A semejanza
de la década de los setenta y la década de los noventa, la marea reaccionaria
cubre la totalidad de las tierras latinoamericanas a excepción de varios
lugares que permanecen secos y que, por ello, son como las islas solitarias que
yacen en medio del Océano…
Elías Quinteros / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires,
Argentina
I
Pienso en
las causas que llevaron a la desintegración de los virreinatos y las capitanías
generales. Pienso en las causas que llevaron a la disolución de la Gran Colombia
(que reunía a colombianos, ecuatorianos, panameños y venezolanos); de la
Confederación Peruano-Boliviana (que reunía a bolivianos y peruanos); y de la
República Federal de Centro América (que reunía a costarricenses,
guatemaltecos, hondureños, nicaragüenses y salvadoreños). Pienso en las causas
que llevaron al enfrentamiento de los argentinos con los brasileños (1825-1828
y 1851-1852); de los paraguayos con los argentinos, los brasileños y los
uruguayos (1865-1870); de los chilenoscon los bolivianos y los peruanos
(1879-1883); y de los bolivianos con los paraguayos (1932-1935). Pienso en las
causas que llevaron al enfrentamiento de los mexicanos con los franceses
(1838-1839 y 1862-1867), de los argentinos con los franceses (1838-1840), de
los argentinos con los franceses y los ingleses (1845-1850), de los chilenos y
los peruanos con los españoles (1865-1871), y de los argentinos con los
ingleses (1982). Pienso en las causas que llevaron al enfrentamiento de los
mexicanos con los estadounidenses (1846-1848). Y pienso en las causas que
llevaron a las intervenciones de los estadounidenses en Cuba, Haití, Honduras,
México, Nicaragua, Panamá y República Dominicana (Siglo XX). Es decir, pienso
en las razones que transformaron a Latinoamérica en el escenario de procesos de
disgregación territorial, conflictos bélicos entre latinoamericanos, conflictos
bélicos entre latinoamericanos y europeos, y conflictos bélicos entre
latinoamericanos y estadounidenses. Y, en la totalidad de esos casos, siempre
percibo la presencia de una potencia política, económica y militar que no
deseaba la unidad del continente.
II
Muchos
escribieron sobre la necesidad de la unión de los pueblos latinoamericanos. Al
respecto, pienso en las ideas que aparecen en textos tan extraordinarios como
las Instrucciones para la Asamblea del Año XIII de José Gervasio Artigas
(1813), la Carta de Jamaica de Simón Bolívar (1815), Sobre la
Necesidad de una Federación General entre los Estados Hispanoamericanos y Plan
de su Organización de Bernardo Monteagudo (1825), el Plan de Realización
del Supremo Sueño de Bolívar de Augusto César Sandino (1929), El
proyecto nacional de Juan Domingo Perón (1974), y la Declaración de
Caracas de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (2011). Uno
presenta a la Provincia Oriental del Uruguay como integrante de una entidad
mayor: las Provincias Unidas del Río de la Plata. Otro describe las cuestiones
que dificultan la constitución de una nación americana. Otro explica la
necesidad de la conformación de una federación general por parte de los Estados
del continente. Otro describe la soledad del pueblo nicaragüense como
consecuencia de la desunión continental. Otro explica la necesidad de la
estructuración de Latinoamérica como una comunidad organizada. Y el restante
define al Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826 como el acto fundamental de
la doctrina de la unidad latinoamericana y caribeña. Pero, mucha gente
desconoce su existencia o su contenido. Y, por eso, no sabe que el continente
produjo estos escritos: unos escritos que son tan importantes como El
Principe de Maquiavelo (1531), el Leviatán de Thomas Hobbes (1651), El
espítiru de las leyesde Montesquieu (1748), y El contrato social de
Jean-Jacques Rousseau (1762).
