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sábado, 14 de abril de 2018

Todos con Lula

Es obligatorio defender a Lula, porque Lula más que nunca representa la democracia participativa en este momento tan particular de América Latina, donde se ha hecho más evidente el rol subalterno de la justicia al servicio de las oligarquías locales.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Aunque abunden las noticias y se multipliquen en las redes sociales los pedidos a favor de la libertad de Lula. No es Lula, es todo lo que representa y lo que representa excede Brasil, abarca a toda América Latina, se impone en el mundo, un mundo arrasado por el neoliberalismo más atroz que está dispuesto a borrar de la faz de la tierra a naciones enteras por su aviesa y desbocada voracidad.

Su figura y actitud previa a ser encarcelado han generado elogios y críticas a raudales desde el mismo círculo defensivo, haciéndole cargos como es el caso de no dejar armada una estructura organizativa que defienda la causa de los trabajadores, como si el mismo sindicato que lo impuso y albergó no estuviera preparado para la ardua tarea que se viene. Intentan sustentar la comparación con el movimiento obrero asimilado por Juan Domingo Perón a partir de 1946 y que, una vez destituido en 1955, pudo crear la “Resistencia peronista” cuya mejor expresión fueron los sindicatos nucleados en las “62 organizaciones peronistas” que tuvieron como objetivo mantener en alto las banderas del movimiento y, tras 18 años de proscripción, que volviera el líder luego de un extenso exilio en España.

Este ejemplo de alguna manera estalla en los manifestantes que hacen la custodia en la prisión de Curitiba por él inaugurada, donde al son de discursos y cantos exigen un “17 de octubre” brasileño, como aquel lejano día de 1945, en que la muchedumbre reunida espontáneamente en la Plaza de Mayo, exigió la libertad del Coronel Perón, preso en la isla Martín García por el régimen militar de entonces.

Rodrigo Perez Oliveira, profesor de Teoría de la Historia de la Universidad de Bahía, opina que el gran error del PT, el gran error de Lula, porque hace mucho que Lula era más que el PT – según sus palabras –, era un error conceptual. Un error de percepción del mundo, de lo que es Brasil; justo él, tan sensible para entender la realidad brasileña. Este error lo llevó a naturalizar una de las narrativas de la fundación de Brasil, justamente aquella que define a sus élites como cordiales y paternales.

El mito de la cordialidad señorial estaba en Lula estimulando su acción política, su interpretación de Brasil.

Lula disfrutaba de la buena vida, hacía todo por los pobres, pero nunca quiso incomodar a los de arriba. Sobreestimó a las élites brasileñas, creía que eran mejores de lo que son. No imaginó que fueran tan bajas, tan ruines.

Creía que a nadie irritaría su programa Bolsa Familia, tres comidas  diarias para los pobres, creyendo que ese dinero iría al mercadito y movilizaría a la economía. ¿Quién se podría incomodar con ello?

¿Qué problema puede haber si un pobre estudia en la Universidad? Mientras más gente estudie, mejor para todos, más educada es la sociedad.

Mientras más gente viaje en avión, los pasajes son más baratos, mejor para todos. Estaba convencido que si mejoraba la vida de los pobres sin molestar a los de arriba, todo estaba bien.

No, no y no, Lula estaba totalmente equivocado. Esas élites no son racionales, son anticuadas, están atravesadas por privilegios que consideran exclusivos. No consiguen aceptar la felicidad de los pobres. Para ellos los pobres sólo deben gemir de dolor. El placer es monopolio propio de ellos. Esas élites son sádicas.

Lula exultaba republicanismo en la tierra de los coroneles, por eso será odiado por ellos hasta después de muerto. Ellos querrán mutilar su cadáver, arrancarle las vísceras, salar la tierra de su tumba para que nada brote allí.

Finalmente, según Perez Oliveira, Lula pensó que Brasil podía ser mejor de lo que es, creyó que podía ser lo que jamás fue, lo que jamás será.

Tanta pretensión y osadía gritaba un castigo ejemplar, por eso imploraron a todos los jueces de Brasil que condenaran al criminal.

Para Pablo Gentili, Secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales CLACSO, en su artículo “Lula para principiantes”, reproducido en Página 12 del 8 de abril:

Lula es el fundador. El gran arquitecto democrático de un Brasil que nunca existió.

