Es
obligatorio defender a Lula, porque Lula más que nunca representa la democracia
participativa en este momento tan particular de América Latina, donde se ha
hecho más evidente el rol subalterno de la justicia al servicio de las
oligarquías locales.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra
América
Desde Mendoza, Argentina
Aunque
abunden las noticias y se multipliquen en las redes sociales los pedidos a
favor de la libertad de Lula. No es Lula, es todo lo que representa y lo que
representa excede Brasil, abarca a toda América Latina, se impone en el mundo,
un mundo arrasado por el neoliberalismo más atroz que está dispuesto a borrar
de la faz de la tierra a naciones enteras por su aviesa y desbocada voracidad.
Su figura y
actitud previa a ser encarcelado han generado elogios y críticas a raudales
desde el mismo círculo defensivo, haciéndole cargos como es el caso de no dejar
armada una estructura organizativa que defienda la causa de los trabajadores,
como si el mismo sindicato que lo impuso y albergó no estuviera preparado para
la ardua tarea que se viene. Intentan sustentar la comparación con el
movimiento obrero asimilado por Juan Domingo Perón a partir de 1946 y que, una
vez destituido en 1955, pudo crear la “Resistencia peronista” cuya mejor
expresión fueron los sindicatos nucleados en las “62 organizaciones peronistas”
que tuvieron como objetivo mantener en alto las banderas del movimiento y, tras
18 años de proscripción, que volviera el líder luego de un extenso exilio en
España.
Este
ejemplo de alguna manera estalla en los manifestantes que hacen la custodia en
la prisión de Curitiba por él inaugurada, donde al son de discursos y cantos
exigen un “17 de octubre” brasileño, como aquel lejano día de 1945, en que la
muchedumbre reunida espontáneamente en la Plaza de Mayo, exigió la libertad del
Coronel Perón, preso en la isla Martín García por el régimen militar de entonces.
Rodrigo
Perez Oliveira, profesor de Teoría de la Historia de la Universidad de Bahía,
opina que el gran error del PT, el gran error de Lula, porque hace mucho que
Lula era más que el PT – según sus palabras –, era un error conceptual. Un
error de percepción del mundo, de lo que es Brasil; justo él, tan sensible para
entender la realidad brasileña. Este error lo llevó a naturalizar una de las
narrativas de la fundación de Brasil, justamente aquella que define a sus
élites como cordiales y paternales.
El mito de
la cordialidad señorial estaba en Lula estimulando su acción política, su
interpretación de Brasil.
Lula
disfrutaba de la buena vida, hacía todo por los pobres, pero nunca quiso
incomodar a los de arriba. Sobreestimó a las élites brasileñas, creía que eran
mejores de lo que son. No imaginó que fueran tan bajas, tan ruines.
Creía que a
nadie irritaría su programa Bolsa Familia, tres comidas diarias para los pobres, creyendo que ese
dinero iría al mercadito y movilizaría a la economía. ¿Quién se podría
incomodar con ello?
¿Qué
problema puede haber si un pobre estudia en la Universidad? Mientras más gente
estudie, mejor para todos, más educada es la sociedad.
Mientras
más gente viaje en avión, los pasajes son más baratos, mejor para todos. Estaba
convencido que si mejoraba la vida de los pobres sin molestar a los de arriba,
todo estaba bien.
No, no y
no, Lula estaba totalmente equivocado. Esas élites no son racionales, son
anticuadas, están atravesadas por privilegios que consideran exclusivos. No
consiguen aceptar la felicidad de los pobres. Para ellos los pobres sólo deben
gemir de dolor. El placer es monopolio propio de ellos. Esas élites son
sádicas.
Lula
exultaba republicanismo en la tierra de los coroneles, por eso será odiado por
ellos hasta después de muerto. Ellos querrán mutilar su cadáver, arrancarle las
vísceras, salar la tierra de su tumba para que nada brote allí.
Finalmente,
según Perez Oliveira, Lula pensó que Brasil podía ser mejor de lo que es, creyó
que podía ser lo que jamás fue, lo que jamás será.
Tanta
pretensión y osadía gritaba un castigo ejemplar, por eso imploraron a todos los
jueces de Brasil que condenaran al criminal.
Para Pablo
Gentili, Secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
CLACSO, en su artículo “Lula para principiantes”, reproducido en Página 12 del
8 de abril:
“Lula es el fundador. El gran arquitecto
democrático de un Brasil que nunca existió.