III
Inevitablemente,
cuando advertimos que Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Fidel Castro están
muertos; que José Mujica, Cristina Fernández, Dilma Rousseff, Rafael Correa y
Michelle Bachelet ya no presiden sus respectivos países; que Nicolás Maduro
resiste en la medida de sus posibilidades a los opositores que tratan de
voltearlo; y que Evo Morales sobrevive en medio de una soledad continental que
desmoraliza; entendemos por qué Luiz Inácio Lula da Silva constituye la última
esperanza para los pueblos de América Latina y Caribeña. Por lo visto, los
sectores que concentran la riqueza del Brasil, los sectores que concentran la
riqueza del resto de los países americanos, el poder financiero a escala
internacional y el gobierno estadounidense no quieren que él vuelva a residir
en el Palácio do Planalto. Y, por tal motivo, lo convirtieron en el
destinatario de una persecución mediática y judicial de dimensiones colosales
que trató de transformarlo en un cadáver político desde el principio. Mas, eso
no minó su popularidad. Por el contrario, la fortaleció. A pesar de las
opiniones contrarias, el apoyo de una parte del electorado que oscila entre el
treinta y el cuarenta por ciento según las empresas encuestadoras, la
probabilidad de un triunfo en las elecciones generales de octubre y la
dimensión de la multitud que rodeó el edificio del Sindicato de los
Metalúrgicos de San Bernardo del Campo, exteriorizan el amor de su pueblo. Por
otro lado, el dictado de una sentencia condenatoria por el juez federal Sergio
Moro, no obstante la ausencia de pruebas; la ampliación de esa condena por el
Tribunal Regional Federal de la 4ª Región; el ataque armado contra su caravana;
la adeclaración del general Eduardo Villas Bôas, comandante del ejército, a
favor de su encarcelamiento; y el dictado de una resolución adversa por el
Supremo Tribunal Federal, al tratar la presentación de un hábeas corpus que
pretendía eximirlo de la prisión; traslucen el temor y la preocupación de sus
poderosos enemigos.
IV
Lo sucedido
en Brasil, con el líder del Partido de los Trabajadores, no es casual. Tal
hecho forma parte de un fenómeno de dimensión regional que comprendió la
detención de Hugo Chávez durante cuarenta y ocho horas (Venezuela, 2002), la
destitución de Jean-Bertrand Aristide (Haití, 2004), el movimiento de
desestabilización contra Cristina Fernández (Argentina, 2008), el movimiento de
desestabilización contra Evo Morales (Bolivia, 2008), la destitución de Manuel
Zelaya (Honduras, 2009), el movimiento de desestabilización contra Rafael
Correa (Ecuador, 2010), la destitución de Fernando Lugo (Paraguay, 2012), y la
destitución de Dilma Rousseff (Brasil, 2016). Por ello, quien supone que el
encarcelamiento de Luiz Inácio Lula da Silva está desvinculado de esos
acontecimientos transparenta una ingenuidad que resulta llamativa. Actualmente,
Latinoamérica es el escenario de un proceso de restauración conservadora. Y
dicho proceso es la consecuencia directa del surgimiento de un conjunto de
líderes que apostó por la unidad y la independencia del continente, reviviendo
de ese modo los tiempos de José Gervasio Artigas, José de San Martín, Bernardo
OʼHiggins, Simón Bolívar, Francisco Morazán y Antonio José de Sucre. Día a día,
los que ejecutan esta cruzada con la ayuda de las corporaciones políticas,
mediáticas y judiciales, dejan en claro que no quieren que los pueblos
progresen, que no quieren que los pueblos tengan una vida digna y que, por
encima de todo, no quieren que los pueblos sean felices.
