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sábado, 5 de marzo de 2016

El papado en el siglo XXI

Con la llegada al papado de un jesuita proveniente de la periferia de Occidente, por primera vez en su dos veces milenaria historia el papado adquiere un inusitado vigor.

Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América

El reciente viaje del Papa Francisco a Cuba y México ha puesto de manifiesto el nuevo rostro de la mas antigua institución de Occidente, la Iglesia der Roma,  ejemplo en que deberían inspirarse otras organizaciones e instituciones  que pretendan sobrevivir ante los retos con que la vorágine de la época actual nos desafía. Con el inicio del tercer milenio de la era cristiana, que se caracteriza por  una globalización que abarca todos los ámbitos del quehacer humano, el sujeto que constituye la vanguardia de los cambios cualitativos del devenir histórico ya no es ni una etnia ni una “raza”, así sea el  homo sapiens, ni una  identidad  cultural  o políticamente  articuladas,  sino la humanidad en su conjunto. La humanidad toma conciencia cada vez mas lúcidamente de su “singularidad”. Ese sentimiento de unidad repercute en el ámbito de lo político.

La institución mas antigua de Occidente como es el papado romano, heredero, tanto de las culturas antiguas del Mediterráneo, como del Medioevo y del Renacimiento que fueron la fragua de la modernidad, da muestras de una vitalidad que, luego de la Revolución Francesa y durante el siglo XIX,  daba signos de decrepitud hasta el advenimiento de León XIII.  Desde entonces, el Papado Romano no ha hecho sino crecer en influencia y presencia en la escena mundial.  Ahora, con la llegada al papado de un jesuita proveniente de la periferia de Occidente, por primera vez en su dos veces milenaria historia el papado adquiere un inusitado vigor. Por contraste, la crisis (¿terminal?) que afecta a la hegemonia multisecular de Occidente se hace cada día mas evidente, como lo prueba  la invasión en todas sus fronteras de multitudes provenientes de los pueblos hasta no hace mucho sojuzgados. Occidente  vive el mayor proceso de  mestizaje de su historia, que no es solo racial sino, ante todo, cultural. y con ello, sus visiones de mundo se confrontan.

Esas visiones de mundo se han expresado y conservado a través del tiempo gracias al simbolismo religioso. Lo vivimos ahora, aunque de modo dramático, en las guerras del Medio Oriente, es decir, en el lugar donde surgieron las culturas que han configurado a Occidente.  Las violentas confrontaciones, que han tenido como escenario la cuenca del Mediterráneo,  han mostrado siempre una connotación religiosa, que  remonta a inicios del milenio pasado con las Cruzadas. En ese mismo período histórico se dio la división entre las Iglesias de Oriente y Occidente. El primer y trascendental  paso para la superación de la división de la cristiandad se dio con la firma del acuerdo de La Habana entre el Papa Francisco y el Patriarca Ruso Cirilo. Occidente y Oriente se funden y confunden en un abrazo fraterno que borra un milenio de distanciamiento. Las palabras y gestos del Papa Francisco, denostando los muros en la frontera entre México y Estados Unidos, trascienden su posterior querella con el histriónico y fatídico precandidato Trump.

Los muros deben convertirse en peldaños, las fronteras en brazos que se extienden, las  culturas en corazones que palpitan al unísono, las religiones en signos que señalan los nuevos senderos que ha de seguir una humanidad que ha entrado de lleno en el nuevo milenio, ese que – esperamos- hará por fin realidad la utopía de la fraternización de todos  los pueblos que habitan el planeta.

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