En
una guerra difusa como la que confrontamos, sin bombas ni misiles, en las que
las personas del país invadido siguen llevando su vida “normal”, las víctimas y
los daños colaterales de antes son los primeros y principales. Las armas
letales del enemigo no destruyen un objetivo específico, como un hospital por
un misil, sino que son masivas y por eso las víctimas son imprecisas y casi
imposible de contabilizar.
Gregorio J. Pérez Almeida / Para Con
Nuestra América
Desde
Caracas, Venezuela
“Sólo le pido a Dios / que la guerra no me sea indiferente /
es un monstruo grande y pisa fuerte/ toda la pobre inocencia de la gente./
Sólo le pido a Dios / que el futuro no me sea indiferente/ desahuciado está el que tiene que marchar/ a vivir una cultura diferente”
León Gieco
El marco crítico de análisis
Es
alarmante la situación que se vive en Venezuela con la emigración. Dicen que es
masiva y quizá sea cierto, porque si elaboramos un juicio desde nuestra
experiencia personal, sabemos de por lo menos 10 jóvenes del edificio donde
vivimos que se han ido del país, de dependencias de organismos públicos que se
han quedado casi sin empleadxs, de universidades que tienen un porcentaje
altísimo de deserción estudiantil y de renuncias de profesorxs, de clínicas
privadas que se han quedado con pocos médicos y paramédicos. Quizá no todxs
hayan emigrado, pero la incógnita de su destino, el rumor generado en los
medios y redes sociales, más la falta de información oficial, hacen de la
sospecha una “certeza”.
¿Qué
está ocurriendo? ¿Por qué este fenómeno inusitado en Venezuela? Desde nuestro
punto de vista, cualquier intento de explicarlo y comprenderlo que no parta de
su ubicación en el contexto internacional se quedará en la superficie.
Sostenemos que el contexto internacional determina un alto porcentaje de las
decisiones de abandonar el país y en ese contexto juega un papel decisivo la
guerra difusa, o de quinta y sexta generación, en la que se encuentra inmersa
Venezuela con los países centrales del Sistema Mundo Capitalista Colonial. Nos
atacan no sólo por proponer el socialismo como alternativa al capitalismo, sino
por haber nacionalizado y estatizado las industrias petrolera y minera y
destinar más del 60% del presupuesto nacional a políticas sociales que
benefician a las mayorías empobrecidas y no a las minorías enriquecidas y sus
patrones internacionales.
¿Qué
es una guerra difusa o de quinta y sexta generación? Para Alejandro
Sánchez-Aizcorbe, “…se trata de usar todos los medios disponibles que impliquen
la fuerza de las armas o de medios que no impliquen la fuerza de las armas, de
medios que acarreen bajas y de medios que no acarreen bajas, para obligar al
enemigo a obedecer […] los intereses imperialistas. Esto incluye la aparición
de actores no estatales, que disponen de conocimientos y tecnologías de alto
nivel y que pueden llevar a cabo ataques asimétricos con la intención de
promover intereses individuales o grupales” (América Latina en movimiento, https://www.alainet.org,
13/02/2014))
Para
Roso Grimau, “La
Guerra de Sexta Generación se basa en la Doctrina de la Guerra Permanente o
Guerra sin Límites y en la Doctrina de Alcance Global, por las cuales no existe
tiempo ni espacio que delimite los escenarios de guerra; es una Guerra Difusa y
Holística que abarca todas las alteraciones posibles en todos los órdenes de la
vida, esto incluye dentro de las estrategias de ataque a las naciones la Guerra
Económica, la Guerra Mediática, la Ciberguerra, la Guerra en las Redes
Sociales, el ataque a las Instituciones del Estado, a los Liderazgos Políticos,
a los valores culturales, a los principios éticos y morales, constituyendo una
devastación total a la sociedad de los países que se requiere dominar, es una
Guerra Total destinada a crear el mayor caos posible a todo nivel” (www.rebelion.org/noticia.php?id=206082,
26/11/2015).
Estas dos citas, nos
describen una realidad que la mayoría de personas en Venezuela desconoce. Quizá
lxs especialistas en temas militares están familiarizados, pero el resto no
tenemos muchos conocimientos de los asuntos militares, de manera que es difícil
cambiar nuestra concepción convencional de la guerra que construimos leyendo
libros y mirando películas acerca de las llamadas “guerras mundiales”, Vietnam,
etc. Para nosotrxs, guerra es sinónimo de balas, aviones, bombas, tanques,
soldados uniformados, sangre, sudor y lágrimas, etc., y lo que ahora se conoce
como tal, y que describen las citas, es algo completamente diferente, por lo
que resulta difícil convencer a la mayoría de la población de que estamos en
una, pero si queremos explicarnos el fenómeno migratorio tenemos que enmarcarlo
en esta nueva concepción.
Antes de continuar,
consideramos indispensable hacer una aclaratoria. Hoy los medios de
comunicación controlados por las trasnacionales, hablan de “guerras” para
referirse (y ocultar) las invasiones hechas por fuerzas militares de los países
centrales del sistema mundo a países de la periferia. Dicen “la guerra de
Irak”, “de Afganistán”, “de Libia”, etc., como si estos países hubiesen pactado
un duelo con Estados Unidos y la OTAN, cuando lo que ocurrió fue la invasión
del ejército estadounidense y su pandilla a sus territorios. Evidentemente, una
vez que el ejército asaltante está en el territorio invadido, se desata una
guerra, pero no en el sentido abstracto de dos enemigos enfrentados en un campo
de batalla, sino de resistencia que libra el pueblo víctima de la invasión.
Precisamente, de estas guerras de resistencia libradas exitosamente por los
pueblos invadidos, cuyo símbolo histórico es Vietnam, es de donde los
pensadores estadounidenses derivaron las nociones de cuarta, quinta y sexta
generación en las que ahora enmarcan sus ataques.
Hoy decimos: “En
Venezuela hay una guerra económica”, como si existiera un campo de batalla en
el que nuestro ejército se enfrenta a otro plenamente identificado y como si lo
económico fuese un espacio aislado del resto de la sociedad. Al decirlo así,
minimizamos la invasión de quinta y sexta generación que sufrimos, en la que la
económica es sólo una de las estrategias y el enemigo es tan difuso que se
camufla de gerente, banquero, bodeguero, buhonero, etc., en fin, de cualquiera
de lxs agentes económicos que participan en el mercado convertido ahora en
campo de batalla. Un campo de batalla en el que lxs soldados no están
uniformados ni son invasores extranjeros y sus armas son el acaparamiento y los
precios de alimentos y medicinas aun más mortíferos que las balas de un AK 47.
En
una guerra difusa, el principal objetivo no es el ejército enemigo sino el
pueblo y por ende es la víctima principal. Cuando decimos “pueblo” nos
referimos al conjunto de los 30 millones de habitantes de Venezuela, lo que nos
da una idea de las dimensiones que tiene este conflicto. No son unos colectivos
ni un puño de familias o de instituciones lxs afectados, son millones de seres
humanos que están involucrados en él y que sufren y reaccionan de distintas
maneras ante la agresión odiosa e infernal que convierte a parte del pueblo en
su propio enemigo invasor.
En
las guerras difusas, se trastocan todos los conceptos convencionales, por
ejemplo, los “daños y las víctimas colaterales” que en las convencionales son
de segundo orden, se convierten en “daños y víctimas principales” de primer
orden. Aclaremos: en las convencionales, cuando caen las bombas y los misiles
sobre una ciudad no todo el mundo muere por efecto de las explosiones, sino una
minoría, mientras que la mayoría sufre las consecuencias de las explosiones de
forma indirecta al quedarse sin hospitales, sin servicios públicos (electricidad,
gas, agua), sin locales de abastecimiento de alimentos y medicinas, sin
infraestructura vial, sin casas, etc.
En
una guerra difusa como la que confrontamos, sin bombas ni misiles, en las que
las personas del país invadido siguen llevando su vida “normal”, las víctimas y
los daños colaterales de antes son los primeros y principales. Las armas
letales del enemigo no destruyen un objetivo específico, como un hospital por
un misil, sino que son masivas y por eso las víctimas son imprecisas y casi imposible
de contabilizar. Por ejemplo: ¿Cuántas personas han muerto por falta de
medicinas en los hospitales y clínicas o en sus casas? ¿Cuántas personas están
pasando hambre? ¿Cuántos niñxs se han desnutrido? ¿Cuántos se han quedado sin
casa porque no pueden seguir pagando el alquiler? ¿Cuántos se han quedado sin
empleo? ¿Cuántos se han ido del país?
En
las guerras difusas el sonido, el impacto y el efecto de las balas, bombas y
misiles, son sustituidos por el de las ondas e imágenes de la prensa impresa,
la radio, la televisión y las redes sociales que generan incertidumbre,
malestar y miedo en la mayoría de lxs habitantes, a lo que se agregan las
acciones delictivas y de sabotaje que los mantienen en zozobra, por lo que la
emigración de los connacionales es utilizada como signo del avance de los
invasores.
Guerra y emigración
No
sabemos cuantxs se han ido, pero lo que no podemos ocultar, es que hay una
emigración numerosa de venezolanxs y ello debe asumirse, desde nuestra óptica,
como consecuencia necesaria de la guerra que estamos confrontando. Son avances
del enemigo que nos ataca difusamente, porque quienes se van sienten que su
vida corre peligro, se sienten insegurxs, sin protección y perciben un futuro
incierto y al marcharse dejan una familia incompleta, herida y se convierten en
pregonerxs del “desastre venezolano”. Y no podemos desentendernos utilizando
descalificaciones políticas, porque esos sentimientos son legítima e
indubitablemente humanos en momentos de crisis extremas.
