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sábado, 17 de marzo de 2018

De la guerra difusa y la emigración venezolana

En una guerra difusa como la que confrontamos, sin bombas ni misiles, en las que las personas del país invadido siguen llevando su vida “normal”, las víctimas y los daños colaterales de antes son los primeros y principales. Las armas letales del enemigo no destruyen un objetivo específico, como un hospital por un misil, sino que son masivas y por eso las víctimas son imprecisas y casi imposible de contabilizar.

Gregorio J. Pérez Almeida / Para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela

“Sólo le pido a Dios / que la guerra no me sea indiferente /
es un monstruo grande y pisa fuerte/ toda la pobre inocencia de la gente./
Sólo le pido a Dios / que el futuro no me sea indiferente/ desahuciado está el que tiene que marchar/ a vivir una cultura diferente”
León Gieco

El marco crítico de análisis

Es alarmante la situación que se vive en Venezuela con la emigración. Dicen que es masiva y quizá sea cierto, porque si elaboramos un juicio desde nuestra experiencia personal, sabemos de por lo menos 10 jóvenes del edificio donde vivimos que se han ido del país, de dependencias de organismos públicos que se han quedado casi sin empleadxs, de universidades que tienen un porcentaje altísimo de deserción estudiantil y de renuncias de profesorxs, de clínicas privadas que se han quedado con pocos médicos y paramédicos. Quizá no todxs hayan emigrado, pero la incógnita de su destino, el rumor generado en los medios y redes sociales, más la falta de información oficial, hacen de la sospecha una “certeza”.

¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué este fenómeno inusitado en Venezuela? Desde nuestro punto de vista, cualquier intento de explicarlo y comprenderlo que no parta de su ubicación en el contexto internacional se quedará en la superficie. Sostenemos que el contexto internacional determina un alto porcentaje de las decisiones de abandonar el país y en ese contexto juega un papel decisivo la guerra difusa, o de quinta y sexta generación, en la que se encuentra inmersa Venezuela con los países centrales del Sistema Mundo Capitalista Colonial. Nos atacan no sólo por proponer el socialismo como alternativa al capitalismo, sino por haber nacionalizado y estatizado las industrias petrolera y minera y destinar más del 60% del presupuesto nacional a políticas sociales que benefician a las mayorías empobrecidas y no a las minorías enriquecidas y sus patrones internacionales.

¿Qué es una guerra difusa o de quinta y sexta generación? Para Alejandro Sánchez-Aizcorbe, “…se trata de usar todos los medios disponibles que impliquen la fuerza de las armas o de medios que no impliquen la fuerza de las armas, de medios que acarreen bajas y de medios que no acarreen bajas, para obligar al enemigo a obedecer […] los intereses imperialistas. Esto incluye la aparición de actores no estatales, que disponen de conocimientos y tecnologías de alto nivel y que pueden llevar a cabo ataques asimétricos con la intención de promover intereses individuales o grupales” (América Latina en movimiento, https://www.alainet.org, 13/02/2014))

Para Roso Grimau, “La Guerra de Sexta Generación se basa en la Doctrina de la Guerra Permanente o Guerra sin Límites y en la Doctrina de Alcance Global, por las cuales no existe tiempo ni espacio que delimite los escenarios de guerra; es una Guerra Difusa y Holística que abarca todas las alteraciones posibles en todos los órdenes de la vida, esto incluye dentro de las estrategias de ataque a las naciones la Guerra Económica, la Guerra Mediática, la Ciberguerra, la Guerra en las Redes Sociales, el ataque a las Instituciones del Estado, a los Liderazgos Políticos, a los valores culturales, a los principios éticos y morales, constituyendo una devastación total a la sociedad de los países que se requiere dominar, es una Guerra Total destinada a crear el mayor caos posible a todo nivel” (www.rebelion.org/noticia.php?id=206082, 26/11/2015).

Estas dos citas, nos describen una realidad que la mayoría de personas en Venezuela desconoce. Quizá lxs especialistas en temas militares están familiarizados, pero el resto no tenemos muchos conocimientos de los asuntos militares, de manera que es difícil cambiar nuestra concepción convencional de la guerra que construimos leyendo libros y mirando películas acerca de las llamadas “guerras mundiales”, Vietnam, etc. Para nosotrxs, guerra es sinónimo de balas, aviones, bombas, tanques, soldados uniformados, sangre, sudor y lágrimas, etc., y lo que ahora se conoce como tal, y que describen las citas, es algo completamente diferente, por lo que resulta difícil convencer a la mayoría de la población de que estamos en una, pero si queremos explicarnos el fenómeno migratorio tenemos que enmarcarlo en esta nueva concepción.

