Cada
día del gobierno de Cambiemos hemos sufrido un retroceso justificado por la
metafrase “la pesada herencia”, idea prolijamente elaborada por los gurúes de
la comunicación y constructores del relato oficial, invirtiendo datos
fundamentales como haber disminuido la deuda y abandonado el FMI.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza,
Argentina
Los
últimos días de la era Macri nos han deparado a los argentinos tanta zozobra y
tragedia, minuto a minuto que, en la emergencia como corresponsal de guerra
describí la última semana, Semana Trágica, aludiendo a otra histórica sucedida
en los Talleres Vasena entre el 7 y el 14 de enero de 1919, donde la policía
masacró a decenas de obreros metalúrgicos.
Yo,
erróneamente la involucré con otra matanza ocurrida en la Patagonia en 1922,
ambas dentro del primer gobierno popular de Hipólito Yrigoyen; hecho
recriminado por los trabajadores. Cuestión que me alertó inconscientemente, el
compañero Raúl Zibechi en su posterior artículo. Y, reconozco… no es
ignorancia, para nada. Estos acontecimientos de la historia del movimiento
obrero argentino que jalonan sus luchas, los he repetido reiteradamente a los
alumnos en mis largos años de docencia.
Sin
embargo, debo reconocer que la mente nos hace zancadillas. Las pesadillas
vividas –guardadas maravillosamente en algún pliegue del cerebro, engañados por
aquello que llamamos olvido– en otros
tiempos aparecen por las noches, cuando situaciones semejantes nos acechan.
Los
noventa nos marcaron a fuego, mucho más la desintegración del 2001. Entonces
los medios como ahora se preocupaban por la imagen externa, la opinión de los
organismos financieros, el riesgo país y ninguno miraba la tragedia que vivían
millones de argentinos hambreados que salían a las calles como sonámbulos,
hurgando los tachos de basura en el otrora “granero del mundo”, reactualizado
supermercado mundial, como le gusta decir al señor presidente, con ese
optimismo prestado e impuesto por sus maquilladores de imagen y discurso, que
no logran disimular el desgaste físico propio del rechazo colectivo.
Cada
día del gobierno de Cambiemos hemos sufrido un retroceso justificado por la
metafrase “la pesada herencia”, idea prolijamente elaborada por los gurúes de
la comunicación y constructores del relato oficial, invirtiendo datos
fundamentales como haber disminuido la deuda y abandonado el FMI. Su principal
logro es haber trabajado para imponer una ilusión colectiva edificada a partir
del mágico término “cambio” y, a partir de allí, justificar el gradualismo de
sus políticas de ajuste, como también la transferencia de responsabilidades de
los organismos públicos a las empresas privadas, las anulación de las
retenciones al campo, las mineras, optimizando la ganancia de los bancos, hasta
la suba desmedida de las tarifas como consecuencia de la derogación de
subsidios.
La
descarada transferencia de recursos a los sectores concentrados de la economía,
la apertura e inserción en el mundo, el descarado endeudamiento y, sobre todo
la bicicleta financiera de las lebacs, cuyos beneficiarios son el sector
financiero y los funcionarios responsables justamente de controlar las finanzas
públicas, convergieron en un retorno al Fondo Monetario Internacional,
organismo del que habíamos felizmente escapado hace años.
Con
miles de millones de dólares fugados, con una inflación imparable que duplica
los cálculos oficiales, salarios aplastados. Un panorama negro, imposible de
ocultar y del que nadie quiere ser cómplice, inclusive sus amigos y cómplices.
Los
ilusionados votantes, sobre todo ese radicalismo diletante que supo intuir
entre esa pléyade de dirigentes sonrientes, el ethos del desgastado partido
centenario, han sido los primeros en rebelarse contra los dirigentes
acuerdistas o entreguistas del legado de Leandro Além.
Pensaron
que los ricos y aristócratas derramarían el excedente entre esa clase media,
congraciándose con su dinamismo y movilidad, cuando ellos, ahora rescataban la
brillante oportunidad de retrotraer la ansiada polaridad social del viejo orden
conservador: ricos y pobres.
Ese
era el plan, aunque la sociedad organizada, articulada a través de tantos años
de lucha y reconocimientos de derechos, no les va a facilitar sus propósitos.
Esto quedó planteado en los agitados días de diciembre pasado frente al
Congreso de la Nación, cuando se discutieron reformas de los jubilados. Bisagra
que frenó la prepotencia oficial.
Desde
entonces, tuvimos un verano movido, con multitudinarias manifestaciones que
fueron madurando la estrategia de plantear la recuperación de sus derechos.
Choque y violencia, oponían un recrudecimiento represivo para el que se
equiparon los organismos de seguridad con el riesgo de militalizar las acciones
como sucede en otros países de la región.
La
dirigencia adulta, desde los partidos políticos opositores, las organizaciones
obreras y sociales, restan importancia y crítica a esta camada de
inescrupulosos que transformaron la gestión pública en un botín de negocios.
Saben
de su caída inevitable y les auguran la continuidad a los efectos de mantener
la institucionalidad, es decir, reforzar el funcionamiento democrático. Una
democracia endeble, surgida luego de la barbarie de la dictadura genocida, pero
democracia recuperada por los millones de argentinos que viven y padecen en
este querido país, país que destruyen estos indignos mercachifles.
Para
colmo se encandilan con los elogios de los funcionarios del Fondo o el
mismísimo Donald Trump, mientras no pueden salir a ningún acto sin ser
repudiados. Como decía el General Perón, hay que dejar que el enemigo se siga
equivocando.
Lo
importante e indelegable, reitero, es resguardar y proteger la Nación, sus
instituciones democráticas que garantizan desarrollo de la comunidad, elemento
fundamental constitutivo del Estado Argentino, más allá de esta plaga pasajera.
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