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sábado, 3 de junio de 2017

Costa Rica: ¿Y los programas?

Los partidos políticos dan la impresión de ser simplemente cajas de resonancia de una sociedad de consumo. Las campañas electorales se han convertido en pasarelas de mal gusto, donde se exhiben impúdicamente  los candidatos, “shows” que solo buscan satisfacer el estragado gusto de  masas  manipuladas por una propaganda mediática.

Arnoldo Mora  Rodríguez / Especial para Con Nuestra América

Se está cumpliendo a pie juntillas la tradición tica en el campo político, según la cual en el primer semestre del último año de una administración, los partidos políticos asumen un papel protagónico tanto o más que el gobierno de turno. Dentro de la concepción política (democracia formal) que el pueblo costarricense adoptó desde el fin de los regímenes liberales (Guardia, Fernández y Soto), los partidos políticos juegan un papel preponderante en el ejercicio de la democracia.

Los partidos son el puente que liga a la sociedad civil con la clase política. Ellos tienen como función expresar orgánicamente las diversas opiniones de los sectores o grupos que configuran dicha sociedad. Los partidos son espacios  donde libremente se manifiesta  la diversidad de concepciones de mundo, como plural es la voluntad de los grupos que componen la sociedad civil, en contraposición a la “voluntad general”  (Rousseau) que debe ser concretizada por el gobierno libremente escogido, a partir de un consenso que expresa “el bien común” (doctrina social de la Iglesia). Se cumpliría así aquel principio según el cual la naturaleza nos da lo diverso  y lo disperso, pero la sociedad humana tiene como función establecer la convergencia y el consenso, a fin de logar la armonía de la sociedad mediante las leyes, como lo definieron los filósofos griegos. Si la sociedad civil es dispersa, los partidos políticos deben ser diversos, como diversa es la voluntad los ciudadanos que ellos expresan.

La sociedad civil expresa los intereses encontrados y egoístas  de los grupos (Locke) y clases sociales (Marx) en confrontación, pero que deben  buscar una justificación doctrinal o teórica (“ideología”, según Marx). Los partidos políticos, en su diversidad, expresan esos intereses contrapuestos de la sociedad civil, y elaboran el discurso ideológico que justifique su posición en visitas a la conquista del poder (Maquiavelo). Por eso, la diversidad debe ceder ante los intereses mayoritarios, a fin de evitar que la sociedad caiga en el caos (lo que ahora llaman “ingobernabilidad”). Esto se logra mediante elecciones democráticas, es decir, llevadas a cabo en un ambiente de libertad, entendiendo por “libertad” la ausencia de coerción en la toma de decisiones. En consecuencia, a tenor de esta concepción política, los partidos juegan un papel imprescindible, desempeñando tres funciones: 1-) Se aglutinan en torno a una ideología común. 2-)  Excogitan y redactan  un programa de gobierno que expresa, en forma coyuntural, su ideología. 3-)  Escogen a los ciudadanos que han de representar y promover esa ideología y el programa de gobierno ante la ciudadanía como paso previo a unas elecciones generales.

Lo grave de la situación actual en Costa Rica es que los partidos no están cumpliendo esas funciones en el orden lógico indicado,  funciones que son indispensables para que la democracia política o formal funcione adecuadamente. Si hay una crisis política y, por ende, de la democracia en el país, ésta se debe en lo fundamental a las carencias de los partidos políticos. Es allí donde radica la  enfermedad que provoca el malestar político que experimenta la sociedad costarricense. Lo cual, demás está decir,  es altamente preocupante para el futuro de la nación. Peor aún,  los partidos no dan la mínima impresión de estar interesados por lo que acabo de señalar. Lo cual demuestra una preocupante carencia de ideas.  Los partidos se han limitado a externar juicios críticos muy puntuales, animados tan sólo por una evidente intención electorera. Pero lo lógico y lo que corresponde a un partido serio y patriótico en estos momentos en que estamos a las puertas de una nueva campaña electoral, es presentar ante los ciudadanos una propuesta programática basada en un análisis científico de la realidad que vive el país, a la luz de los principios ideológicos y doctrinales del partido; luego, en función de esa propuesta escoger, mediante elecciones internas, el candidato a presidente y posteriormente a diputados, que deberán presentarse ante los ciudadanos  en las elecciones generales. Pero me pregunto, ahora que los partidos están escogiendo al candidato presidencial, ¿en base a qué lo están haciendo, cuando ni  siquiera han elaborado un programa de gobierno? ¿Qué proponen esos candidatos a sus conciudadanos para afrontar los descomunales desafíos que los agobian en todos los campos?  Los actuales partidos no son más que una marca comercial;  tan solo se preocupan por  el dinero; quienes los financian ven en  el poder un botín y una oportunidad para  hacer negocios una vez  llegados al gobierno, sin tomar en cuenta  los intereses de las mayorías ni la defensa de la soberanía nacional. 

Los partidos políticos dan la impresión de ser simplemente cajas de resonancia de una sociedad de consumo. Las campañas electorales se han convertido en pasarelas de mal gusto, donde se exhiben impúdicamente  los candidatos, “shows” que solo buscan satisfacer el estragado gusto de  masas  manipuladas por una propaganda mediática, que hace de las personas productos comerciales y promueve a los candidatos  como si fueran vedettes de moda,  para alimentar la voracidad de la industria del espectáculo y la farándula. Espero que la próxima campaña, que toca ya las puertas, no sea una muestra de mal gusto, un escaparate donde se vendan imágenes de candidatos y  no una ocasión para discutir democráticamente  en torno al  futuro de nuestra nación que, como en el resto del mundo, se debate angustiada frente a un futuro incierto.

Pero hay una degradación aún mayor, cual es el que el fundamentalismo en sus diversas y perversas manifestaciones (xenófobo, monetarista o religioso)  se expanda  aún más y no sea enfrentado por un robusto pensamiento crítico, lo que le permitiría  crear sectas en lugar de partidos democráticos inspirados en valores cívicos. Identificar un conglomerado de fanáticos, que no son más que una secta clerical como si todavía viviésemos en los oscuros antros del Medievo y,  todavía peor, defenderlos como si se tratara de una conquista democrática, no  pasa de ser  “una deposición (tanto en el sentido fisiológico como legal del término) de ignorancia”, como solía decir Monseñor Sanabria. Exijamos como ciudadanos serios y preocupados seriamente por el buen funcionamiento de nuestro sistema democrático, del que depende el porvenir  de la Patria, que   los partidos políticos cumplan sus funciones, a fin de que los ciudadanos puedan ejercer con conciencia  ilustrada sus deberes de ciudadanos responsables eligiendo a sus gobernantes el próximo primer domingo de febrero.

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