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sábado, 5 de agosto de 2017

Gobierno neoliberales: el fracaso de Fausto

Los gobiernos neoliberales de la región creen que llegaron para quedarse, y avanzan raudos en reformas, a menudo brutales, suponiendo que eso no les producirá enormes desgastes y que no deberán pagar luego por ello.

Roberto Follari / El Telégrafo

Es muy conocida la tragedia de Fausto, el personaje goetheano: trataba de garantizarse la juventud eterna. Pero contra el tiempo, no hay pactos con el demonio ni tretas que funcionen. Igualmente, la ilusión de eterna juventud acompaña a los jóvenes y -en general- a los que recién empiezan. Cuando uno es joven, uno siempre lo fue; no se conoce a sí mismo sino con esa característica, y la confunde con una consustanciación entre su persona y la condición de juventud.

Lo mismo le pasa a los gobiernos neoliberales de la región. Creen que llegaron para quedarse, y avanzan raudos en reformas, a menudo brutales, suponiendo que eso no les producirá enormes desgastes y que no deberán pagar luego por ello; ignoran lo que ocurrirá cuando ya no sean gobiernos relativamente recientes y deban cubrir el precio del tiempo, el desgaste y los desaguisados previos.

En Perú, la salud y la educación están en peligro y los trabajadores respectivos en paro con movilización, mientras reciben amenazas de suspensión o de despido. En Brasil, la reforma laboral ha sido escandalosa por sus favores al empresariado, y ahora Temer -surgido de una oscura trama de destitución de la presidenta Rousseff y con una imagen negativa generalizada- logra zafar en el Congreso de su propia destitución, cuya posibilidad surge de hechos de corrupción difíciles de negar. Es una victoria pírrica de Temer, quien ya debe ir sintiendo la antesala del infierno que lo espera al final de su mandato, cuando ya a nadie interese defenderlo. En Venezuela, todos saben que el Gobierno no es neoliberal.

Es cierto que el enorme legado social de Chávez no se representa ya a pleno con Maduro, y hay problemas económicos y de abastecimiento; pero quienes se dicen ‘democráticos’ pretenden derrocar por la fuerza al Gobierno sin esperar elecciones, y son los mismos que dieron el golpe de Estado contra Chávez. Es decir: no se oponen a lo que de antidemocrático pudiera haber realizado Maduro, se oponen al proceso bolivariano en su conjunto, incluido su núcleo social, democrático y de alta representación popular. Si pudieran haber acosado a Chávez en su momento de plena representatividad y legitimidad popular como hoy lo hacen a Maduro, obviamente lo hubieran hecho. De tal modo, tratan de deslegitimar a la Constituyente, que -por lejos- resultó más seria institucionalmente que la puesta en escena de las oposiciones a mediados de julio, la que se hizo sin conteo precisable de votos ni exigencia formal alguna.

En Argentina, el macrismo sigue disimulando la corrupción gubernamental, pero no se sabe hasta cuándo logrará ocultarla: ahora a las offshore del presidente y sus problemas de ser a la vez gobierno y empresa con el Correo y compañías de aviación, se suma el caso de autopistas, que también es investigado en la justicia. Ello, junto a aumentos astronómicos de tarifas y precios que implican un empobrecimiento mayoritario de la población, el cual parece quisiera incrementarse por vía de reformas laborales a realizarse luego de las elecciones de octubre. Claro que el tiempo pasa, la ilusión de ser todopoderosos también, y la juventud de los gobiernos se agota. Luego, vienen los períodos de descarga de la decepción y la repulsa social.

En el caso de los neoliberales, tal repulsa llega pronto: el chavismo tiene casi veinte años de vigencia, Temer y Macri apenas dos. Y estos últimos no duermen bien, advirtiendo cómo en las encuestas, Lula y Cristina F. de Kirchner van en primer lugar, a pesar del brutal acoso mediático/judicial. Sin dudas, la juventud se pierde también cuando no se está a la altura de su esplendor y sus vigores: se puede adquirir muy pronto la irreversible condición de ya ser viejos.


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