La poderosa consigna ‘la patria es el otro’, es la emotiva síntesis de una década de realizaciones que hemos conquistado colectivamente. La síntesis que gana sentido y referencialidad en un pasado común y se encarna de manera viva en la necesidad de construir un nuevo presente. Es el pasado que se proyecta y se espeja en nuestros grandes líderes democráticos históricos (Yrigoyen, Perón, Evita, Cámpora, Alfonsín), así como en las víctimas de la dictadura y en nuestras heroicas madres y abuelas. Es el futuro posible, ante la existencia de un pasado real.

Brasil no tuvo ese pasado. Ni ningún otro comparable. Medio siglo más tarde que la Argentina, Brasil cumplió el mandato que muchas veces le ha cabido a América Latina a los gobiernos populares: ser las administraciones que instalan, construyen y defienden un orden republicano, modernizador y democrático, frente a una barbarie predatoria que  imponen unas élites del atraso que siempre parecen tener nostalgia de la Edad Media.

Lula funda el Brasil republicano. Es el líder que no está dispuesto a aceptar que no haya espacio para todos y todas en un país de iguales. Y el que, sin tapujos ni remordimientos hipócritas, no tiene miedo de decir que aspira a que todos vivan mejor, que los pobres puedan comer bien, tener sus hijos en las universidades, ser propietarios de las casas en que viven. Lula no aspira a ser un hippie con onda predicando una crítica desenfocada a los bienes de consumo. Porque sabe que de ellos depende la posibilidad de hacer de la vida digna una oportunidad efectiva y no una falsa promesa.”

Finalmente, concluye el artículo: “Están encarcelando a Lula, encarcelan una idea. Aspiran a encarcelar el futuro. No podrán. No habrá espacio en las cárceles para esa multitud de hombres y mujeres libres, que seguirán luchando por la construcción de un futuro que les pertenece y nadie podrá robarles.”

De sendas miradas se desprende la singularidad fundadora de Lula, de constructor de una sociedad y un nuevo país alejado de las exageradas desigualdades que lo distinguen.

Habiéndome formado en Brasil, reconociendo su continentalidad territorial, su exuberancia de recursos, su original diversidad de flora y fauna, sus extremos humanos que arrancan desde el hombre primitivo en adelante, sus adelantos tecnológicos y megalópolis, su mestizaje que cantó Vinicius de Moraes como su Brasil, blanco, negro y mulato, acuñé una frase para quienes me consultaban sobre el país, primero definirlo como un lugar mágico y luego afirmar “si me dicen que en Brasil las vacas vuelan, es cierto”. Acentuando desde luego esa particularidad tan extrema que Lula reinterpretó y propuso un proyecto colectivo, participativo y solidario.

He sido testigo del crecimiento de las cooperativas de trabajadores rurales de Rio Grande do Sul, su articulación, desarrollo y expansión a través del impulso financiero brindado por los planes del presidente Lula. En los últimos 36 años, que son los que he mantenido permanente contacto con dirigentes y amigos, los cambios han sido demasiado evidentes como para querer borrarlos con la parafernalia mediática y la grosera farsa jurídica tutelada por los señores feudales.

Es obligatorio defender a Lula, porque Lula más que nunca representa la democracia participativa en este momento tan particular de América Latina, donde se ha hecho más evidente el rol subalterno de la justicia al servicio de las oligarquías locales.

Porque convengamos, desde la emancipación de España, el Poder Judicial dentro de su exclusivo e ineludible rol de administrador de Justicia y mantenimiento del orden, estuvo al servicio de los grandes propietarios, garantizando el éxito de sus negocios y controlando la sumisión de las mayorías, prestos a reprimir, encarcelar o deportar a los rebeldes que quisieran mejores condiciones de trabajo. La historia del movimiento obrero latinomericano, sus luchas y víctimas, fueron blanco de esa condena jurídica propia de los jueces venales que premiaba el empresariado opulento.

Lula, el ex presidente, el obrero metalúrgico que ostentó el mayor cargo en un país nostalgioso de su pasado esclavista, el hombre propuesto a Premio Nobel de la Paz, por  otro Nobel como Adolfo Pérez Esquivel, ese nordestino obligado a seguir los pasos de Mandela, el que se mantiene firme en las encuestas para la presidencia, sigue desde su celda enarbolando la bandera de la resistencia y los principios básicos de un republicanismo endeble, al que no dejan de agredir las élites, los medios hegemónicos y la sombra de un imperio feroz y voraz que jamás dejará de oprimir al patio trasero.

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