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sábado, 6 de agosto de 2016

Argentina: Raimundo Ongaro

Hoy que hay tantos dirigentes  sindicales con aire de ejecutivos,  más proclives a merodear  despachos oficiales que  talleres y  fábricas y ni qué hablar de asambleas obreras, aparece  extraña y lejana en el tiempo la figura de Raimundo Ongaro, fallecido el 1 de agosto a poco de la partida de otro compañero de ideales nacionales y populares: el ex gobernador de Córdoba Ricardo Obregón Cano.

Carlos María Romero Sosa / Especial para Con NuestraAmérica
Desde Buenos Aires, Argentina

Es que el obrero gráfico que estudió en colegios religiosos, en la mejor tradición  de su gremio que en 1878 lanzó la primera huelga organizada que se llevó a cabo en la Argentina, fue un luchador insobornable por la justicia social: “La CGT de los Argentinos no ofrece a los trabajadores un camino fácil, un panorama risueño, una mentira más. Ofrece a cada uno un puesto de lucha”,  decía el Programa del 1 de Mayo de 1968 con el que Ongaro enfrentó al onganiato tanto como a  los dirigentes participacionistas de la CGT oficialista y al vandorismo que pretendía un peronismo sin Perón.

Sufrió cárcel después de los sucesos en Córdoba de mayo del ´69 pero la tragedia lo golpeó en forma artera, decisiva, definitiva aseguran sus allegados,  durante el gobierno de Isabel Martínez cuando la Triple A asesinó a su hijo Alfredo Máximo. Como Julio Troxler que se salvó de ser fusilado en 1956 y cayó bajo las balas del lopezrreguismo, resultó ser Ongaro  otra de las víctimas del somatén del peronismo de ultraderecha que lo obligó al exilio y a alejar así de sus seguidores el verbo inflamado del líder carismático  de la CGT de los Argentinos de los años sesenta y primeros setenta. Al volver al país, instaurada la democracia, comprendió que no había lugar ya promover gestas populares como el Cordobazo a partir del cual, lo mismo que  su amigo y compañero Agustín Tosco, había imaginado Raimundo la posibilidad de acercar por vía  insurreccional la sociedad nueva integrada por hombres y mujeres que también lo fueran y cuya génesis según su ortodoxa formación católica, enraizaba en la epístola de San Pablo que impulsa a los creyentes, en Efesios 4,23-24,  renovarse del pecado y  “vestirse del Hombre Nuevo creado en justicia  y santidad verdaderas.  

Mal podía este idealista vivir de otro modo que de acuerdo con sus convicciones y perseverando en ellas hasta el final de sus días entre los muros de su modesta casa bonaerense de Los Polvorines. Jamás había rehuido los desafíos y en los años de su mayor visibilidad, al más políticamente correcto y menos riesgoso  compromiso social cristiano, optó por promover un socialismo insuflado con valores evangélicos fruto de la coincidencia en la acción revolucionaria de cristianos y marxistas.  Quizá guardaba frustraciones en alguna zona de su espíritu, aunque sospecho que Dios le concedió la satisfacción interior de saber que había luchado la buena causa, tal como con generoso plural inclusivo y no mayestático, me lo expresó en una carta fechada en julio de 2007: “Hemos sido protagonistas de una aventura solidaria sobre la Tierra. Combatiendo a quienes pretenden impedir indefinidamente la fraternidad entre los seres humanos”. 

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