Antes de continuar, consideramos indispensable hacer una aclaratoria. Hoy los medios de comunicación controlados por las trasnacionales, hablan de “guerras” para referirse (y ocultar) las invasiones hechas por fuerzas militares de los países centrales del sistema mundo a países de la periferia. Dicen “la guerra de Irak”, “de Afganistán”, “de Libia”, etc., como si estos países hubiesen pactado un duelo con Estados Unidos y la OTAN, cuando lo que ocurrió fue la invasión del ejército estadounidense y su pandilla a sus territorios. Evidentemente, una vez que el ejército asaltante está en el territorio invadido, se desata una guerra, pero no en el sentido abstracto de dos enemigos enfrentados en un campo de batalla, sino de resistencia que libra el pueblo víctima de la invasión. Precisamente, de estas guerras de resistencia libradas exitosamente por los pueblos invadidos, cuyo símbolo histórico es Vietnam, es de donde los pensadores estadounidenses derivaron las nociones de cuarta, quinta y sexta generación en las que ahora enmarcan sus ataques.

Hoy decimos: “En Venezuela hay una guerra económica”, como si existiera un campo de batalla en el que nuestro ejército se enfrenta a otro plenamente identificado y como si lo económico fuese un espacio aislado del resto de la sociedad. Al decirlo así, minimizamos la invasión de quinta y sexta generación que sufrimos, en la que la económica es sólo una de las estrategias y el enemigo es tan difuso que se camufla de gerente, banquero, bodeguero, buhonero, etc., en fin, de cualquiera de lxs agentes económicos que participan en el mercado convertido ahora en campo de batalla. Un campo de batalla en el que lxs soldados no están uniformados ni son invasores extranjeros y sus armas son el acaparamiento y los precios de alimentos y medicinas aun más mortíferos que las balas de un AK 47.

En una guerra difusa, el principal objetivo no es el ejército enemigo sino el pueblo y por ende es la víctima principal. Cuando decimos “pueblo” nos referimos al conjunto de los 30 millones de habitantes de Venezuela, lo que nos da una idea de las dimensiones que tiene este conflicto. No son unos colectivos ni un puño de familias o de instituciones lxs afectados, son millones de seres humanos que están involucrados en él y que sufren y reaccionan de distintas maneras ante la agresión odiosa e infernal que convierte a parte del pueblo en su propio enemigo invasor.

En las guerras difusas, se trastocan todos los conceptos convencionales, por ejemplo, los “daños y las víctimas colaterales” que en las convencionales son de segundo orden, se convierten en “daños y víctimas principales” de primer orden. Aclaremos: en las convencionales, cuando caen las bombas y los misiles sobre una ciudad no todo el mundo muere por efecto de las explosiones, sino una minoría, mientras que la mayoría sufre las consecuencias de las explosiones de forma indirecta al quedarse sin hospitales, sin servicios públicos (electricidad, gas, agua), sin locales de abastecimiento de alimentos y medicinas, sin infraestructura vial, sin casas, etc.

En una guerra difusa como la que confrontamos, sin bombas ni misiles, en las que las personas del país invadido siguen llevando su vida “normal”, las víctimas y los daños colaterales de antes son los primeros y principales. Las armas letales del enemigo no destruyen un objetivo específico, como un hospital por un misil, sino que son masivas y por eso las víctimas son imprecisas y casi imposible de contabilizar. Por ejemplo: ¿Cuántas personas han muerto por falta de medicinas en los hospitales y clínicas o en sus casas? ¿Cuántas personas están pasando hambre? ¿Cuántos niñxs se han desnutrido? ¿Cuántos se han quedado sin casa porque no pueden seguir pagando el alquiler? ¿Cuántos se han quedado sin empleo? ¿Cuántos se han ido del país?

En las guerras difusas el sonido, el impacto y el efecto de las balas, bombas y misiles, son sustituidos por el de las ondas e imágenes de la prensa impresa, la radio, la televisión y las redes sociales que generan incertidumbre, malestar y miedo en la mayoría de lxs habitantes, a lo que se agregan las acciones delictivas y de sabotaje que los mantienen en zozobra, por lo que la emigración de los connacionales es utilizada como signo del avance de los invasores.

Guerra y emigración

No sabemos cuantxs se han ido, pero lo que no podemos ocultar, es que hay una emigración numerosa de venezolanxs y ello debe asumirse, desde nuestra óptica, como consecuencia necesaria de la guerra que estamos confrontando. Son avances del enemigo que nos ataca difusamente, porque quienes se van sienten que su vida corre peligro, se sienten insegurxs, sin protección y perciben un futuro incierto y al marcharse dejan una familia incompleta, herida y se convierten en pregonerxs del “desastre venezolano”. Y no podemos desentendernos utilizando descalificaciones políticas, porque esos sentimientos son legítima e indubitablemente humanos en momentos de crisis extremas.