V
Hace unos
días, el 20 de abril del año en curso, los gobiernos de Argentina, Brasil,
Chile, Colombia, Paraguay y Perú anunciaron que se retiraban momentáneamente de
la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). Nuevamente, los hijos del
continente pisotean las tumbas de los Libertadores, con el propósito de
mantener a Latinoamérica en un estado de fragmentación que no favorece ni
procura el bienestar de los pueblos. Sin duda alguna, el deseo de mantener al
continente en dicho estado nos remite a la imagen del cuerpo descuartizado de
Túpac Amaru II (1781) y, asimismo, a la imagen de una región estratégica con
una columna rota como la del cuadro de Frida Kahlo (1944). Esta decisión —que
encastra perfectamente con la ideología conservadora de sus ejecutores: un
conjunto de gobiernos que no quieren la unión del continente, sino la
suscripción de acuerdos comerciales que sólo benefician a los sectores que los
impulsan—, representa un retroceso notable en el proceso de integración
regional. Aquí, no estamos ante un hecho que retarda o interrumpe la caminata
iniciada. Estamos ante uno que deshace una parte del camino recorrido. A
semejanza de la década de los setenta y la década de los noventa, la marea
reaccionaria cubre la totalidad de las tierras latinoamericanas a excepción de
varios lugares que permanecen secos y que, por ello, son como las islas
solitarias que yacen en medio del Océano Pacífico. Mas, estos baluartes no
albergan a los únicos que opone una resistencia a la expansión del
neoliberalismo. En cada una de las sociedades que están administradas por los
exponentes de tal pensamiento, las expresiones de la izquierda y la
centroizquierda, las expresiones del progresismo y las expresiones de los movimientos
nacionales y populares incrementan de una manera paulatina e irrefrenable el
número de sus integrantes y el grado de su organización.
VI
La ausencia
de un certificado de defunción que acredite la desaparición definitiva de tales
expresiones y que, por ende, garantice la imposibilidad de la recuperación del
poder institucional por parte de las mismas ayuda a entender el ritmo acelerado
de un saqueo que desangra al continente y la desesperación indisimulable de
unos saqueadores que, a imitación de los que llegaron a fines del siglo XV y
comienzos del siglo XVI, quieren tomar con premura cada partícula de riqueza.
Por desgracia, muchos de estos saqueadores no nacieron en otras tierras. Nacieron
aquí, en estos lares. Y, por esa razón, su crimen es más grave y monstruoso.
Todos, absolutamente todos, encarnan el espíritu de la Malinche: una
particularidad que los convierte en seres sin patria; en seres rechazados por
Latinoamérica y despreciados por Europa y Estados Unidos; en seres que
acreditan con su actitud la vigencia de las ideas de Simón Rodríguez, José
Martí, Saúl Taborda, Arturo Jauretche y Paulo Freire; y, en definitva, en seres
que nacieron entre el Océano Atlántico, el Río Bravo, el Océano Pacífico y el
Polo Sur, por la desorientación de las cigüeñas que los trajeron. Acá, en
Argentina, el máximo representante de una gestión gubernamental que posibilitó
el saqueo a escala industrial tomó la decisión de recurrir al Fondo Monetario
Internacional (FMI), para atenuar el problema de la falta de dólares, socavando
lo realizado por Néstor Kirchner con el objeto de liberar a los argentinos de
los condicionamientos de dicho organismo. Fatídicamente, tras doce años de
independencia, el fantasma de la subordinanción, el condicionamiento y el
ajuste vuelve a torturar la cotidianeidad de un pueblo que no acepta su
retorno. En verdad, tal imagen duele. Duele mucho. Esta Argentina tan golpeada
y humillada por los dueños del poder es la misma que procuró el desarrollo de
un modelo económico de carácter productivo, favoreció la expansión de su
mercado interno, promovió la constitución de un bloque regional, resolvió el
problema de su deuda externa de una manera razonable y enfrentó la embestida de
los fondos buitre de igual a igual, con el objeto de alcanzar un grado de
autonomía que garantice su desarrollo y un grado de desarrollo que garantice su
autonomía. Por eso, la diferencia que existe entre el presente y el pasado de
ella es enorme, tan enorme como la que existe entre un proyecto de colonia y un
proyecto de nación.
¡¡¡EXCELENTE!!!
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