Con la llegada al
papado de un jesuita proveniente de la periferia de Occidente, por primera vez
en su dos veces milenaria historia el papado adquiere un inusitado vigor.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
El reciente viaje del
Papa Francisco a Cuba y México ha puesto de manifiesto el nuevo rostro de la
mas antigua institución de Occidente, la Iglesia der Roma, ejemplo en que deberían inspirarse otras
organizaciones e instituciones que
pretendan sobrevivir ante los retos con que la vorágine de la época actual nos
desafía. Con el inicio del tercer milenio de la era cristiana, que se caracteriza
por una globalización que abarca todos
los ámbitos del quehacer humano, el sujeto que constituye la vanguardia de los
cambios cualitativos del devenir histórico ya no es ni una etnia ni una “raza”,
así sea el homo sapiens, ni una identidad
cultural o políticamente articuladas,
sino la humanidad en su conjunto. La humanidad toma conciencia cada vez
mas lúcidamente de su “singularidad”. Ese sentimiento de unidad repercute en el
ámbito de lo político.
La institución mas
antigua de Occidente como es el papado romano, heredero, tanto de las culturas
antiguas del Mediterráneo, como del Medioevo y del Renacimiento que fueron la
fragua de la modernidad, da muestras de una vitalidad que, luego de la
Revolución Francesa y durante el siglo XIX,
daba signos de decrepitud hasta el advenimiento de León XIII. Desde entonces, el Papado Romano no ha hecho
sino crecer en influencia y presencia en la escena mundial. Ahora, con la llegada al papado de un jesuita
proveniente de la periferia de Occidente, por primera vez en su dos veces
milenaria historia el papado adquiere un inusitado vigor. Por contraste, la
crisis (¿terminal?) que afecta a la hegemonia multisecular de Occidente se hace
cada día mas evidente, como lo prueba la
invasión en todas sus fronteras de multitudes provenientes de los pueblos hasta
no hace mucho sojuzgados. Occidente vive
el mayor proceso de mestizaje de su
historia, que no es solo racial sino, ante todo, cultural. y con ello, sus
visiones de mundo se confrontan.
Esas visiones de mundo
se han expresado y conservado a través del tiempo gracias al simbolismo
religioso. Lo vivimos ahora, aunque de modo dramático, en las guerras del Medio
Oriente, es decir, en el lugar donde surgieron las culturas que han configurado
a Occidente. Las violentas
confrontaciones, que han tenido como escenario la cuenca del Mediterráneo, han mostrado siempre una connotación
religiosa, que remonta a inicios del
milenio pasado con las Cruzadas. En ese mismo período histórico se dio la
división entre las Iglesias de Oriente y Occidente. El primer y
trascendental paso para la superación de
la división de la cristiandad se dio con la firma del acuerdo de La Habana
entre el Papa Francisco y el Patriarca Ruso Cirilo. Occidente y Oriente se
funden y confunden en un abrazo fraterno que borra un milenio de
distanciamiento. Las palabras y gestos del Papa Francisco, denostando los muros
en la frontera entre México y Estados Unidos, trascienden su posterior querella
con el histriónico y fatídico precandidato Trump.
Los muros deben
convertirse en peldaños, las fronteras en brazos que se extienden, las culturas en corazones que palpitan al
unísono, las religiones en signos que señalan los nuevos senderos que ha de
seguir una humanidad que ha entrado de lleno en el nuevo milenio, ese que –
esperamos- hará por fin realidad la utopía de la fraternización de todos los pueblos que habitan el planeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario