoce que el “ciclo” progresista
involucró transformaciones que fueron internacionalmente valoradas por los
movimientos sociales y que Sudamérica se convirtió en una referencia de
propuestas populares. Pero se remarca
que mucho de ello fue posible a la abundancia de dólares por el precio de las
materias primas, circunstancia que, se
afirma, “el progresismo” no supo aprovechar
verdaderamente y ahora han salido a flote los límites de los cambios operados
durante esa etapa.
Se afirma también
que los proyectos de asociación
sudamericana fueron nuevamente desbordados por actividades nacionales de
exportación, que incentivaron la balcanización comercial y el deterioro de
procesos fabriles y que luego de la
derrota del ALCA surgieron numerosas iniciativas para forjar estructuras
comunes de toda la zona, pero que estos
programas han languidecido año tras año.
En este sentido se
insiste en que el banco regional, el fondo de reserva y el sistema cambiario
coordinado nunca se concretaron y que normas para minimizar el uso del dólar en
transacciones comerciales y los emprendimientos prioritarios de infraestructura
zonal quedaron en los papeles. Que
tampoco se puso en marcha un blindaje concertado frente a la caída de los
precios de exportación y cada gobierno optó por negociar con sus propios
clientes, archivando las convocatorias a crear un bloque regional y que Brasil privilegió su BNDS o incluso un Banco
de los BRICS.
Se señala que la misma fractura regional se verifica en las
negociaciones con China que cada gobierno suscribió unilateralmente acuerdos
con la nueva potencia asiática y que en UNASUR o CELAC nunca se discutió como
negociar en bloque con China para suscribir acuerdos más equitativos. Y se
denuncia que, además, China ha acaparado compras de materias primas, ventas
de manufacturas y otorgamientos de créditos priorizando los emprendimientos de
productos básicos y retaceando la transferencia de tecnología[1].
Casi todos estos señalamientos tienen
contenidos verdaderos, o aspectos
de verdad, pero puestos en conjunto, así
sin más, llevan al error acerca del que advertimos en un
principio: el desbalance analítico en relación a la contradicción objetiva del momento
histórico concreto.
Se plantean las
acciones que toda la izquierda y los sectores progresistas deseábamos, como si
hubiesen sido “omitidas” adrede o por descuido
o por falta de visión política de las administraciones
gubernamentales a las que les tocó
dirigir los procesos nacionales en los países de la región, incluida Venezuela, aunque allí, ante la magnitud que ha
adquirido la imagen del comandante Hugo Chávez, se centra la crítica en la
etapa final de Maduro.
No es esta
una crítica contextualizada.
Por momentos parece que todo hubiera
sido un “campo orégano” para avanzar hacia el socialismo o al cambio profundo
de las relaciones de producción y que tal situación idílica no se hubiera
aprovechado, cuando todo el que ha sido
testigo de estos procesos sabe que no fue así. No se evalúan correctamente las
correlaciones de fuerzas realmente existentes y aquí aparece el primer término de la contradicción que hay
que analizar: el enemigo y sus fortalezas
y recursos.
Cuando los procesos
autonomistas y latinoamericanistas, que
analizamos, tuvieron lugar la
globalización financiera mundial se encontraba todavía en un punto de auge. El
crecimiento de la especulación financiera mundial llegó a su punto máximo entre
el 2005 y el 2007 y, a partir del 2001,
con la maniobra tipo “Pearl Harbour”, de las torres gemelas el 11 de
septiembre, se inició la mayor ofensiva
militar de las FFAA norteamericanas y la
Otan desde Vietnam y, en muchos
aspectos, desde la segunda guerra mundial.
Los procesos
latinoamericanos no se desarrollaron en una isla ni en un mundo apacible que
los recibieran con simpatía, sino en el marco de un condicionamiento brutal de
las reglas del juego del neoliberalismo mundializado y dominante, sometidos al
chantaje permanente del aislamiento de la economía global por una estructura de
relaciones económico-financieras perversas, tejida paciente y profundamente
desde inicios de la década de los 80 y que tuvo su auge triunfal a partir de los
90. Todo ello sin el paraguas político económico que supo ser la poderosa URSS
para los países dependientes o que luchaban por su liberación a mediados del
siglo XX. Con una República Popular China
que, aun teniendo un crecimiento económico espectacular y dirigiendo su política exterior en forma no
agresiva, estuvo y está sometida, para no caer en una debacle regresiva, a los
mismos condicionamientos políticos, económicos y militares de la globalización
capitalista, lo que debería ser tenido en cuenta cuando se analiza la intencionalidad china en
América Latina si no se quiere correr el riesgo de volver a repetir el trágico error de sumarse a las
campañas ideológicas mentirosas del imperio contra sus adversarios , como ciertos sectores de la izquierda lo hicieron
con la URSS en los 60/70.
¿Se tiene en cuenta
acaso en estas críticas que la alianza entre el Partido de los Trabajadores y
el Partido Comunista en Brasil alcanzó en las elecciones siempre un número que
rondaba los 80 diputados de cerca del total de 500 y que para forma mayoría
necesitó siempre de la alianza con el Partido del Movimiento Democrático
Brasileño dentro del que operan innumerables intereses personales, localistas y
de grupos de dudosa honestidad política y jurídica? ¿Y que fueron precisamente
distintas maniobras políticas realizadas en el marco de esa inevitable
coalición las que generaron las situaciones
de sospechas de corrupción en las
que se basa la oposición para la desestabilización permanente del gobierno?