La poderosa consigna ‘la patria es el
otro’, es la emotiva síntesis de una década de realizaciones que hemos
conquistado colectivamente. La síntesis que gana sentido y referencialidad en
un pasado común y se encarna de manera viva en la necesidad de construir un
nuevo presente. Es el pasado que se proyecta y se espeja en nuestros grandes
líderes democráticos históricos (Yrigoyen, Perón, Evita, Cámpora, Alfonsín),
así como en las víctimas de la dictadura y en nuestras heroicas madres y
abuelas. Es el futuro posible, ante la existencia de un pasado real.
Brasil no tuvo ese pasado. Ni ningún otro
comparable. Medio siglo más tarde que la Argentina, Brasil cumplió el mandato
que muchas veces le ha cabido a América Latina a los gobiernos populares: ser
las administraciones que instalan, construyen y defienden un orden republicano,
modernizador y democrático, frente a una barbarie predatoria que imponen unas élites del atraso que siempre
parecen tener nostalgia de la Edad Media.
Lula funda el Brasil republicano. Es el
líder que no está dispuesto a aceptar que no haya espacio para todos y todas en
un país de iguales. Y el que, sin tapujos ni remordimientos hipócritas, no
tiene miedo de decir que aspira a que todos vivan mejor, que los pobres puedan
comer bien, tener sus hijos en las universidades, ser propietarios de las casas
en que viven. Lula no aspira a ser un hippie con onda predicando una crítica
desenfocada a los bienes de consumo. Porque sabe que de ellos depende la
posibilidad de hacer de la vida digna una oportunidad efectiva y no una falsa
promesa.”
Finalmente,
concluye el artículo: “Están encarcelando
a Lula, encarcelan una idea. Aspiran a encarcelar el futuro. No podrán. No
habrá espacio en las cárceles para esa multitud de hombres y mujeres libres,
que seguirán luchando por la construcción de un futuro que les pertenece y
nadie podrá robarles.”
De sendas
miradas se desprende la singularidad fundadora de Lula, de constructor de una
sociedad y un nuevo país alejado de las exageradas desigualdades que lo
distinguen.
Habiéndome
formado en Brasil, reconociendo su continentalidad territorial, su exuberancia
de recursos, su original diversidad de flora y fauna, sus extremos humanos que
arrancan desde el hombre primitivo en adelante, sus adelantos tecnológicos y
megalópolis, su mestizaje que cantó Vinicius de Moraes como su Brasil, blanco,
negro y mulato, acuñé una frase para quienes me consultaban sobre el país,
primero definirlo como un lugar mágico y luego afirmar “si me dicen que en
Brasil las vacas vuelan, es cierto”. Acentuando desde luego esa particularidad
tan extrema que Lula reinterpretó y propuso un proyecto colectivo,
participativo y solidario.
He sido
testigo del crecimiento de las cooperativas de trabajadores rurales de Rio
Grande do Sul, su articulación, desarrollo y expansión a través del impulso
financiero brindado por los planes del presidente Lula. En los últimos 36 años,
que son los que he mantenido permanente contacto con dirigentes y amigos, los
cambios han sido demasiado evidentes como para querer borrarlos con la
parafernalia mediática y la grosera farsa jurídica tutelada por los señores
feudales.
Es
obligatorio defender a Lula, porque Lula más que nunca representa la democracia
participativa en este momento tan particular de América Latina, donde se ha
hecho más evidente el rol subalterno de la justicia al servicio de las
oligarquías locales.
Porque
convengamos, desde la emancipación de España, el Poder Judicial dentro de su
exclusivo e ineludible rol de administrador de Justicia y mantenimiento del
orden, estuvo al servicio de los grandes propietarios, garantizando el éxito de
sus negocios y controlando la sumisión de las mayorías, prestos a reprimir,
encarcelar o deportar a los rebeldes que quisieran mejores condiciones de
trabajo. La historia del movimiento obrero latinomericano, sus luchas y
víctimas, fueron blanco de esa condena jurídica propia de los jueces venales
que premiaba el empresariado opulento.
Lula, el ex
presidente, el obrero metalúrgico que ostentó el mayor cargo en un país
nostalgioso de su pasado esclavista, el hombre propuesto a Premio Nobel de la
Paz, por otro Nobel como Adolfo Pérez
Esquivel, ese nordestino obligado a seguir los pasos de Mandela, el que se
mantiene firme en las encuestas para la presidencia, sigue desde su celda
enarbolando la bandera de la resistencia y los principios básicos de un
republicanismo endeble, al que no dejan de agredir las élites, los medios
hegemónicos y la sombra de un imperio feroz y voraz que jamás dejará de oprimir
al patio trasero.
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