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sábado, 2 de diciembre de 2017

Desarrollo y capitalismo social

Después de la II Guerra Mundial (1939-1945), en el contexto de la guerra fría y el ascenso del Tercer Mundo, tomó impulso un tema nuevo en la problemática económica internacional: el desarrollo y subdesarrollo.

Juan J. Paz y Miño / Firmas Selectas de Prensa Latina

En los EE.UU. aparecieron los “expertos” en el tema. Se hizo famosa la teoría de W. W. Rostow (1916-2003), fervoroso anticomunista norteamericano vinculado al Departamento de Estado y al Consejo de Seguridad Nacional, quien sostuvo en su libro Las etapas del crecimiento económico: un manifiesto no comunista (1960), que todos los países debían atravesar cinco etapas: la sociedad tradicional, las condiciones para el despegue; el despegue, el camino a la madurez y el consumo a gran escala. Desde luego, según Rostow, solo los EE.UU. habían llegado plenamente a la última etapa.

Como respuesta a la Revolución Cubana (1959) y en pleno auge de la guerra fría contra su influencia en América Latina, en la década de los sesenta los conceptos rostownianos pasaron a formar parte del lenguaje oficial de los países de la región, cuyos gobiernos asumieron que podían empezar el “despegue” si promovían una serie de cambios estructurales.

Esos cambios llegaron inducidos por la Alianza para el Progreso (Alpro), creada por el presidente John F. Kennedy (1961-1963), un programa de apoyo para salir del subdesarrollo y descartar cualquier camino al “comunismo”.

Hasta inicios de 1960 la mayor parte de países de América Latina eran pobres y exhibían un “cuadro del subdesarrollo” evidente. En realidad en esos países (el subdesarrollo hizo del Ecuador uno de los países más atrasados del continente), el capitalismo ni siquiera había despegado, por lo cual en las ciencias sociales se discutía su realidad, porque predominaban las relaciones pre-capitalistas.

Al mismo tiempo que en la geopolítica de la época, el anticomunismo y el “anti-castrismo” reinaban sobre América Latina, también se difundió el pensamiento de una institución que había trabajado lenta y hasta silenciosamente sobre el tema del desarrollo: la Comisión Económica para América Latina (Cepal), creada por la Organización de las Naciones Unidas en 1948, con sede en Santiago de Chile. Desde 1950 pasó a ocupar el puesto de Secretario Ejecutivo el economista argentino Raúl Prebisch (1901-1986) y con él la Cepal alcanzó una influencia decisiva.

El pensamiento de la Cepal tuvo como ejes tres premisas teóricas: primera, la teoría económica -tal como proviene de los países desarrollados- pretende ser universal, pero es necesario pasarla por un filtro, pues las realidades de América Latina son diferentes, de manera que debe crearse una teoría económica propia; segunda, los países latinoamericanos tienen su singular historia económica, bajo cuya comprensión se hace posible entender, a su vez, los orígenes del subdesarrollo; y tercera, un programa económico para América Latina supone formulaciones propias y no simplemente el apego a las ideas o propuestas provenientes del exterior.

La Cepal propuso el cambio de las estructuras latinoamericanas sobre la base de una serie de políticas: reforma agraria con redistribución de las tierras y superación de las formas precarias del trabajo, industrialización por sustitución de importaciones, control y regulaciones al capital extranjero para que sirva a las necesidades del desarrollo regional; reforma tributaria centrada en la redistribución de la riqueza; reforma administrativa y estatal; planificación económica; integración regional como vía preferente para la ampliación de los mercados; implantación del régimen salarial para fortalecer el mercado interno; regulaciones sobre el comercio exterior a fin de superar los desniveles en los términos del intercambio y la dependencia externa; ampliación de infraestructuras;fortalecimiento de los servicios públicos.

En este programa económico, el Estado debía jugar un papel rector ante la carencia de un sector empresarial dinámico y desarrollado en la mayoría de países.

El pensamiento de la Cepal fue tildado de “comunista”. Paradójicamente coincidía, al menos en algunos conceptos, con la Alpro. Fue confundido como keynesiano. Pero era propiamente estructuralista. Y, si se quiere, desarrollista. El asunto de fondo es que la Cepal fue capaz de dar respuestas latinoamericanas contra la moda del pensamiento dominante norteamericano sobre desarrollo/subdesarrollo.

