Los gobiernos
neoliberales de la región creen que llegaron para quedarse, y avanzan raudos
en reformas, a menudo brutales, suponiendo que eso no les producirá enormes
desgastes y que no deberán pagar luego por ello.
Es muy conocida la
tragedia de Fausto, el personaje goetheano: trataba de garantizarse la juventud
eterna. Pero contra el tiempo, no hay pactos con el demonio ni tretas que
funcionen. Igualmente, la ilusión de eterna juventud acompaña a los jóvenes y
-en general- a los que recién empiezan. Cuando uno es joven, uno siempre lo
fue; no se conoce a sí mismo sino con esa característica, y la confunde con una
consustanciación entre su persona y la condición de juventud.
Lo mismo le pasa a los
gobiernos neoliberales de la región. Creen que llegaron para quedarse, y
avanzan raudos en reformas, a menudo brutales, suponiendo que eso no les
producirá enormes desgastes y que no deberán pagar luego por ello; ignoran lo
que ocurrirá cuando ya no sean gobiernos relativamente recientes y deban cubrir
el precio del tiempo, el desgaste y los desaguisados previos.
En Perú, la salud y la
educación están en peligro y los trabajadores respectivos en paro con
movilización, mientras reciben amenazas de suspensión o de despido. En Brasil,
la reforma laboral ha sido escandalosa por sus favores al empresariado, y ahora
Temer -surgido de una oscura trama de destitución de la presidenta Rousseff y
con una imagen negativa generalizada- logra zafar en el Congreso de su propia
destitución, cuya posibilidad surge de hechos de corrupción difíciles de negar.
Es una victoria pírrica de Temer, quien ya debe ir sintiendo la antesala del
infierno que lo espera al final de su mandato, cuando ya a nadie interese
defenderlo. En Venezuela, todos saben que el Gobierno no es neoliberal.
Es cierto que el enorme
legado social de Chávez no se representa ya a pleno con Maduro, y hay problemas
económicos y de abastecimiento; pero quienes se dicen ‘democráticos’ pretenden
derrocar por la fuerza al Gobierno sin esperar elecciones, y son los mismos que
dieron el golpe de Estado contra Chávez. Es decir: no se oponen a lo que de
antidemocrático pudiera haber realizado Maduro, se oponen al proceso
bolivariano en su conjunto, incluido su núcleo social, democrático y de alta
representación popular. Si pudieran haber acosado a Chávez en su momento de
plena representatividad y legitimidad popular como hoy lo hacen a Maduro,
obviamente lo hubieran hecho. De tal modo, tratan de deslegitimar a la
Constituyente, que -por lejos- resultó más seria institucionalmente que la
puesta en escena de las oposiciones a mediados de julio, la que se hizo sin
conteo precisable de votos ni exigencia formal alguna.
En Argentina, el macrismo
sigue disimulando la corrupción gubernamental, pero no se sabe hasta cuándo
logrará ocultarla: ahora a las offshore del presidente y sus problemas de ser a
la vez gobierno y empresa con el Correo y compañías de aviación, se suma el
caso de autopistas, que también es investigado en la justicia. Ello, junto a
aumentos astronómicos de tarifas y precios que implican un empobrecimiento mayoritario
de la población, el cual parece quisiera incrementarse por vía de reformas
laborales a realizarse luego de las elecciones de octubre. Claro que el tiempo
pasa, la ilusión de ser todopoderosos también, y la juventud de los gobiernos
se agota. Luego, vienen los períodos de descarga de la decepción y la repulsa
social.
En el caso de los
neoliberales, tal repulsa llega pronto: el chavismo tiene casi veinte años de
vigencia, Temer y Macri apenas dos. Y estos últimos no duermen bien,
advirtiendo cómo en las encuestas, Lula y Cristina F. de Kirchner van en primer
lugar, a pesar del brutal acoso mediático/judicial. Sin dudas, la juventud se
pierde también cuando no se está a la altura de su esplendor y sus vigores: se
puede adquirir muy pronto la irreversible condición de ya ser viejos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario