Después de la II Guerra
Mundial (1939-1945), en el contexto de la guerra fría y el ascenso del Tercer
Mundo, tomó impulso un tema nuevo en la problemática económica internacional:
el desarrollo y subdesarrollo.
Juan J. Paz
y Miño / Firmas Selectas de Prensa Latina
En los EE.UU. aparecieron
los “expertos” en el tema. Se hizo famosa la teoría de W. W. Rostow
(1916-2003), fervoroso anticomunista norteamericano vinculado al Departamento
de Estado y al Consejo de Seguridad Nacional, quien sostuvo en su libro Las etapas del crecimiento económico: un
manifiesto no comunista (1960), que todos los países debían atravesar cinco
etapas: la sociedad tradicional, las condiciones para el despegue; el despegue,
el camino a la madurez y el consumo a gran escala. Desde luego, según Rostow,
solo los EE.UU. habían llegado plenamente a la última etapa.
Como respuesta a la
Revolución Cubana (1959) y en pleno auge de la guerra fría contra su influencia
en América Latina, en la década de los sesenta los conceptos rostownianos
pasaron a formar parte del lenguaje oficial de los países de la región, cuyos
gobiernos asumieron que podían empezar el “despegue” si promovían una serie de
cambios estructurales.
Esos cambios llegaron
inducidos por la Alianza para el Progreso (Alpro), creada por el presidente
John F. Kennedy (1961-1963), un programa de apoyo para salir del subdesarrollo
y descartar cualquier camino al “comunismo”.
Hasta inicios de 1960 la
mayor parte de países de América Latina eran pobres y exhibían un “cuadro del
subdesarrollo” evidente. En realidad en esos países (el subdesarrollo hizo del
Ecuador uno de los países más atrasados del continente), el capitalismo ni
siquiera había despegado, por lo cual en las ciencias sociales se discutía su
realidad, porque predominaban las relaciones pre-capitalistas.
Al mismo tiempo que en la
geopolítica de la época, el anticomunismo y el “anti-castrismo” reinaban sobre
América Latina, también se difundió el pensamiento de una institución que había
trabajado lenta y hasta silenciosamente sobre el tema del desarrollo: la
Comisión Económica para América Latina (Cepal), creada por la Organización de
las Naciones Unidas en 1948, con sede en Santiago de Chile. Desde 1950 pasó a
ocupar el puesto de Secretario Ejecutivo el economista argentino Raúl Prebisch
(1901-1986) y con él la Cepal alcanzó una influencia decisiva.
El pensamiento de la
Cepal tuvo como ejes tres premisas teóricas: primera, la teoría económica -tal
como proviene de los países desarrollados- pretende ser universal, pero es
necesario pasarla por un filtro, pues las realidades de América Latina son
diferentes, de manera que debe crearse una teoría económica propia; segunda,
los países latinoamericanos tienen su singular historia económica, bajo cuya
comprensión se hace posible entender, a su vez, los orígenes del subdesarrollo;
y tercera, un programa económico para América Latina supone formulaciones
propias y no simplemente el apego a las ideas o propuestas provenientes del
exterior.
La Cepal propuso el
cambio de las estructuras latinoamericanas sobre la base de una serie de
políticas: reforma agraria con redistribución de las tierras y superación de
las formas precarias del trabajo, industrialización por sustitución de
importaciones, control y regulaciones al capital extranjero para que sirva a
las necesidades del desarrollo regional; reforma tributaria centrada en la
redistribución de la riqueza; reforma administrativa y estatal; planificación
económica; integración regional como vía preferente para la ampliación de los
mercados; implantación del régimen salarial para fortalecer el mercado interno;
regulaciones sobre el comercio exterior a fin de superar los desniveles en los
términos del intercambio y la dependencia externa; ampliación de
infraestructuras;fortalecimiento de los servicios públicos.
En este programa
económico, el Estado debía jugar un papel rector ante la carencia de un sector
empresarial dinámico y desarrollado en la mayoría de países.
El pensamiento de la
Cepal fue tildado de “comunista”. Paradójicamente coincidía, al menos en
algunos conceptos, con la Alpro. Fue confundido como keynesiano. Pero era
propiamente estructuralista. Y, si se quiere, desarrollista. El asunto de fondo
es que la Cepal fue capaz de dar respuestas latinoamericanas contra la moda del
pensamiento dominante norteamericano sobre desarrollo/subdesarrollo.
La Cepal ofrecía, en
definitiva, una propuesta de capitalismo
social (una especie de economía social de mercado) comparable con el de la
Europa de la postguerra; pero la mentalidad de los empresarios latinoamericanos
y de buena parte de los gobiernos de la región, condicionados por la guerra
fría anti-cubana, era de tal naturaleza que ese programa de capitalismo social
fue rechazado.
En Ecuador, gracias a la
Cepal, se fundó la Junta Nacional de Planificación y Coordinación Económica
(1954) que elaboró el primer Plan de Desarrollo (1964-1973) y formuló la
reforma agraria (1964), que liquidó el sistema hacienda. Los economistas de
aquellos años que adquirieron inédita notoriedad profesional, eran atacados
como “kykuyos”, es decir, como mala yerba.
A pesar de esos malos
augurios, en diversos países latinoamericanos se impusieron los “cambios de
estructura”, que combinaron conceptos cepalinos e ideas de la Alpro. La década
de 1960 fue considerada como década del
desarrollo por las mismas NNUU, y en esos años se hicieron notables
esfuerzos por adelantar a los países. El desarrollismo y el estructuralismo se
impusieron, lograron el “despegue” rostowniano de varios países y, hasta la
década de 1970, el capitalismo pasó a dominar el escenario económico de América
Latina. En todos los casos, el Estado fue el principal protagonista porque
nunca llegó el desarrollo de la mano exclusiva de la empresa privada.
De aquellas épocas al
salto que se produjo en América Latina durante las décadas de 1980 y 1990 hay
un abismo. Durante estos otros tiempos, una vez superada la guerra fría,
liquidado el socialismo de tipo soviético, triunfante la globalización
capitalista y difundido el neoliberalismo como ideología económica revestida de
ciencia, se impusieron en América Latina los principios del mercado libre y de
la libre iniciativa privada. Pasó a reinar precisamente el neoliberalismo.
Y aunque las economías
crecieron, las empresas florecieron, el capitalismo global se consolidó, las
burguesías latinoamericanas alcanzaron una hegemonía históricamente inédita, y
el “desarrollo” pareció extenderse imparable y como signo de la modernización
deseable frente a cualquier otro tiempo pasado, se ha olvidado que ese camino
se edificó sobre el descalabro de los Estados nacionales, la
desintitucionalización de las funciones estatales, el quiebre de la
gobernabilidad, la ruina de los servicios públicos (educación, salud, atención
médica, seguridad social, vivienda), el incremento absoluto de la inequidad y
el sistemático derrumbe de las condiciones de vida y de trabajo de amplias
capas de la población latinoamericana.
Los datos y estudios de
la misma Cepal lo demuestran. Se impuso el capitalismo
puro y se abandonó todo capitalismo
social, para emplear los términos de análisis que he planteado.
Sólo con el inicio del
nuevo milenio y el ciclo de los gobiernos progresistas, democráticos, populares
y de nueva izquierda en América Latina, el maleficio fue roto. Otra vez se pudo
plantear el desarrollo en términos de transformación del capitalismo puro. Y se
vislumbró la posibilidad de construir una sociedad socialista del siglo XXI.
En este nuevo marco
histórico, también cabe destacar el nuevo pensamiento de la Cepal. El trabajo
intelectual que ha realizado esta institución durante la última década es
significativo, sobre la base de la pluralidad de visiones de sus economistas y
profesionales de las ciencias sociales.
La Cepal ha producido
libros y artículos de enorme guía regional, recuperando el sentido de forjar
teoría económica propia, sobre bases históricas, apegada a nuestras realidades.
Hoy enfatiza en un tipo de Estado de bienestar latinoamericano, con singular
importancia en el papel del sistema impositivo directo para la redistribución
de la riqueza, la responsabilidad social de las empresas, el rol que puede
jugar el capital extranjero en función de las necesidades regionales, el activo
papel regulador de los Estados sin descuidar acuerdos con la empresa privada,
el indiscutible beneficio de los servicios públicos de calidad.
En otras palabras, en la
teoría económica latinoamericana, de la mano de la Cepal, se ha producido una
recuperación del sentido de capitalismo
social, que debe ser comprendido como una opción en el marco de las
economías sociales de mercado y mientras se puedan formular las vías para la
definitiva construcción de una nueva sociedad, poscapitalista.
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