Es cierto, muchos jóvenes que participaron activamente en las guarimbas del 2014 y del 2017, se han “ido demasiado” y es lógico que lo hagan, porque son guerreros derrotados y sus familias quieren verlos a salvo de la “represión” del “régimen”. Muchos otros lo han hecho porque alguien los espera con ofertas de una vida parecida a la que tenían aquí antes de comenzar la guerra. Y así podríamos enumerar distintos motivos por los que han emigrado y emigrarán muchos venezolanxs, pero la raíz común es que toda guerra genera emigración porque todos lxs seres humanos tenemos la obligación, biológica y moral, de sobrevivir y de vivir mejor.

Desde este punto de vista, es acertada la orden que le dio el Presidente Nicolás Maduro Moros a sus funcionarios diplomáticos de acompañar y apoyar a todos lxs ciudadanos venezolanos que se encuentran en el exterior, porque el Estado tiene el deber de protegerlos como víctimas (desplazados) de un conflicto bélico. Mucho más si se sabe que los gobiernos latinoamericanos que han manifestado “preocupación por el pueblo venezolano”, empandillados en Lima, no tienen planes para recibirlos, de tal manera que cada cual se las tiene que arreglar como pueda para sobrevivir. Son los verdaderos parias. Y, exactamente, este es otro rasgo de las guerras difusas: al no haber confrontación violenta en el país invadido y negar la existencia de una guerra, no existen motivos para considerarlos refugiadxs.

Obligación moral de quedarnos y resistir tenemos quienes nos identificamos y estamos comprometidxs con esta revolución. Y, un consejo a lxs revolucionarios de quinta y sexta generación: no pregunten cuánto durará esta guerra ni si podremos ganarla, porque en ella el tiempo, el espacio y los conceptos de derrota y victoria son difusos. Unos ejemplos: las victorias electorales del gobierno bolivariano en 2017, son respondidas por el imperialismo yanqui con más cerco económico y financiero internacional que genera más emigración ¿estamos ganando la guerra o la estamos perdiendo? Una familia cuyo hijo se va a Europa a trabajar y envía euros con los que pueden hacer frente a la hiperespeculación y adquirir medicamentos indispensables para uno de sus miembros ¿es una familia derrotada o victoriosa? ¿Quién, por muy chavista que sea, pero agobiado por la pelazón, vende unos dólares a precio oficial y no a precio paralelo? ¿Es traidxr o perdió una batalla en la guerra económica? 

Sin dudas, en las guerras difusas la confusión y la duda son las trampas más efectivas para atrapar nuestra subjetividad y, paradojas de estos conflictos, el pensamiento concreto y la conciencia revolucionaria firmes son las armas convencionales más poderosas que tenemos para resistir. ¿Y cuáles son las municiones de estas armas? Ser consciente y afirmativamente venezolanxs, bolivarianxs, chavistas, y ser coherentes y consecuentes con nuestras ideas.

Y no sé usted, amiga o amigo lector, pero digo como Silvio Rodríguez: 

…yo no sé lo que es el destino,
caminando fui lo que fui,
allá dios, que será divino,
yo me muero como viví.


Excurso para incrédulxs opositores: Si no le cree al gobierno bolivariano, ni a sus seguidores, que estamos en guerra contra Estados Unidos y sus secuaces, explíquese por qué el presidente estadounidense Barack Obama decretó que Venezuela era una amenaza extraordinaria a la seguridad nacional de su país y ahora su sucesor, Donald Trump, lo ratifica y  en consecuencia hace todo lo posible, pública y notoriamente, para derrocar al Presidente Nicolás Maduro y ha implementado restricciones internacionales que nos impiden comprar alimentos, medicinas y otros insumos indispensables para vivir en paz. Y, si no es guerra, entonces ¿qué era lo que quería el negro y qué será lo que quiere el catire de nosotrxs?


Excurso para convencidxs chavistas: Quienes se van demasiado de Venezuela, nunca tuvieron ni país ni Patria. Son como mercancías vivas que buscan un local comercial donde venderse mejor y, cuando están fuera, a “salvo del régimen”, además de hablar pestes del gobierno bolivariano, dicen que añoran a su país de “antes de este desastre”, pero, en verdad, lo que añoran son las playas, los amigos, los centros comerciales, las arepas, las cervezas, el ron, en fin, sus pedacitos predilectos de la sociedad donde nacieron y vivieron hasta que se fueron, pero nunca un país y mucho menos una Patria, es decir, un sentimiento de pertenencia a un territorio, una cultura y una historia nacionales.

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