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sábado, 19 de mayo de 2018

Argentina: Mea culpa en la emergencia

Cada día del gobierno de Cambiemos hemos sufrido un retroceso justificado por la metafrase “la pesada herencia”, idea prolijamente elaborada por los gurúes de la comunicación y constructores del relato oficial, invirtiendo datos fundamentales como haber disminuido la deuda y abandonado el FMI.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Los últimos días de la era Macri nos han deparado a los argentinos tanta zozobra y tragedia, minuto a minuto que, en la emergencia como corresponsal de guerra describí la última semana, Semana Trágica, aludiendo a otra histórica sucedida en los Talleres Vasena entre el 7 y el 14 de enero de 1919, donde la policía masacró a decenas de obreros metalúrgicos.

Yo, erróneamente la involucré con otra matanza ocurrida en la Patagonia en 1922, ambas dentro del primer gobierno popular de Hipólito Yrigoyen; hecho recriminado por los trabajadores. Cuestión que me alertó inconscientemente, el compañero Raúl Zibechi en su posterior artículo. Y, reconozco… no es ignorancia, para nada. Estos acontecimientos de la historia del movimiento obrero argentino que jalonan sus luchas, los he repetido reiteradamente a los alumnos en mis largos años de docencia.

Sin embargo, debo reconocer que la mente nos hace zancadillas. Las pesadillas vividas –guardadas maravillosamente en algún pliegue del cerebro, engañados por aquello que llamamos olvido–  en otros tiempos aparecen por las noches, cuando situaciones semejantes nos acechan.

Los noventa nos marcaron a fuego, mucho más la desintegración del 2001. Entonces los medios como ahora se preocupaban por la imagen externa, la opinión de los organismos financieros, el riesgo país y ninguno miraba la tragedia que vivían millones de argentinos hambreados que salían a las calles como sonámbulos, hurgando los tachos de basura en el otrora “granero del mundo”, reactualizado supermercado mundial, como le gusta decir al señor presidente, con ese optimismo prestado e impuesto por sus maquilladores de imagen y discurso, que no logran disimular el desgaste físico propio del rechazo colectivo.

Cada día del gobierno de Cambiemos hemos sufrido un retroceso justificado por la metafrase “la pesada herencia”, idea prolijamente elaborada por los gurúes de la comunicación y constructores del relato oficial, invirtiendo datos fundamentales como haber disminuido la deuda y abandonado el FMI. Su principal logro es haber trabajado para imponer una ilusión colectiva edificada a partir del mágico término “cambio” y, a partir de allí, justificar el gradualismo de sus políticas de ajuste, como también la transferencia de responsabilidades de los organismos públicos a las empresas privadas, las anulación de las retenciones al campo, las mineras, optimizando la ganancia de los bancos, hasta la suba desmedida de las tarifas como consecuencia de la derogación de subsidios.

La descarada transferencia de recursos a los sectores concentrados de la economía, la apertura e inserción en el mundo, el descarado endeudamiento y, sobre todo la bicicleta financiera de las lebacs, cuyos beneficiarios son el sector financiero y los funcionarios responsables justamente de controlar las finanzas públicas, convergieron en un retorno al Fondo Monetario Internacional, organismo del que habíamos felizmente escapado hace años.  

Con miles de millones de dólares fugados, con una inflación imparable que duplica los cálculos oficiales, salarios aplastados. Un panorama negro, imposible de ocultar y del que nadie quiere ser cómplice, inclusive sus amigos y cómplices.

Los ilusionados votantes, sobre todo ese radicalismo diletante que supo intuir entre esa pléyade de dirigentes sonrientes, el ethos del desgastado partido centenario, han sido los primeros en rebelarse contra los dirigentes acuerdistas o entreguistas del legado de Leandro Além.

Pensaron que los ricos y aristócratas derramarían el excedente entre esa clase media, congraciándose con su dinamismo y movilidad, cuando ellos, ahora rescataban la brillante oportunidad de retrotraer la ansiada polaridad social del viejo orden conservador: ricos y pobres.

Ese era el plan, aunque la sociedad organizada, articulada a través de tantos años de lucha y reconocimientos de derechos, no les va a facilitar sus propósitos. Esto quedó planteado en los agitados días de diciembre pasado frente al Congreso de la Nación, cuando se discutieron reformas de los jubilados. Bisagra que frenó la prepotencia oficial.

Desde entonces, tuvimos un verano movido, con multitudinarias manifestaciones que fueron madurando la estrategia de plantear la recuperación de sus derechos. Choque y violencia, oponían un recrudecimiento represivo para el que se equiparon los organismos de seguridad con el riesgo de militalizar las acciones como sucede en otros países de la región.

La dirigencia adulta, desde los partidos políticos opositores, las organizaciones obreras y sociales, restan importancia y crítica a esta camada de inescrupulosos que transformaron la gestión pública en un botín de negocios.

Saben de su caída inevitable y les auguran la continuidad a los efectos de mantener la institucionalidad, es decir, reforzar el funcionamiento democrático. Una democracia endeble, surgida luego de la barbarie de la dictadura genocida, pero democracia recuperada por los millones de argentinos que viven y padecen en este querido país, país que destruyen estos indignos mercachifles.

Para colmo se encandilan con los elogios de los funcionarios del Fondo o el mismísimo Donald Trump, mientras no pueden salir a ningún acto sin ser repudiados. Como decía el General Perón, hay que dejar que el enemigo se siga equivocando.

Lo importante e indelegable, reitero, es resguardar y proteger la Nación, sus instituciones democráticas que garantizan desarrollo de la comunidad, elemento fundamental constitutivo del Estado Argentino, más allá de esta plaga pasajera. 

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