Los partidos políticos
dan la impresión de ser simplemente cajas de resonancia de una sociedad de
consumo. Las campañas electorales se han convertido en pasarelas de mal gusto,
donde se exhiben impúdicamente los
candidatos, “shows” que solo buscan satisfacer el estragado gusto de masas
manipuladas por una propaganda mediática.
Arnoldo Mora
Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
Se está cumpliendo a
pie juntillas la tradición tica en el campo político, según la cual en el
primer semestre del último año de una administración, los partidos políticos
asumen un papel protagónico tanto o más que el gobierno de turno. Dentro de la
concepción política (democracia formal) que el pueblo costarricense adoptó
desde el fin de los regímenes liberales (Guardia, Fernández y Soto), los
partidos políticos juegan un papel preponderante en el ejercicio de la
democracia.
Los partidos son el
puente que liga a la sociedad civil con la clase política. Ellos tienen como
función expresar orgánicamente las diversas opiniones de los sectores o grupos
que configuran dicha sociedad. Los partidos son espacios donde libremente se manifiesta la diversidad de concepciones de mundo, como
plural es la voluntad de los grupos que componen la sociedad civil, en
contraposición a la “voluntad general”
(Rousseau) que debe ser concretizada por el gobierno libremente
escogido, a partir de un consenso que expresa “el bien común” (doctrina social
de la Iglesia). Se cumpliría así aquel principio según el cual la naturaleza
nos da lo diverso y lo disperso, pero la
sociedad humana tiene como función establecer la convergencia y el consenso, a
fin de logar la armonía de la sociedad mediante las leyes, como lo definieron
los filósofos griegos. Si la sociedad civil es dispersa, los partidos políticos
deben ser diversos, como diversa es la voluntad los ciudadanos que ellos
expresan.
La sociedad civil
expresa los intereses encontrados y egoístas
de los grupos (Locke) y clases sociales (Marx) en confrontación, pero
que deben buscar una justificación
doctrinal o teórica (“ideología”, según Marx). Los partidos políticos, en su
diversidad, expresan esos intereses contrapuestos de la sociedad civil, y
elaboran el discurso ideológico que justifique su posición en visitas a la
conquista del poder (Maquiavelo). Por eso, la diversidad debe ceder ante los
intereses mayoritarios, a fin de evitar que la sociedad caiga en el caos (lo
que ahora llaman “ingobernabilidad”). Esto se logra mediante elecciones
democráticas, es decir, llevadas a cabo en un ambiente de libertad, entendiendo
por “libertad” la ausencia de coerción en la toma de decisiones. En
consecuencia, a tenor de esta concepción política, los partidos juegan un papel
imprescindible, desempeñando tres funciones: 1-) Se aglutinan en torno a una
ideología común. 2-) Excogitan y redactan un programa de gobierno que expresa, en forma
coyuntural, su ideología. 3-) Escogen a
los ciudadanos que han de representar y promover esa ideología y el programa de
gobierno ante la ciudadanía como paso previo a unas elecciones generales.
Lo grave de la
situación actual en Costa Rica es que los partidos no están cumpliendo esas
funciones en el orden lógico indicado,
funciones que son indispensables para que la democracia política o
formal funcione adecuadamente. Si hay una crisis política y, por ende, de la
democracia en el país, ésta se debe en lo fundamental a las carencias de los
partidos políticos. Es allí donde radica la
enfermedad que provoca el malestar político que experimenta la sociedad
costarricense. Lo cual, demás está decir,
es altamente preocupante para el futuro de la nación. Peor aún, los partidos no dan la mínima impresión de
estar interesados por lo que acabo de señalar. Lo cual demuestra una
preocupante carencia de ideas. Los
partidos se han limitado a externar juicios críticos muy puntuales, animados
tan sólo por una evidente intención electorera. Pero lo lógico y lo que
corresponde a un partido serio y patriótico en estos momentos en que estamos a
las puertas de una nueva campaña electoral, es presentar ante los ciudadanos
una propuesta programática basada en un análisis científico de la realidad que
vive el país, a la luz de los principios ideológicos y doctrinales del partido;
luego, en función de esa propuesta escoger, mediante elecciones internas, el
candidato a presidente y posteriormente a diputados, que deberán presentarse
ante los ciudadanos en las elecciones
generales. Pero me pregunto, ahora que los partidos están escogiendo al
candidato presidencial, ¿en base a qué lo están haciendo, cuando ni siquiera han elaborado un programa de
gobierno? ¿Qué proponen esos candidatos a sus conciudadanos para afrontar los
descomunales desafíos que los agobian en todos los campos? Los actuales partidos no son más que una
marca comercial; tan solo se preocupan
por el dinero; quienes los financian ven
en el poder un botín y una oportunidad
para hacer negocios una vez llegados al gobierno, sin tomar en
cuenta los intereses de las mayorías ni
la defensa de la soberanía nacional.
Los partidos políticos
dan la impresión de ser simplemente cajas de resonancia de una sociedad de
consumo. Las campañas electorales se han convertido en pasarelas de mal gusto,
donde se exhiben impúdicamente los
candidatos, “shows” que solo buscan satisfacer el estragado gusto de masas
manipuladas por una propaganda mediática, que hace de las personas
productos comerciales y promueve a los candidatos como si fueran vedettes de moda, para alimentar la voracidad de la industria
del espectáculo y la farándula. Espero que la próxima campaña, que toca ya las
puertas, no sea una muestra de mal gusto, un escaparate donde se vendan
imágenes de candidatos y no una ocasión
para discutir democráticamente en torno
al futuro de nuestra nación que, como en
el resto del mundo, se debate angustiada frente a un futuro incierto.
Pero hay una
degradación aún mayor, cual es el que el fundamentalismo en sus diversas y
perversas manifestaciones (xenófobo, monetarista o religioso) se expanda
aún más y no sea enfrentado por un robusto pensamiento crítico, lo que
le permitiría crear sectas en lugar de
partidos democráticos inspirados en valores cívicos. Identificar un
conglomerado de fanáticos, que no son más que una secta clerical como si
todavía viviésemos en los oscuros antros del Medievo y, todavía peor, defenderlos como si se tratara
de una conquista democrática, no pasa de
ser “una deposición (tanto en el sentido
fisiológico como legal del término) de ignorancia”, como solía decir Monseñor
Sanabria. Exijamos como ciudadanos serios y preocupados seriamente por el buen
funcionamiento de nuestro sistema democrático, del que depende el porvenir de la Patria, que los partidos políticos cumplan sus
funciones, a fin de que los ciudadanos puedan ejercer con conciencia ilustrada sus deberes de ciudadanos
responsables eligiendo a sus gobernantes el próximo primer domingo de febrero.
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