La Cepal ofrecía, en definitiva, una propuesta de capitalismo social (una especie de economía social de mercado) comparable con el de la Europa de la postguerra; pero la mentalidad de los empresarios latinoamericanos y de buena parte de los gobiernos de la región, condicionados por la guerra fría anti-cubana, era de tal naturaleza que ese programa de capitalismo social fue rechazado.

En Ecuador, gracias a la Cepal, se fundó la Junta Nacional de Planificación y Coordinación Económica (1954) que elaboró el primer Plan de Desarrollo (1964-1973) y formuló la reforma agraria (1964), que liquidó el sistema hacienda. Los economistas de aquellos años que adquirieron inédita notoriedad profesional, eran atacados como “kykuyos”, es decir, como mala yerba.

A pesar de esos malos augurios, en diversos países latinoamericanos se impusieron los “cambios de estructura”, que combinaron conceptos cepalinos e ideas de la Alpro. La década de 1960 fue considerada como década del desarrollo por las mismas NNUU, y en esos años se hicieron notables esfuerzos por adelantar a los países. El desarrollismo y el estructuralismo se impusieron, lograron el “despegue” rostowniano de varios países y, hasta la década de 1970, el capitalismo pasó a dominar el escenario económico de América Latina. En todos los casos, el Estado fue el principal protagonista porque nunca llegó el desarrollo de la mano exclusiva de la empresa privada.

De aquellas épocas al salto que se produjo en América Latina durante las décadas de 1980 y 1990 hay un abismo. Durante estos otros tiempos, una vez superada la guerra fría, liquidado el socialismo de tipo soviético, triunfante la globalización capitalista y difundido el neoliberalismo como ideología económica revestida de ciencia, se impusieron en América Latina los principios del mercado libre y de la libre iniciativa privada. Pasó a reinar precisamente el neoliberalismo.

Y aunque las economías crecieron, las empresas florecieron, el capitalismo global se consolidó, las burguesías latinoamericanas alcanzaron una hegemonía históricamente inédita, y el “desarrollo” pareció extenderse imparable y como signo de la modernización deseable frente a cualquier otro tiempo pasado, se ha olvidado que ese camino se edificó sobre el descalabro de los Estados nacionales, la desintitucionalización de las funciones estatales, el quiebre de la gobernabilidad, la ruina de los servicios públicos (educación, salud, atención médica, seguridad social, vivienda), el incremento absoluto de la inequidad y el sistemático derrumbe de las condiciones de vida y de trabajo de amplias capas de la población latinoamericana.

Los datos y estudios de la misma Cepal lo demuestran. Se impuso el capitalismo puro y se abandonó todo capitalismo social, para emplear los términos de análisis que he planteado.

Sólo con el inicio del nuevo milenio y el ciclo de los gobiernos progresistas, democráticos, populares y de nueva izquierda en América Latina, el maleficio fue roto. Otra vez se pudo plantear el desarrollo en términos de transformación del capitalismo puro. Y se vislumbró la posibilidad de construir una sociedad socialista del siglo XXI.

En este nuevo marco histórico, también cabe destacar el nuevo pensamiento de la Cepal. El trabajo intelectual que ha realizado esta institución durante la última década es significativo, sobre la base de la pluralidad de visiones de sus economistas y profesionales de las ciencias sociales.

La Cepal ha producido libros y artículos de enorme guía regional, recuperando el sentido de forjar teoría económica propia, sobre bases históricas, apegada a nuestras realidades. Hoy enfatiza en un tipo de Estado de bienestar latinoamericano, con singular importancia en el papel del sistema impositivo directo para la redistribución de la riqueza, la responsabilidad social de las empresas, el rol que puede jugar el capital extranjero en función de las necesidades regionales, el activo papel regulador de los Estados sin descuidar acuerdos con la empresa privada, el indiscutible beneficio de los servicios públicos de calidad.

En otras palabras, en la teoría económica latinoamericana, de la mano de la Cepal, se ha producido una recuperación del sentido de capitalismo social, que debe ser comprendido como una opción en el marco de las economías sociales de mercado y mientras se puedan formular las vías para la definitiva construcción de una nueva sociedad, poscapitalista.


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