Es
cierto, muchos jóvenes que participaron activamente en las guarimbas del 2014 y
del 2017, se han “ido demasiado” y es lógico que lo hagan, porque son guerreros
derrotados y sus familias quieren verlos a salvo de la “represión” del
“régimen”. Muchos otros lo han hecho porque alguien los espera con ofertas de
una vida parecida a la que tenían aquí antes de comenzar la guerra. Y así
podríamos enumerar distintos motivos por los que han emigrado y emigrarán
muchos venezolanxs, pero la raíz común es que toda guerra genera emigración
porque todos lxs seres humanos tenemos la obligación, biológica y moral, de
sobrevivir y de vivir mejor.
Desde
este punto de vista, es acertada la orden que le dio el Presidente Nicolás
Maduro Moros a sus funcionarios diplomáticos de acompañar y apoyar a todos lxs
ciudadanos venezolanos que se encuentran en el exterior, porque el Estado tiene
el deber de protegerlos como víctimas (desplazados) de un conflicto bélico.
Mucho más si se sabe que los gobiernos latinoamericanos que han manifestado “preocupación
por el pueblo venezolano”, empandillados en Lima, no tienen planes para
recibirlos, de tal manera que cada cual se las tiene que arreglar como pueda
para sobrevivir. Son los verdaderos parias. Y, exactamente, este es otro rasgo
de las guerras difusas: al no haber confrontación violenta en el país invadido
y negar la existencia de una guerra, no existen motivos para considerarlos
refugiadxs.
Obligación
moral de quedarnos y resistir tenemos quienes nos identificamos y estamos
comprometidxs con esta revolución. Y, un consejo a lxs revolucionarios de
quinta y sexta generación: no pregunten cuánto durará esta guerra ni si
podremos ganarla, porque en ella el tiempo, el espacio y los conceptos de
derrota y victoria son difusos. Unos ejemplos: las victorias electorales del
gobierno bolivariano en 2017, son respondidas por el imperialismo yanqui con
más cerco económico y financiero internacional que genera más emigración
¿estamos ganando la guerra o la estamos perdiendo? Una familia cuyo hijo se va
a Europa a trabajar y envía euros con los que pueden hacer frente a la
hiperespeculación y adquirir medicamentos indispensables para uno de sus
miembros ¿es una familia derrotada o victoriosa? ¿Quién, por muy chavista que
sea, pero agobiado por la pelazón, vende unos dólares a precio oficial y no a
precio paralelo? ¿Es traidxr o perdió una batalla en la guerra económica?
Sin
dudas, en las guerras difusas la confusión y la duda son las trampas más
efectivas para atrapar nuestra subjetividad y, paradojas de estos conflictos,
el pensamiento concreto y la conciencia revolucionaria firmes son las armas
convencionales más poderosas que tenemos para resistir. ¿Y cuáles son las
municiones de estas armas? Ser consciente y afirmativamente venezolanxs,
bolivarianxs, chavistas, y ser coherentes y consecuentes con nuestras ideas.
Y no
sé usted, amiga o amigo lector, pero digo como Silvio Rodríguez:
…yo no sé lo
que es el destino,
caminando fui
lo que fui,
allá dios,
que será divino,
yo me muero
como viví.
Excurso
para incrédulxs opositores: Si
no le cree al gobierno bolivariano, ni a sus seguidores, que estamos en guerra
contra Estados Unidos y sus secuaces, explíquese por qué el presidente
estadounidense Barack Obama decretó que Venezuela era una amenaza
extraordinaria a la seguridad nacional de su país y ahora su sucesor, Donald
Trump, lo ratifica y en consecuencia
hace todo lo posible, pública y notoriamente, para derrocar al Presidente
Nicolás Maduro y ha implementado restricciones internacionales que nos impiden
comprar alimentos, medicinas y otros insumos indispensables para vivir en paz.
Y, si no es guerra, entonces ¿qué era lo que quería el negro y qué será lo que
quiere el catire de nosotrxs?
Excurso
para convencidxs chavistas:
Quienes se van demasiado de Venezuela, nunca tuvieron ni país ni Patria. Son
como mercancías vivas que buscan un local comercial donde venderse mejor y,
cuando están fuera, a “salvo del régimen”, además de hablar pestes del gobierno
bolivariano, dicen que añoran a su país de “antes de este desastre”, pero, en
verdad, lo que añoran son las playas, los amigos, los centros comerciales, las
arepas, las cervezas, el ron, en fin, sus pedacitos predilectos de la sociedad
donde nacieron y vivieron hasta que se fueron, pero nunca un país y mucho menos
una Patria, es decir, un sentimiento de pertenencia a un territorio, una
cultura y una historia nacionales.
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