¿Habría que haber rechazado esa alianza? Pues entonces no hubiera existido el
“Brasil de Lula” que indudablemente jugó un papel determinante en la
sustentabilidad del proceso antiimperialista como un todo, en la formación de
una alianza fundamental del nuevo panorama multipolar mundial como los Brics y
en la posibilidad del desarrollo de otros procesos nacionales como el de
Argentina Ecuador y Bolivia.
¿Se olvida que a
Argentina el default la dejó en una
situación de inanición crediticia y que no obstante haber se sacado de encima
las garras del FMI los condicionamientos
externos del Club de París y finalmente
de los Fondos Buitres le cerraron
permanentemente el margen de maniobra para grandes emprendimientos o proyecto
que son vitales para la autonomización,
y que cuando se quiso obtener el dinero
en proporción al aumento de las ganancias de cada sector el agronegocio
argentino logró una mayoría parlamentaria para impedírselo?
¿No se recuerda acaso
el papel de los medios de opinión monopólicos y las Cortes y jueces en esa
dialéctica perversa de construcción de
una falsa verdad mediática y jurídica?
No tiene ningún sentido
(positivo para la estrategia de la izquierda y el progresismo verdaderos)
preguntarse ahora si tal o cual gobernante no quiso o no pudo hacer tal o cual
cosa o tomar tal o cual decisión, en tanto que si, como lo venimos
afirmando, las condiciones objetivas del contexto general no estaban
dadas, tal evaluación se convierte en un
juicio contrafáctico que lo único que hace es confundir y dividir.
Lo importante es que se
hizo lo que se hizo, lo que, dadas las
condiciones señaladas, no fue poco, por
lo que no es poco lo que perderíamos en manos de esta contraofensiva.
Hoy se necesita
juntar sin excepciones a todos aquellos
cuyos intereses se opongan a las políticas que están desplegando los
restauradores como Macri y Cartes, y
quieren desplegar Aecio Neves, Capriles y Cia. No es momento de ponerse a
revisar “prontuarios” políticos en busca de una pureza ideológica, que por otra
parte no existe, ni de encerrarse en reproches y el ¡Yo te lo dije!
Analicemos ahora el
otro término de la cuestión: las
vulnerabilidades de nuestros procesos
antiimperialistas y de Patria Grande. La verdadera izquierda señaló
siempre las limitaciones que sufrían los intentos político-económicos de los
distintos países en esta década y media pero lo hizo desde la comprensión de la relación voluntad-posibilidad por lo
que nunca abandonó tales procesos ni menos aún se sumó a la desestabilización
directa o indirecta de los gobiernos que los encabezaban. Por eso aunque es la
que más autoridad tiene para la crítica y la autocrítica sabe cuál es la medida
de la misma. Una crítica y una autocrítica hechas para la praxis transformadora
una guía para la acción, no una elegía académica para solazamiento personal o
partidista.
¿Quiere ello decir que
debemos limitarnos a proponer el regreso o la continuidad de las políticas de
los gobiernos populares tal como las hemos visto y ayudado a sostenerlas hasta
ahora? No, precisamente la dialéctica del análisis indica que es, justo este,
el momento en que se debe negar lo que está para seguir avanzando. Pero no una
negación mecánica, desvalorativa, anuladora, sino una negación dialéctica, que
incorpora y supera. No es que haya que abandonar la defensa de las
acciones y estrategias políticas y
económicas que los gobiernos populares trataron de sostener en estos años sino
que solo eso no alcanza. Es más para que esa defensa no pierda sentido, y tenga en las actuales
circunstancias visos de posibilidad real de concreción, debe ser acompañada por
una explicación complementaria acerca
del objetivo general regional, de la meta integradora nuestroamericana. No
es posible seguir planteando, por
ejemplo, la sustitución de exportaciones
con su condición “sine qua non”
de desarrollo tecnológico propio, en el marco político nacional aislado,
con los recursos de un sólo país frente
al mundo globalizado. La sustitución de importaciones en su versión del SXXI o
cualquier tipo de movimiento autonomizador e independentista de nuestras economías y políticas que atienda a
los intereses de nuestro pueblos y que
no baile al compás de la música financiera de los grandes “holdings” mundiales,
sólo es posible ( y por lo tanto
creíble), hoy, en el marco
de un movimiento político económico regional nuevo, extraordinario, que rompa el molde,
que recorra caminos que no han sido explorados todavía. La
conclusión debe ser que: se hizo lo que
se pudo y ahora, para avanzar, es
necesario hacer esto otro nuevo (que se va a basar, en mucho, en lo que se hizo
hasta ahora pero que tiene que ir por más).
Y aquí se completa el
análisis de la política de alianzas, de la construcción del sujeto
transformador en América Latina y el Caribe: no debe quedar nadie prejuiciosamente
afuera de la propuesta de unidad, pero la propuesta de unidad tiene que tener
su centro en eso nuevo que debe hacerse ahora. El debate teórico debe centrarse
en el vislumbramiento de ese nuevo horizonte y
en la construcción de la estrategia
política de organizaciones y de masas para logarlo.
Lo nuevo de alguna
manera ya despunta en torno a la síntesis entre el proyecto de la Patria Grande
y los elementos básicos de los proyectos
populares nacionales. Es un armado tan complejo como urgente ya que lo regional
debe volverse nacional y lo nacional regional sin perder ninguno de ellos su
dimensión. El esfuerzo teórico, inevitablemente colectivo, es imperioso. En ese
sentido, como dijeran nuestros maestros,
“o creamos o erramos”.
*Instituto Argentino de Estudios Geopolíticos
[1] Los señalamientos
críticos han sido extraídos en forma casi literal del artículo de Claudio Katz
“Latinoamérica. Desenlaces del ciclo progresista” Publicado en “Rebelión “ y
reproducido por esta publicación.
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